sábado, diciembre 01, 2007

Mafiosos de leyenda: Johnny Torrio

La fama es, que diría Bukowsky, una zorra esquiva. La mayoría de la gente la desea, pero nunca la experimenta. Unos pocos de los que la disfrutan no habrían querido que fuera así, pero no lo han podido evitar. Y luego está una tercera familia de tipos, que son aquéllos que, conscientemente, no quieren o no quisieron la fama. Por definición, nunca sabremos a cuántos de éstos alberga la Historia de los hechos pasados pues, como acabo de decir, estos no-famosos eligieron serlo, así pues están borrados de las memorias habituales.

Hoy quiero escribiros algunas líneas sobre uno de estos hombres. Un mafioso de leyenda al que raramente recuerdan las leyendas de mafiosos. Así lo quiso él y, sin embargo, lo que hoy conocemos como crimen organizado en los Estados Unidos habría sido otra cosa sin él. Desde muchos puntos de vista, Johnny Torrio inventó eso que la gente llama Mafia y, sin ningún lugar a dudas, inventó a uno de sus principales iconos: Al Capone.

Claro que antes de hablar de Johnny Torrio hay que hablar de Girolamo Colosimo. Imaginaos a Colosimo, más bien fibroso y embutido en un mono muy usado, barriendo las calles de Chicago en cualquier año de la segunda década del siglo XX. Ahí lo podéis ver, barriendo entre la nieve en los fríos inviernos en los que Chicago es un lugar verdaderamente hostil. Colosimo era un inmigrante más, uno más de los tipos que habían llegado rodando a Estados Unidos desde una Italia que más que un país parecía una fábrica de pobres, y había cogido uno de esos empleos que los americanos de toda la vida (de toda la vida posterior a los indios americanos, se entiende) no querían hacer.

Colosimo barría las calles. Lo cual quiere decir que pasaba un montón de tiempo con las personas que están todo el día en la calle. De entre los oficios callejeros, la prostitución es, probablemente, el más extenso, el que más gente concita. Jim Colosimo, que había dejado ya de llamarse Girolamo por ser éste un nombre bastante poco útil en la tierra de promisión, se pasaba, en efecto, los días y las tardes rodeado de putas. Las conocía a todas; a ellas y a sus chulos, que las vigilaban desde detrás del ventanal de cualquier cafetería. Así las cosas, tiene lógica que cuando la curiosa mente de aquel italiano comenzó a maquinar la forma de generar alguna riqueza más que la que le daba su magro sueldo municipal, pensara en ellas. Inteligente y hábil como era, sólo era cuestión de tiempo que madurase su idea. Una tarde llegó a casa y le anunció a su mujer, Victoria, que se había despedido en el Ayuntamiento. Pocos meses después, el matrimonio tenía ya un estatus económico bastante más que aceptable.

Colosimo inventó la casa de putas en Chicago. Se acabó eso de hacer la calle. El cliente de la prostitución, pensó el italiano, es cada día más refinado, y quiere cosas que no va a encontrar en semáforos, callejones y moteles aquí te pillo aquí te mato. Así que montó casas de citas con mucho estilo, regentadas por madamas profesionales (una de ellas su propia mujer, que venció rápidamente la repugnancia hacia el negocio) y que, además, daban un servicio de postín.

El Gran Jim, como todo el mundo acabó llamándolo, se convirtió en un auténtico experto del negocio de la prostitución. Montó una red de casas de citas y hacía que las chicas rotasen entre ellas, pero cuidándose de que la rotación las hiciese, tras algún tiempo, retornar a los mismos locales de origen. Colosimo sabía que el cliente del sexo quiere variedad, pero también guarda en la memoria sus mejores polvos y alberga el deseo de repetirlos algún día. Con su sistema de rotación, Jim Colosimo se garantizaba eso que podríamos denominar la fidelización del cliente; el que no volvía para probar otra, volvía por si volvía la que le había gustado.

De la prostitución, Colosimo pasó a los restaurantes y a las apuestas. Lo normal en un mafioso, aunque con un toque de distinción muy propio de este italiano tan detalloso: como ejemplo, la primera vez que el mítico tenor italiano Enrico Caruso cantó en Estados Unidos, lo hizo en el espectáculo de un restaurante de Jim Colosimo en Chicago.

En 1919, a él como a todos los de su clase, le tocó la lotería con la implantación en Estados Unidos de la Ley Volstead, por la cual se establecía la ley seca, es decir la prohibición de producir, vender y servir bebidas alcohólicas en el país. Aquello multiplicó el negocio por tres, y los beneficios por diez. Se ha calculado que, en los años de la Ley Seca, cada puñetera cerveza, cada vaso de whisky, dejaban al mafioso que los servía un beneficio limpio equivalente al triple de todos los costes, incluidos la fabricación, transporte, gastos del local, pagos a matones y pistoleros y sobornos de senadores, policías, concejales y magistrados. Colosimo se había hecho grande, y necesitaba lo que tienen todos los grandes criminales: un lugarteniente.

Se fijó en un tipo rechoncho que había nacido en Sicilia en 1887, que vivía en Nueva York y a quien todos conocían como Johnny Torrio.

Torrio habría crecido en Brooklyn como un auténtico bicho raro. Era listo, bastante estudioso y, de más mayor, ni fumaba, ni bebía, ni apostaba, ni follaba. Quizá era la consecuencia que le quedaba de los años adolescentes, en los que había llegado a estudiar para entrar en el seminario. Tenía, según decían quienes lo conocieron, un olfato increíble para los negocios; por qué no se dedicó a ellos por la vía legal y decidió desarrollarse en el mundo de las personas que apartan al competidor disparándole en las piernas, es un misterio. Pero lo cierto es que sus trabajitos para la mafia neoyorkina fueron tan finos que su relato llegó a Chicago, motivo por el cual Colosimo le fichó.

Antes incluso de que se aprobase la ley Volstead, Colosimo ya había montado algunas destilerías clandestinas. Torrio tomó esos activos y con ellos creó un emporio del alcohol ilegal, diseñado para diseminar su influencia por Chicago y el estado de Wisconsin. Sin embargo, pronto surgieron los problemas. El negocio ilegal siempre tiene competencia, y Chicago no era una excepción. En realidad, a principios de los años veinte el alcohol ilegal en Chicago no estaba tanto en manos de los italianos, como de los irlandeses. Todo el mundo decía entonces que un irlandés en América tenía apenas dos destinos: o ser delincuente, o ser policía; y no eran pocos los que dudaban de que la distinción estuviese clara. En todo Chicago eran famosos los restaurantes irlandeses con doble bodega: en la primera, las viandas; en la segunda, cajas y cajas de alcohol.

Y aquí llega la primera invención de Torrio. Porque la Mafia antes de Torrio estaba formada por pistoleros, por así decirlo, multifunción. Una banda que traficaba con alcohol tenía falsos camiones de leche que transportaban falsas botellas opacas de leche en realidad llenas de whisky, y los mismos tipos que fabricaban, acarreaban y vendían el alcohol venían a ser los que se liaban a tiros si había problemas. Torrio, sin embargo, comprendió que un crimen verdaderamente organizado necesita pistoleros que sólo sean eso. Le costó hacer entender a Colosimo que necesitaba ejércitos de muchachos que lo mismo se pasaban meses jugando a las cartas, pero que entraban en acción cuando hacía falta. De alguna forma, Torrio inventó los ejércitos de soldados mafiosos, como inventó el procedimiento de hacer traer soldados de otros estados para los trabajos más complicados, de forma que la investigación de los crímenes, ya de por sí dificultosa, se hiciera casi imposible.

Cuando Colosimo se convenció, Torrio partió a Nueva York para comenzar a montar su ejército. Se fue acompañado de otro tipo de su calaña, Frank Uale, que se hacía llamar Yale en América. Resulta curioso que Yale fuese el compañero de Torrio en aquel viaje si tenemos en cuenta que, algunos años después, Al Capone lo haría matar.

Torrio y Yale estaban en Nueva York para fichar al tipo más duro de la ciudad, y así lo hicieron. Desde el primer momento, su opción fue Alphonse Capone, napolitano, nacido el 17 de enero de 1899, hijo del honrado barbero Gabriel Capone y líder de una temible banda de matones, la Five Points Gang, que operaba en un barrio entonces existente en el Bronx, donde se las tenía que ver con matones italianos, polacos, irlandeses y judíos. A Capone ya le llamaban entonces Scarface o Cara Cortada por la cicatriz que le recorría la mejilla izquierda y que, según los relatos más probables, fue provocada por Frankie Galluci, otro matón como él con el que se peleó por una tía cuando tenía dieciséis años. No obstante, hay versiones que dicen que la herida se la hicieron durante la celebérrima pelea producida el 27 de mayo de 1915, cuando la banda de Gip el Sanguinario, siciliana, se dio de hostias con la Five Points y otras bandas de napolitanos (un poco al estilo de la pelea que se ve al inicio de Gangs of New York) en lo que en la Historia del hampa ha quedado denominado como «La batalla del Bronx».

Torrio estableció a Capone en el 2220 de la South Sabash Avenue de Chicago, como próspero y pacífico comerciante de muebles de segunda mano. Su función era, como se ha dicho, estar ahí, haciendo sus negocietes, esperando el momento en que su pistola fuese necesaria. Pronto lo fue pero, por mucho que Colosimo y Torrio esperasen que los problemas les llegaran del flanco irlandés, no fue así. Fueron los propios italianos los que quisieron echarlos.

Rocco Maggio y Tony Capellaro, en efecto, llevaban en Chicago algún tiempo más que Colosimo por lo que, cuando las destilerías de éste comenzaron a crecer como setas, se sintieron con derecho de darle una patada en el culo. Maggio y Capellaro eran un poco psicópatas y violentos, lo que le concedía una ventaja a Torrio; a Johnny le gustaba cometer ilícitos como al que más, pero también le gustaba invitar a senadores a sus restaurantes, untar a los jefes policiales, esas cosas. Tenía relaciones en las altas esferas, cosa de la que sus competidores carecían.

Por su parte los irlandeses estaban nucleados sobre todo alrededor de Dion O’Banion, otro personaje bastante parecido a Torrio, pues de noche se dedicaba a coordinar sus actividades criminales, pero de día atendía su negocio de flores, por las que sentía verdadera pasión. Madrugaba para abrir la tienda, algo que la gente nunca pudo explicarse bien, pues pasaba la noche entera de pie.

Eran tres grandes organizaciones creciendo constantemente. Pronto, la ciudad se les quedó pequeña. La cuerda acabó por romperse por el lugar más predecible, es decir Rock el violento. Fue, en efecto, Maggio quien desató las hostilidades. Ya había dejado sus intenciones claras en el primer asesinato de las bandas que se recuerda en Chicago (el del panadero Anthony D’Andrea), en el que no sólo murió la víctima, sino que también el ejecutor, un pistolero irlandés llamado Phil Casey, apareció en una cuneta criando gusanos.

Lo siguiente que hizo Maggio fue incrustar quince balas en uno de los batientes de la puerta de entrada de la casa de Colosimo cuando éste estaba entrando en ella. El mafioso salió ileso del atentado de milagro, y dobló la vigilancia. Luego se marchó de la ciudad a casarse (se había divorciado de Victoria), viaje del que regresó el 11 de mayo de 1920.

A primera hora de aquel día, Jim estaba sentado ante su mesa de trabajo cuando recibió la llamada de un amigo llamado Jim O’Leary, quien le ofreció un cargamento de cerveza cuyo precio podían discutir a las cuatro en el restaurante de Colosimo. Éste dijo que sí y estaba en dicho restaurante a la hora indicada, aunque no para comprar cerveza, sino para ver entrar a cuatro hombres con metralletas que se lo apiolaron en menos tiempo que el que me dura a mí un cruasán.

Todas las sospechas recayeron en Maggio. Ciertamente, el crimen lleva su firma. Sin embargo, hay un dato que siempre ha intrigado a los investigadores. En mayo de 1920, Al Capone ya era el guardaespaldas de Colosimo. Desde el primer atentado, no se separaba de él ni para mear. Pero, entonces, ¿por qué no estaba con él aquella tarde?

También pudo ser, desde luego, Dion O’Banion, el tercero en discordia.

Y aquí es donde Torrio vuelve a innovar.

¿Recordáis la primera parte de El Padrino? ¿Recordáis la jugada maestra de don Vito Corleone tras el asesinato de su hijo Sonny (por cierto: Capone también llamaba Sonny a su hijo)? Hace ver que no quiere más muertes, hace ver que se ha dado cuenta de que es necesaria la paz entre bandas, aunque en realidad está preparando una venganza.

Pues bien: Torrio fue personalmente a encargar las coronas mortuorias de su jefe… a la floristería de O’Banion.

Fue un gesto de paz, de concordia. Fue el primer intento serio por poner un poco de orden en el por definición caótico mundo del crimen. Fue el primer paso del llamado Sindicato del Crimen, en buena parte idea del propio Torrio, un sistema basado en el consenso entre criminales, en el reparto civilizado de áreas de influencia, y en la protocolización del asesinato, que ya sólo podría cometerse bajo autorización del Consejo de mafiosos. Torrio fue, en efecto, el primer mafioso que reaccionó a una agresión tendiendo la mano.

Eso sí, en menos de cinco años después de aquel gesto, el pupilo de Torrio, es decir Al Capone, había acabado con O’Banion y con su lugarteniente Hymie Weiss y había puesto fuera de la circulación al otro, Bugs Moran; pero ésa es otra historia, la de Capone, que tal vez contemos algún día.

La documentación policial de aquella época incluye algunos soplos de confidentes según los cuales el propio Torrio habría organizado el asesinato de Colosimo. La idea no es completamente descabellada. A Colosimo le gustaban mucho las fiestas, los polvos de variada naturaleza y el cachondeo; los buenos mafiosos son austeros y aparecen poco (de hecho, el Sindicato del Crimen acabaría dando la espalda a Capone precisamente por lo visible que era). Para los planes del neoyorkino, el pizpireto jefe era un estorbo.

Pocas semanas después del asesinato de Colosimo, Torrio convocó una cumbre de bandas en la que no se recató de criticar los errores de su jefe en el pasado y de repetir, machaconamente, la idea de que había suficiente para todos sin por ello tener que matarse ni matar policías, que era algo que siempre les creaba problemas. La mentada cumbre produjo, en efecto, un acuerdo y una bajada de la tensión, aunque corta.

El terreno de actuación de la banda de Torrio/Capone había sido siempre el South Side de Chicago. Ahora, querían extenderse por el barrio más al oeste de la ciudad, llamado Cicero. Pero no eran los únicos que habían puesto los ojos en esa área nueva de la ciudad, crecientemente próspera. Especialmente los irlandeses. Y aquí fue donde el matrimonio entre Torrio y Capone se rompió. El primero quería negociar, repartir (más bien deberíamos decir: quería negociar todavía). Torrio prefería, al menos de momento, la transacción, quizá porque sabía que O’Banion, a pesar de apoyarse en dos tipos de tiro fácil como Weiss y Moran, era de su misma pasta. Capone quería cargarse a los irlandeses uno por uno y ya.

Una mañana de enero de 1926, Johnny Torrio salió de casa con su esposa para hacer algunas compras. Cuando salían de los grandes almacenes, cargados de paquetes, justo al ir a abrir la puerta de su coche, otro pasó por la calle a toda velocidad y, desde el mismo, una o varias personas dispararon ráfagas de metralleta.

Según algunas versiones, el de Torrio fue el atentado más raro de la Historia del crimen organizado en Estados Unidos. Porque los pistoleros no le dieron; ni una bala. Ni a su mujer. Por no dar, no dieron ni en el coche. Según esta versión, dispararon cerca, pero al aire. Otras versiones hablan de que resultó herido de varios disparos, pero yo la considero poco creíble teniendo en cuenta que su mujer, que estaba a su lado, salió al parecer ilesa, y una ráfaga de ametralladora no puede ser precisa.

Johnny Torrio pasó unos pocos días en su casa de Chicago, tiempo durante el cual sólo se entrevistó con Capone. Y, pasados dichos días, se marchó en tren a Nueva York y en barco a Italia, y jamás volvió a Chicago.

Quién disparó contra Torrio, con tan mala puntería, nunca se ha sabido. El único hecho cierto es que el principal ganador de la decisión de Torrio fue Al Capone, quien se quedó con toda la organización de Chicago y a partir de ahí viviría cinco años intensísimos que labrarían su fama.

La fama que Johnny Torrio nunca quiso para sí, quizás porque era un mafioso atípico; un mafioso que prefirió la vida sin fama a ser un famoso acribillado a mediana edad.

Torrio, es, por último, una especie de Cid mafioso que gana batallas después de muerto. Regresó a EEUU en los años treinta para declarar en el juicio contra Capone. Estuvo en Nueva York, donde convenció a Charles Lucky Luciano de la bondad de su sistema de reparto de influencias entre bandas, su sistema pactista. Luciano supo ver la bondad de aquel sistema y, aconsejado por Torrio, acabó impulsando la creación del Sindicato del Crimen.

miércoles, noviembre 28, 2007

Decodificando la Historia

Existe una cosa que se llama filosofía de la Historia o historiografía. En ella, la Historia reflexiona sobre sí misma, sobre para qué sirve y sobre cómo conseguir alcanzar esa utilidad. Lo que más nos provoca en este blog es contar anécdotas, pero de vez en cuando no viene mal reflexionar un poco. Así pues, os dejo con este post de Tiburcio, muy muy currado, sobre la Historia en sí misma, centrado en una de las grandes figuras de la misma, como es Arnold Toynbee.

Hala, a reflexionar.


Decodificando la Historia. By Tiburcio Samsa.


Si nos encontramos con un texto que empiece diciendo: «xcdmeifnaor…», hay dos posibilidades: que lo haya escrito un loco o que esté codificado. La diferencia entre ambas alternativas es sencilla: todo consiste en ver si hay regularidades subyacentes, patrones que se repiten.

La Historia es un poco así. Vista desde lejos parece un texto azaroso escrito por un loco. La cuestión es saber si hay patrones, si es posible decodificar el texto. La ilusión última es que si somos capaces de decodificar los 5.000 años de texto transcurridos, tal vez podamos inferir algo de los siguientes.

De todos los que han creído que era posible descubrir pautas subyacentes y universales en la Historia, el que más se lo curró fue Arnold J. Toynbee. La versión abreviada de su Estudio de la Historia ocupa tres volúmenes de unas 450 páginas cada uno. Así que a imaginarse lo que debe de ser la obra completa: 22 volúmenes en la versión castellana.

Toynbee parte definiendo cuál es la unidad de estudio, es decir la civilización. Toynbee distingue veintiuna civilizaciones, ampliables a veintitrés: la minoica; la helénica, heredera a medias de la minoica y que dio origen a la cristiana occidental y a la cristiana ortodoxa (divisible en bizantina ortodoxa y rusa ortodoxa); la siriaca, que dio origen a la iránica y a la arábica, que a su vez se fundieron en la islámica; la índica y su descendiente, la hindú; la sínica, que a su vez dio origen a la civilización del Lejano Oriente (dividible en china y coreano-japonesa); la sumeria, que tuvo descendencia en las civilizaciones babilónica e hitita; la egipcia; en el Nuevo Mundo, tenemos la andina, la yucateca, la mejicana y la maya, fusionadas para producir la civilización centroamericana. A éstas les suma tres civilizaciones abortadas, que fueron frustradas por la dureza de las condiciones en que surgieron: la civilización cristiana del Lejano Occidente (Irlanda), la cristiana del Lejano Oriente (los nestorianos) y la escandinava.

El primer problema que encuentro es que utiliza como unidad de estudio una cuyas definición y delimitación no están muy claras. Viendo la lista que presenta, se me vienen muchísimas preguntas a la cabeza: ¿estados africanos como el del Mali o el Songhai eran meras sociedades pre-civilizadas? ¿por qué no añadir a la lista, por ejemplo, una civilización del Níger? Si la Cristiandad está dividida en dos civilizaciones mellizas, la occidental y la ortodoxa, ¿por qué no dividir el Islam en una civilización sunní y otra shií? ¿por qué no incluir como civilización a la del valle del Indo, que murió sin descendencia? ¿de verdad el imperio hitita era tan diferente, que merezca ser considerado como una civilización aparte? ¿qué hacemos con todo el Sudeste Asiático, que primero fue muy influido por la India y luego por China, aunque también posee algunos rasgos propios? ¿Pertenece a la civilización índica, a la sínica, o es algo completamente diferente?

Su tesis es que la Historia ha avanzado mediante un mecanismo de desafío y respuesta. Una sociedad sufre un desafío. Si lo responde adecuadamente, sube un peldaño en la escala. Si fracasa en la respuesta, se va por el desaguadero de la Historia. Los desafíos, por su parte, pueden ser débiles, como una vacuna caducada, adecuados, como una vacuna efectiva, o excesivos, como el virus vivo aplicado en vena. Por ejemplo, está el desafío de cuando un pueblo bárbaro se encuentra con otro más civilizado. Los pueblos germanos se encontraron a un Imperio Romano debilitado (vacuna caducada); pudieron crear reinos bárbaros herederos de dicho imperio, pero que, salvo los francos, no sobrevivieron. Los celtas se encontraron con una Roma en expansión (virus vivo); no pudieron resistir al envite y sucumbieron. Los aqueos encontraron la fórmula ideal en su encuentro con los minoicos (vacuna efectiva) y de su contacto con ellos nació la civilización helénica.

Los desafíos son al comienzo de la Historia de naturaleza física (desertificación, en el caso de la civilización egipcia; la selva, en el de la maya…) y según las civilizaciones evolucionan los desafíos comienzan a ser más internos que externos y más espirituales que materiales.

Llega un momento en el cual la minoría creadora fracasa a la hora de hacer frente al desafío y se inician los tiempos revueltos. La minoría creadora se convierte entonces en élite dominante. La mayoría se siente cada vez más alienada. La sociedad pierde cohesión y dominio sobre su medio ambiente físico y social. Un Imperio Romano que ha entrado en colapso por un lado deja de mantener sus vías en buen estado y por otro su cultura dominante deja de ser atractiva para el proletariado interno, que se vuelca hacia otras alternativas, como el cristianismo, religión que procedía de una pequeña provincia en el margen oriental del Imperio.

Cuando una civilización entra en colapso, tiene dos vías: la petrificación, como ocurrió en los casos de las civilizaciones egipcia y del Lejano Oriente, y la desintegración. En la fase de desintegración, la minoría dominante trata de crear un Estado universal, que englobe a toda la civilización y detenga el proceso de desintegración, trayendo un período de Paz Universal, que parece un momento de gloria y en realidad es un veranillo de San Martin en el camino hacia el desaguadero de la Historia. Eso es lo que fue el Imperio Romano para la civilización helénica. Mientras, el proletariado interno crea una Iglesia universal y el proletariado externo (los bárbaros) deja de sentir la atracción de esa civilización superior y empieza a comportarse como invasor.

El esquema de Toynbee me recuerda al de los universales lingüísticos de Chomsky. Los universales lingüísticos de Chomsky se ajustaban, ¡oh, sorpresa!, como un guante a las lenguas indoeuropeas, como el inglés, lengua materna de Chomsky. El esquema de Toynbee sigue muy bien la historia de la civilización helénica y del Imperio Romano. Aplicado a otras civilizaciones, hay momentos en los que parece un poco forzado. O muy forzado.

Un ejemplo: la civilización siriaca tuvo sus tiempos revueltos entre el 937 y el 525 a.C. Esos tiempos revueltos corresponderían a la época en la que el imperio asirio andaba haciendo de las suyas en el Próximo Oriente. Toynbee compara ese período a los siglos de luchas por la hegemonía que se produjeron en la civilización helénica entre el inicio de la Guerra del Peloponeso y la formación del Imperio Romano. En el caso siriaco el Estado universal fue el imperio aqueménida. El imperio aqueménida no murió de muerte natural, sino que fue asesinado por Alejandro Magno antes de que hubiera podido completar su curso. La intrusión helénica en el mundo siriaco provocó respuestas de rechazo. Primero el judaísmo, luego el nestorianismo y finalmente el Islam. Las conquistas cataclísmicas del Islam son el reverso de las de Alejandro Magno. La civilización siriaca resurgió de sus cenizas y el Califato árabe retomó las cosas donde los aqueménidas las habían dejado y permitió que la civilización siriaca culminase su ciclo y muriese en paz. Genial para una película de Romero, que se titulase La noche de las civilizaciones vivientes, pero como interpretación de la Historia me parece metida con calzador.

Otra tesis de Toynbee que me parece bastante cogida con alfileres es la de que todas las civilizaciones de tercera generación tienen su germen en una religión universal que surgió en la fase de desintegración de su civilización-madre. Nuevamente es una tesis que se ajusta como anillo al dedo a la civilización cristiana occidental, pero que lo hace un poco menos bien en los demás casos.

Reconozco que las relaciones que establece Toynbee entre religiones y civilizaciones no las entiendo bien. A veces me parece que mezcla churras con merinas para que todo cuadre en sus tesis. Por ejemplo, la civilización sínica tiene como religiones al budismo mahayana y al neotaoísmo y como filosofías al moísmo, al taoísmo y al confucianismo. ¿Por qué el taoísmo es una filosofía y el neotaoísmo una religión? La civilización babilónica engendró una filosofía, la astrología, y dos religiones, el judaísmo y el zoroastrismo. ¿Seguro que el judaísmo es de raigambre babilónica? ¿Y si hubiera tenido, como algunos han sugerido, influencias del atonismo egipcio? Y además, ¿de qué judaísmo estamos hablando? ¿Del anterior al Templo, del del Templo o del posterior? A la rama japonesa de la civilización del Lejano Oriente, Toynbee le descubre cuatro religiones: la Jodo, la Jodo Shinshu, el Nichirenismo y el Zen. Todo es cuestión de nomenclaturas, donde él ve cuatro religiones, yo no veo más que una, el budismo mahayana y dos escuelas muy marcadas, la zen y la de la Tierra Pura (Jodo, Jodo Shinshu y nichirenismo).

Mi impresión es que Toynbee creyó descubrir unas pautas en la civilización helénica y luego quiso aplicarlos a todas las demás. En ocasiones hacen falta unas tragaderas bastante amplias para aceptar sus tesis. Eso sí, el Estudio de la Historia es un modelo de erudición y, para los que tengan la suerte de tener la edición completa, es una delicia seguir cómo Toynbee desarrolla sus ejemplos históricos. Alianza Editorial publicó un librito de Toynbee titulado Guerra y civilización en el que aborda episodios como Esparta, Asiria o las conquistas de Tamerlán, que dan una idea del Toynbee sin abreviar.

Un último apunte que se me ocurre. ¿Y si la Historia estuviese realmente codificada y fuese posible encontrarle pautas ocultas, pero hubiesen cambiado las claves en 1945? El mundo actual, globalizado y cerrado, no tiene parangón con las épocas precedentes. Tal vez si Toynbee hubiese conseguido decodificar la Historia, no le habría servido de nada, porque para 1945 las claves habían cambiado.

domingo, noviembre 25, 2007

La herencia de Prieto

Supongo que los lectores de este blog que están en España o se encuentran informados sobre lo que aquí pasa no expresarán contrariedad alguna ante la afirmación de que si el gobierno actual tiene un miembro sometido hoy a crítica y ciertas dosis de rechazo social, ese alguien es la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez. De todos los puestos gubernamentales, el de Fomento (u Obras Públicas, como se llamaba antaño) es el más cabrón. Casi ningún ministro de Fomento, por no decir ninguno, aguanta de ministro lo suficiente como para inaugurar las obras que planifica. Así pues, para tener éxito en sus inauguraciones, el ministro de Fomento siempre necesita que sus antecesores hayan sido listos; y, al tiempo, todo ministro listo sabe que no será él el que saboreará esas mieles, pues para cuando sus maravillosas ideas sean realidad, él o ella ya serán carne de cañón política y estarán amortizados.