miércoles, abril 23, 2008

Las guerras púnicas (y 2)

La primera parte de esta historia está aquí.


Si Roma hubiera sido una potencia al uso, la I Guerra Púnica habría quedado como una mera trifulca entre dos estados mediterráneos por un territorio. Uno había vencido, el otro había sido derrotado. Fin de la historia. Pero Roma no era una potencia al uso. Roma no quería ser el matón más fuerte del barrio. Roma quería ser el único matón del barrio. La I Guerra Púnica había sido el partido de ida. Ahora quedaba el de vuelta para ver quién resultaba eliminado. Y cuando Roma pensaba en eliminaciones, pensaba en eliminaciones: te arraso las murallas, vendo como esclavos a tus ciudadanos y echo sal sobre el terreno para que ahí no crezcan ni malas hierbas.



¿Eran conscientes romanos y cartagineses en 241 de que la paz no era más que una tregua y de que el conflicto entre ambos sólo podría acabar con la aniquilación de uno de ellos, porque el Mediterráneo era demasiado pequeño para los dos?

Entre el 237, en que se apoderaron de Cerdeña por la cara, y el inicio de la II Guerra Púnica, los romanos estuvieron demasiado ocupados con los galos y con los ilirios como para dedicar mucha atención a los cartagineses. Pero no dejaron de mirarles por el rabillo del ojo para ver lo que se traían entre manos en España.

Para los cartagineses fue otro cantar. La pérdida de Sicilia fue dolorosa, pero así son los azares de la guerra. En cambio, la pérdida de Cerdeña fue harina de otro costal. Roma aprovechó la rebelión de los mercenarios en la isla para conquistarla, violando todos los acuerdos previos con Cartago. Roma había demostrado que era un pescador que pescaba en río revuelto, pero además un pescador hijoputa. Después de aquello, pocos cartagineses quedaron partidarios de la paz con Roma. Fue más la pérdida de Cerdeña que la de Sicilia la que empujó a los cartagineses a buscar el desquite.

En 237 los cartagineses comenzaron la conquista de España. Habiendo perdido Sicilia y Cerdeña tenían que buscar nuevas áreas de influencia para rehacerse. España, además de sus riquezas mineras, ofrecía algo muy atractivo para los cartagineses: una fuente de guerreros para hacer frente a las inacabables reservas humanas de Roma.

La historia según nos ha llegado es que la II Guerra Púnica comenzó porque Aníbal atacó la ciudad de Sagunto, que simpatizaba con Roma, y al hacerlo cruzó el río que delimitaba las áreas de influencia romana y cartaginesa, según el tratado que habían firmado en 226. Lo malo con esta versión es que el río que no debían cruzar los cartagineses era el Iber. Algunos historiadores han intentado arreglar el embrollo, diciendo que Polibio se lió y que donde dijo Iber quería decir Júcar. Me parece más verosímil pensar que Polibio sabía lo que se decía y que todo es un intento de lavarles la cara a los romanos y ocultar que forzaron el desencadenamiento de la II Guerra Púnica con un pretexto fútil.



Lo que molestó a los romanos fue que Aníbal conquistase una ciudad que les era amiga, aunque se encontrase en el área de influencia cartaginesa, según lo acordado. Eso les molestó y en general les inquietaba el imperio que en pocos años los cartagineses se habían labrado en España. Ahora que sus guerras contra los ilirios habían terminado y los galos se mantenían tranquilos, había llegado el momento de volver a ocuparse de Cartago. Sagunto fue una mera excusa. Si no era Sagunto, lo mismo habrían dicho que los cartagineses tenían armas de destrucción masiva y habrían provocado igualmente la guerra.

Los romanos no declararon inmediatamente la guerra, sino que enviaron embajadores a Cartago con una demanda imposible de cumplir: la entrega de Aníbal. Es como si el Real Madrid le dijese al Barcelona: «Entrégame a Ronaldinho que le voy a cortar las piernas a la altura del cuello» [Nota de JdJ: Te saldría mejor el ejemplo con Messi, Tibur]. Pues va a ser que no y ya la tenemos liada.

La situación estratégica de Aníbal al comienzo de la II Guerra Púnica era cualquier cosa menos apetecible. Los romanos dominaban el mar, así que parecía que lo único que podía hacer era quedarse a la defensiva y a parar golpes. Pero no es así como se ganan las guerras y menos a los romanos. El plan de Aníbal era tan osado como genial y no me extraña que a los romanos les pillase por sorpresa: cruzar territorio no amigo o incluso hostil en el norte de Hispania y sur de la Galia, atravesar los Alpes y golpear a Roma en su patio trasero. El objetivo último era provocar el levantamiento de los aliados de Roma y que Roma, desprovista de una importante fuente de soldados y con el enemigo a las puertas, tirase la toalla.

La estrategia de Aníbal hubiese funcionado contra cualquier enemigo que no fuesen los romanos. Entre el 218 y el 216 derrotó abrumadoramente a los romanos en Trebia, Trasimeno y Cannas. Les causó unas 120.000 bajas. Para hacernos una idea de lo que representa ese número, pensemos que en la Antigüedad el único pueblo que soportó tantas bajas en combates muy seguidos fue el imperio persa en su guerra contra Alejandro Magno y tras la tercera y última de las tres grandes batallas que mantuvo contra él, la resistencia organizada colapsó. Era lógico que Aníbal pensase que después de una victoria tan abrumadora como la de Cannas ocurrida a menos de 200 kilómetros de Roma, sus aliados se rebelarían y Roma pediría la paz. Sólo ocurrió lo primero y aun así parcialmente.

Poco después de Cannas, Capua pidió a Roma igualdad de derechos y al no obtenerla, firmó la paz con Aníbal. Buena parte de la Apulia, los samnitas, los brucios, los lucanos y la mayoría de las ciudades griegas del sur siguieron el ejemplo de Capua. Se ha criticado mucho que Aníbal no atacase Roma después de Cannas. Son críticas injustas. Aníbal sabía que no estaba en condiciones de sitiar Roma. Inmediatamente después de Cannas los romanos fueron capaces de movilizar 50.000 hombres. Si Sagunto había caído sólo al cabo de ocho meses de asedio y eso que estaba al lado de las fuentes de abastecimiento del ejército cartaginés, cabe imaginarse en qué podría convertirse un intento de asediar Roma. La única baza con la que contaba Aníbal era su ejército de unos 45.000 hombres, que además estaban operando muy lejos de sus bases. Aníbal no podía poner a su ejército en un peligro innecesario. Si una victoria como la de Cannas no había servido para que los romanos pidiesen la paz ni para que todos sus aliados los abandonasen, las cosas empezaban a ponerse de color de hormiga. A Aníbal le pasó un poco como a los alemanes ante la URSS en 1941: o ganaban en los primeros rounds aprovechando la superioridad de sus tropas o de sus generales, o estaban condenados a la derrota porque la superioridad en medios de sus enemigos iría inclinando la balanza progresivamente en su contra.

A partir de 215 Aníbal intenta la estrategia de cercar a Roma, ya que no se atreve a atacarla directamente: su ejército conquista las partes del sur de Italia que permanecen fieles a Roma, Cartago intenta recuperar Cerdeña aprovechando una revuelta local, también envía tropas a Siracusa, que se pasa al bando cartaginés, y finalmente trata de implicar a Filipo V de Macedonia en la guerra. El elemento clave de esta estrategia tan ambiciosa era el ejército de Aníbal. Era preciso que conservase la iniciativa y distrajese las tropas romanas de manera que no pudiesen acudir a los nuevos frentes que se les abrían. Desgraciadamente para él, carecía de tropas suficientes para ello. Sus victorias le colocaron en la tesitura de tener que pasar a la defensiva para defender a sus nuevos aliados de los contraataques romanos. De hecho a partir de 215 una de las grandes preocupaciones de Aníbal sería la protección de Capua, su principal aliada en Italia.

Pienso que Aníbal empezó a perder la guerra en el momento en que empezó a perder la iniciativa en Italia. Lentamente los romanos fueron apagando los nuevos focos de peligro que Aníbal había intentado atizar contra ellos. En 212 cayó Siracusa y en 211 Capua. También en 211 los romanos se aliaron con la Liga Etolia y de repente Filipo V perdió todo su entusiasmo por Iliria; en cualquier momento le podían apuñalar por la espalda en Grecia. Con la suerte de la guerra volviéndose a su favor, los romanos enviaron al joven Escipión a España, para destruir la principal base del poderío cartaginés. Pronto las cosas se les pusieron a los cartagineses de color de hormiga en España: perdieron Cartago Nova y empezaron las revueltas de las tribus iberas. A la desesperada, el general cartaginés Asdrúbal decidió partir con sus tropas hacia Italia para reforzar a su hermano. Era un órdago a grande y bastante desesperado: estaba dando por perdida a España, la principal fuente de reclutamiento de soldados y de riquezas para los cartagineses. Si la jugada no salía bien, ya quedaría poco que rascar para continuar la guerra. La jugada salió de desastre. Asdrúbal y la mayor parte de su ejército fueron masacrados en el río Metauro, en el norte de Italia, en 207. Visto con perspectiva resulta evidente que el plan no podía funcionar. Era prácticamente imposible que el ejército de Asdrúbal pudiera cruzar la península itálica para reunirse con su hermano en el sur de la misma.

Para 206 la situación era desesperada y si hubiésemos estado en la I Guerra Púnica, sin duda en este momento los cartagineses habrían pedido la paz. Pero el recuerdo de las condiciones impuestas en 241 y, sobre todo, lo que había ocurrido con los capuanos, los siracusanos y los tarentinos cuando se habían rendido era como para echarse a temblar. Los cartagineses continuaron la guerra.

A partir de 206 las operaciones romanas se centraron en terminar la conquista de la España cartaginesa, mantener bloqueado a Aníbal en el sur de Italia y preparar el desembarco en el norte de África. La batalla final tuvo lugar en Zama en 202. Allí Escipión el Africano derrotó a un Aníbal que había logrado burlar el cerco romano y regresar a su ciudad con sus tropas. La derrota cabe achacarla básicamente a que una parte importante del ejército de Aníbal estaba compuesta por tropas norteafricanas poco entrenadas, poco combativas y poco motivadas. Pero que ganase o perdiese era irrelevante: los romanos ya tenían otro ejército en reserva por si Escipión perdía la batalla.

Podemos imaginarnos las condiciones de paz que le fueron impuestas a Cartago. Quedó reducida a ser una ciudad comerciante en el norte de África con una esfera de acción reducida y pocas defensas.

De la III Guerra Púnica no me ocuparé. Fue un episodio vergonzante, que sólo podía tener el final que tuvo: el aplastamiento total de Cartago por los romanos. Por cierto, que de alguna manera éstos justificaron la guerra alegando que había sido una guerra preventiva. ¿Resulta familiar el término?