viernes, noviembre 20, 2009

El Santo Niño de La Guardia

La Historia de la Humanidad está repleta de procesos amañados. Son muchos los poderosos que han utilizado la tarima judicial para llevarse por delante a sus enemigos, para laminarlos, encerrarlos de por vida o ejecutarlos, a base de endilgarles crímenes que no habían cometido. Así pues, en el Hall of Fame de las putadas judiciales, hay mucha tela que cortar y mucha competencia. Pero, no obstante, tratándose de un récord negativo, los españoles no podíamos quedarnos atrás. Con este post, de alguna forma, presento nuestra candidatura: el proceso del asesinato del Santo Niño de la Guardia. Razón fundamental para considerarlo el mayor proceso montado desde la nada es, por supuesto, su consecuencia: no sólo fueron muchos los ejecutados por un crimen que nunca cometieron, entre otras cosas porque nunca hubo crimen, sino que el encausamiento, a juicio de muchos expertos, sirvió para dar el último empujoncito en un proceso que provocó una oleada de crímenes y condenó a un pueblo entero: la expulsión de los judíos de España en 1492.

Desde la Baja Edad Media, en toda Europa (esto que quede claro: en toda Europa, en modo alguno sólo en España) existe la tradición, o convicción, de que los judíos tenían la costumbre de clonar la pasión de Jesucristo, que para ellos sería el día feliz en que se apiolaron al barbas, secuestrando un niño pequeñito y crucificándolo vivo. Según los diferentes relatos, el hecho podía venir o no acompañado de diversos actos de profanación de hostias consagradas. En 1171, en Blois, Francia, una acusación de crimen ritual cuyo fondo real parece ser que a Isabel, la mujer legal de Theobaldo de Champagne, le jodió que una judía se estuviese pasando por la piedra a su marido, provocó la cremación de 51 personas. En 1285, en Munich, otra acusación de crimen ritual bate el récord con 124 ejecutados. En 1421, un suceso real pero más que probablemente fortuito, el ahogamiento de tres niños en Viena, provocó una furia antijudía de tal calibre que en torno a un centenar de vecinos hebreos de la ciudad fueron quemados. En España, tenemos la presunta crucifixión de Santo Domingo del Val (Zaragoza, 1250); otro secuestro y crucifixión infantil en Valladolid, 1452. O el de Sepúlveda, en 1468.

Las Partidas de Alfonso X el [presunto] Sabio (VII, XXIV , Ley segunda) dan por indubitable esta práctica judía y condenan a muerte a quienes sean detenidos por ello, aunque, vaya hombre, la ley previene que eso será «si se pudiere averiguar». En 1492, cuando los judíos no bautizados sean expulsados de España, esta ley será esgrimida como sólido precedente. Otro clavo en el ataúd lo clava el ex judío converso Fray Alonso de la Espina, autor de un libro titulado Fortalitium Fidei o fortalecimiento de la fe, que es una invectiva contra todos los no cristianos, a los que acusa de todo tipo de delitos que dice totalmente probados.

En realidad, todos estos casos son fruto de la sugestión popular, hábilmente alimentada desde las sotanas. Tomemos el caso de Sepúlveda, por ejemplo. En la Navidad de 1468, se extiende por la población el relato de que Salomón Picho, rabino de los judíos del vecindario, había secuestrado un niño cristiano, lo había llevado a un zulo secreto y allí lo había injuriado y humillado de diversas formas, para terminar crucificándolo vivo hasta la muerte. El obispo de Segovia, Juan Arias Dávila, él mismo judío converso (y, como todos los conversos, peor con los judíos que cualquier no judío), hizo prender a todos los presuntos responsables, quemó a 16 de ellos y al resto los arrastró por las calles y luego los ahorcó. Estos hechos, ya de por sí brutales, no convencieron al pueblo de Sepúlveda, cuyos vecinos resolvieron entrar a saco en la judería y llevarse por delante a todos los judíos, de todas las edades (de donde hemos de concluir que matar a inocentes niños judíos, lejos de ser pecado, estaba justificado; como lo estaba para Heinrich Himmler. Y cada palo, que aguante su vela).

Unos veinte años después del follón de Sepúlveda, será el Champions League de los inquisidores, fray Tomás de Torquemada, personaje que, que yo sepa, no ha sido jamás repudiado por la Iglesia Católica, quien tome cartas en el asunto y se dé cuenta (porque cabrón era un rato, pero eso no significa que fuese idiota) de que esta historia de los niños crucificados le podía dar la clave para terminar acabando con los judíos, cual era su obsesión. Veamos cómo lo hizo.

Se dice, y que yo sepa no se tiene ni media idea de cómo ni por qué surgió la noticia, que durante la procesión de la Asunción o el Corpus toledano de 1489, un niño desaparece, secuestrado en la Puerta del Perdón de la ciudad. La cosa está tan clara que, según qué crónica contemporánea se lea, el niño se llama Juan o se llama Cristóbal; tiene cuatro años o siete; o era oriundo de Aragón, de la Rioja, de Jaén o del propio Toledo. Se dijo que era hijo de Alonso de Pasamontes y de Juana la Guindera. Tortilla al gusto.

En las pesquisas realizadas, resultan detenidos una serie de judíos y conversos judaizantes: del primer grupo, Yuce Franco, natural de Tembleque, y Moshe Abenamías, de Zamora; en el segundo, Alonso, Lope, García y Juan Franco, Juan Ocaña y Benito García, todos de La Guardia. Todos estos vivos, más los judíos muertos Yuça Tazarte, Moshe Franco (hermano de Yuce) y David de Perejón, fueron juzgados en diversas causas. Los cargos, por orden de gravedad (repito: por orden de gravedad) fueron: propagar la ley mosaica; crucificar a un niño cristiano en Viernes Santo; y contratar el robo de una hostia consagrada. Retened este asunto del orden de prioridades delictivo, porque lo volveré a sacar a pasear dentro de algunos párrafos.

El proceso empieza el 17 de diciembre de 1490 y termina el 16 de noviembre de 1491. ¿Por qué un proceso tan largo? Pues por una sola razón: para tener tiempo de animar a los acusados a confesar lo que hace falta que confiesen.

En realidad, los principales testimonios serán los de Yuce Franco y Benito García. Para que valoréis el estado de entereza de ánimo que alcanzó Benito en el proceso, supongo que os bastará el dato de que quiso cortarse el pene a lo vivo para que así no se pudiera demostrar que estaba circuncidado, evitando con ello morir abrasado.

Pero vayamos con Yuce. En diciembre de 1490 comienzan a interrogarlo, sin muchos resultados. El 10 de enero del año siguiente, admite haber viajado a La Guardia para buscar ingredientes para hacer el pan de la Pascua judía, momento en que entra en contacto con los conversos. No es hasta el 10 de abril, cuando lleva cuatro meses siendo torturado, cuando Franco empieza a hablar del asunto de comprar una hostia consagrada para hacerle cositas herejes. El 7 de mayo, sin embargo, ya confiesa el lugar donde escondieron al niño, en unas cuevas de los arrabales de La Guardia, e implica a varios cómplices. Aunque, llevado quizás por la compasión, Franco sólo señala a los tres muertos incluidos en la causa.

El 9 de junio, tanto Franco como Benito García comienzan a contar historias que mezclan la sangre de los niños cristianos y la hostia consagrada. Aparecen también, como cooperadores, los Franco de La Guardia, que son conversos, algo que probablemente Torquemada estaba buscando ávidamente desde el principio, y luego veremos por qué.

Durante los calores del verano, los huesos de ambos imputados son convenientemente retorcidos para acabar de la hilar una historia completa, de modo que el 25 de octubre la acusación presenta lo que podríamos denominar sus conclusiones y se elabora un fallo en borrador. Para completar este borrador, Yuce Franco será torturado dos veces más: el 26 de octubre y el 12 de noviembre, apenas cuatro días antes de que lo quemasen vivo (o medio vivo).

Las confesiones finales de los procesados son alucinantes. Según aceptaron meses después de empezar a sufrir que les torturasen, la razón del secuestro es que el rabinazgo francés les había convencido de que si mezclaban la sangre de un niño cristiano y una hostia consagrada podrían envenenar las fuentes de agua y los inquisidores morirían al beberla (curioso caso de envenenamiento selectivo éste). El caso del Santo Niño de la Guardia, por lo tanto, se convierte, por mor de esa confesión tan oportuna, en un caso cuyo centro delictivo es la voluntad de los conversos de La Guardia de librarse de los inquisidores, pues el ámbito de actuación de la Inquisición se refiere a los judíos bautizados (conversos); tecnicismo legal que, en este proceso, se pasaron los inquisidores por donde amargan los pepinos. Y digo que la confesión es oportuna porque así se centró el delito en una presunta conspiración en la cual los principales interesados no eran los judíos puros, sino los conversos. Que era lo que Torquemada quería.

En una muestra más de la alucinante manipulación que fue aquel proceso, alucinante casi incluso para aquellos tiempos, os diré que la principal prueba de la acusación fue... el parecido entre los campos de La Guardia y Palestina. En efecto, en medio de sus alucinaciones entre tortura y tortura, los dos principales testigos admitieron que se habían llevado el niño a la población toledana de La Guardia por el parecido del lugar con Palestina, su tierra prometida. Ante el juez, el furibundo antijudío fray Antonio de Guzmán explicó las similitudes entre ambas tierras las cuales, de todas formas, fueron confirmadas gracias a unas oportunas revelaciones divinas recibidas por otro fraile, fray Simón de Roxas.

El 16 de noviembre de 1491, como hemos dicho, terminó el juicio con la ejecución de los acusados.

El asunto de la Inquisición es todo un debate histórico que no terminará nunca. Hay, como sabemos bien, una Leyenda Negra, alimentada por autores europeos no españoles, sobre la extremada violencia de la Inquisición española. Cierto es que esta Leyenda Negra es muy graciosa, viniendo como viene de lugares como Francia, país en cuyo entorno geográfico hubo herejes como los cátaros que fueron totalmente borrados de la Historia, y no precisamente a base de bombas de perfume a lo Rita Irasema; Centroeuropa, donde los albigenses, como todo el mundo sabe, fueron tratados con la mayor de las conmiseraciones y un escrupuloso respeto de sus derechos; o la siempre inmaculada Inglaterra, la cual se desempeñó tras la desafección anglicana con los católicos interiores con una violencia que a menudo olvidamos (más bien: que rara vez se cuenta) y que alcanza su quintaesencia en las relaciones con el vecino irlandés. La Leyenda Negra, además, alimenta versiones falsas e interesadas, como aquella que quiere ver en la Inquisición una institución especialmente proclive a la tortura, cuando no lo era más que la justicia seglar y, en no pocas ocasiones, incluso menos, prefiriendo algunos encausados caer en los brazos judiciales inquisitoriales antes que en las manos del corregidor de turno. Todo esto es cierto, como también lo es que la Inquisición nunca ajustició a nadie puesto que, una vez condenado el condenado, era entregado a la justicia secular para su traslado a la churrasquería.

Todo esto, digo, es cierto, o a mí me lo parece. Pero de ahí a sostener que la Inquisición no es lo que básicamente se le acusa de ser, hay un trecho muy, muy largo.

El argumento de que la Inquisición no ejecutaba es pueril. Tan pueril como si Hitler hubiese sido encausado en Nuremberg y hubiese aducido en su defensa que no se le podía cargar con la muerte de ningún ingresado en un campo de concentración, puesto que él, cosa cierta, jamás accionó el mando que liberaba el gas venenoso de las cámaras. Si los pobres condenados llegaban a la plaza del pueblo el día del auto de fe, era por la acción, torticera y violenta, de los inquisidores. La Inquisición, además, era una institución esquizoide, fiel reflejo de la mentalidad asimismo esquizoide o sicopática de la propia Iglesia en aquellos siglos. La propia lista de los cargos de los judíos encausados por el crimen del Santo Niño nos da una pista. Peor delito es vocear las virtudes del Talmud que coger (presuntamente) a un niño de cuatro años, clavarlo a unos maderos y verlo morir, en ocasiones mediando diversas torturas físicas por el camino. Acojonante. Alguien que tiene esa escala de valores, claro, es alguien a quien no le importa conseguir una confesión bajo tortura y darla por válida.

Lejos de considerar que somos (los españoles, digo) víctimas de una monumental campaña de prensa histórica en nuestra contra (que algo de eso hay, no obstante), hay que partir de las bases a mi modo correctas: la Inquisición es un tribunal de guerra. De la guerra librada por el catolicismo contra todo cristo para conservar su monopolio espiritual, que era también un monopolio temporal. Como todo tribunal de guerra, es una corte en la que los derechos de los acusados, el respeto a unas mínimas formas procesales, y la idea ésa de que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario sin sombra de duda, son puestas en solfa.

¿Se pudieron hacer las cosas de otra manera? La respuesta, siempre, es: sí.

Pero volvamos al 16 de noviembre de 1491, día grande inquisitorial. La Inquisición, siempre pronta a mostrar el Amor Universal al Prójimo que teóricamente debía profesar teniendo las creencias que tenía, ofrecía siempre a los condenados una última oportunidad. Dado que morir quemado a fuego lento es una de las formas más jodidas que existen de morir, y es por lo tanto normal cagarse y mearse de miedo ante la perspectiva, los condenados, ya atados al poste, recibían el ofrecimiento de ser relajados, esto es: caso de profesar, en el último momento, la religión católica; caso, por lo tanto, de morir besando la cruz que portaban aquellos que los estaban asesinando bárbaramente, eran estrangulados allí mismo, para sí ahorrarse el tormento del fuego. Eran quemados de todas maneras, pero ya muertos. Esto pasó con Benito Garcia de las Mesuras, el del pene; así como Juan de Ocaña y Juan Franco. El resto, no. El resto se empeñó en morir como judíos. Y es que mira que hay gente terca por el mundo.

¿Por qué esta insistencia? ¿Por qué tanta paciencia torturadora que espera con frialdad durante meses hasta que los imputados confiesan lo que tienen que confesar? Pues hay, a mi modo de ver, una razón fundamental. A los ojos de Torquemada, el elemento fundamental del proceso del Niño de la Guardia, que lo hace distinto a cualesquiera otras presuntas crucifixiones de niños ocurridas con anterioridad, es que no fuese realizada sólo por judíos. Lo que quería demostrar el fraile inquisidor con aquella movida era algo muy sencillo: la presencia de los judíos, de los judíos puros, por mucho que se encierren en sus ghettos; por mucho que sólo se casen entre ellos; por mucho que no se relacionen con los cristianos; por mucho que se les limite las profesiones que pueden ejercer; la presencia de los judíos, digo, es peligrosa. Porque si quedan judíos por ahí moviéndose y dando por culo, siempre podrá pasar lo que le pasó a los hermanos Franco de La Guardia y a Benito García, todos ellos conversos epidérmicos: arrastrados por el ejemplo cercano de los judíos que seguían siéndolo, acabaron pecando como ellos. De ahí a la idea de que no hay más huevos que separar a conversos de judíos sólo hay un paso.

Para la Inquisición, para Torquemada, era fundamental demostrar que el Santo Niño de la Guardia fue asesinado por una coalición de judíos y cristianos, malos cristianos, conversos cabrones, pero cristianos. Como los conversos eran de La Guardia, de ahí toda la obsesión porque todo ocurriese ahí; de ahí la obsesión por demostrar que el lugar era un vivo retrato de la Cisjordania. La importancia del proceso, a mi modo de ver, no está en Yuce Franco. Yuce Franco era judío, y si él fuese el centro de los hechos, el Santo Niño de la Guardia no pasaría de ser un episodio más de furia antijudía, y no habría dado los réditos que dio este montaje.

Porque bien poco tiempo después de todo esto, oh casualidad, Isabel de Castilla estampaba su sello en la orden de expulsar a los judíos no bautizados de España. Torquemada ya tenía lo que quería: las manzanas podridas, a freír espárragos. Por medio, una crisis económica de la hueva, un retraso secular para el desarrollo intelectual español, y otras muchas cosas. Pero eso al buen fraile se la trajo al pairo.

Los acusados, puestos a confesar, además de confesar la complicidad de varias juderías españolas en aquel crimen y la de todo cristo que les fue insinuado, confesaron también dónde habían enterrado los pobres restos de Juanito o tal vez Cristobalito Pasamontes de La Guindera. Pero, ¿a que no lo adivinais? Pues sí: los restos nunca aparecieron. Básicamente, porque nunca hubo niño de la Guardia ni (nunca mejor dicho) Cristo que lo fundó. Nunca. Cualquier persona medianamente versada en los asuntos de la sicología humana os podrá explicar que alguien que aguanta más de medio año de salvajes torturas antes de confesar un crimen, obviamente no lo ha cometido. Eso sin contar con el leve detalle de que sin cuerpo no hay delito, y tal.

Pero, claro, según explicó la Iglesia, el cuerpo no apareció porque había subido al cielo. ¡Acabáramos!

Muchas personas han oído hablar o han leído acerca del incendio del Reichstag. Hitler hizo quemar el parlamento alemán para luego culpar a los comunistas del atentado y así poder iniciar una represión en contra de ellos que los laminó completamente. El Santo Niño de la Guardia es, a mi modo de ver, el incendio del Reichstag del catolicismo ultramontano español. Es un montaje desde el primer momento, como lo fueron todos los presuntos asesinatos de niños por judíos, dentro y fuera de España. Nunca existió Juanito, ni Cristobalito. Nunca estuvo en la Puerta del Perdón, nunca pasó por allí Yuce Franco para secuestrarlo. Nunca hubo un niño secuestrado en las cuevas de La Guardia, y nunca fue clavado a una cruz para obtener su sangre, mezclarla con hostias consagradas y así poder enponzoñar el agua que bebían los inquisidores de la zona. Nos encontramos ante un ejemplo supino de abuso de poder, de utilización en beneficio propio de todas y cada una de las estructuras del poder, persiguiendo un objetivo de gran calado, como es la expulsión de los judíos de España. Para conseguir dicho objetivo, no se dudó en sugestionar al pueblo castellano, en alimentar la olla del antijudaísmo, a pesar de los progomos y matanzas que ya había provocado.

El corolario, verdaderamente acojonante, de esta Historia, es que la fiesta del Santo Niño de La Guardia se sigue celebrando hoy en día. No sé si alguien de La Guardia leerá alguna vez esto, pero no quisiera que viera en ello animadversión hacia su fiesta. Esto sí, si yo fuese alcalde del pueblo, la reconvertiría en una fiesta de reencuentro entre culturas, una fiesta de desagravio que, cuando menos tibiamente, les devolviese el honor a esos vecinos de la barriada que un día fueron salvaje e injustamente ejecutados por un crimen que no cometieron.

Pero lo que me parece acojonante es que, si la fiesta existe aún, eso será porque sigue contando con el beneplácito, o más bien el aliento, de la Iglesia Católica.

A mi modo de ver, el Vaticano, la Conferencia Episcopal Española o quien tenga que ver con esta historia debería hacer algo para tratar de convencernos de que reside en el presente siglo, que es el XXI. El montaje del Santo Niño de la Guardia es mucho más que una mera invención beata. Es una conspiración criminal que provocó la muerte de ocho inocentes y que colocó en el disparadero a todo un pueblo, que hubo de sufrir exilio y persecución por ello. Todo parece indicar que la historia fue montada desde el primer momento con esta intención.

Está muy bien eso de pedirle perdón a Galileo por haberle tocado las pelotas. Pero hay crímenes mucho más horrendos, pruebas mucho más grandes de refinada crueldad y la más honda amoralidad, esperando en la cola.

La excomunión de Fray Tomás de Torquemada, ya tarda.

miércoles, noviembre 18, 2009

Entebbe

Junio de 1976. El momento terrorista de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y sus organizaciones más o menos relacionadas está en su punto agraz. De hecho, la década de los setenta es la leche en materia terrorista. Están los palestinos. El IRA. La ETA en España que, precisamente, convierte 1976 en un año especialmente sangriento que culminará, ya en 1977, con el repugnante asesinato por fascistas de los abogados de Atocha. Es también tiempo de Brigadas Rojas y, en Alemania, de una organización radical, denominada Baader-Meinhof por los nombres de sus dos dirigentes, Andreas Baader y Ulrike Meinhof, que acabarán por morir en prisión en extrañas circunstancias.

El 27 de junio de 1976, hace pues ahora la edad de Jesucristo, un avión de la Air France realiza una conexión entre Tel Aviv y París. El avión, un Airbus 300, está formado básicamente por pasajeros franceses y hebreos. El avión hace la escala prevista en Atenas y, una vez hecha, tras despegar, es secuestrado por cuatro terroristas. Dos son miembros del Frente de Liberación de Palestina y los otros dos alemanes, miembros del Ejército Rojo germano, o sea la Baader-Meinhof. Curiosa joint venture ésta. A los palestinos nunca les han faltado amistades on the wild side. También en España. Algo que deberían tener en cuenta quienes piensan que los pedos de Yassir Arafat no olían.

Los secuestradores desvían el avión al aeropuerto de Bengasi, Libia. Otro sitio amigo. Sin embargo, Libia tiene el problema de estar, a su modo de ver, todavía demasiado cerca de Israel. La estrategia de los secuestradores es sencilla: una vez que estén aposentados, exigirán la libertad de varias decenas de palestinos presos en diversas cárceles de cuatro países, la mayoría en Israel, y anunciarán que van a comenzar a matar a los rehenes si no se les hace caso. Dado que piensan dar un plazo muy corto, apenas 48 horas, y dado que probablemente piensan desde el primer momento que Israel no se va a quedar quieta, para ellos es fundamental estar lo más lejos de Jerusalén que puedan y les permita la autonomía del aparato. Hay un candidato claro, un sátrapa reinante en el culo del mundo.

Idi Amín Dadá. En ugandés no sé lo que significa. En gallego significa Gran Cabrón. Antiguo oficial del ejército de Su Graciosa Majestad, Idi Amín ha viajado desde unas posiciones más o menos proocidentales hasta una dictadura sangrienta revestida de conciencia no alineada. Esto de la no alineación, es decir países del Tercer Mundo que animaban una presunta tercera vía entre la URSS y los EEUU, lo cual venía a equivaler a tratarlos por igual, dio para mucho en aquella época. Uno podía cuando menos aspirar a ser un hijo de puta en su país pero, con el cuento de que era un jefe de Estado del Tercer Mundo con conciencia, ser aplaudido en algún que otro departamento de politología en alguna universidad de campanillas. Sic transit gloria mundi.

Amín es el amigo de los palestinos. Para entonces, su conciencia le ha hecho evolucionar hacia un furibundo antisemitismo; y, cuando Amín era antitú, ya te podías ir agarrando bien las pelotas, porque no se paraba en barras. En un acto de acojonante ilegalidad internacional y amoralidad supina, Amín no es que permita que el avión aterrice en el aeropuerto de Entebbe (eso, autorizar que unos secuestradores aterricen en un aeropuerto propio, lo han hecho muchos Estados democráticos), es que los recibe con los brazos abiertos. Eso sí, como Idi Amín podía ser tonto pero no gilipollas, poco tiempo después de llegar el avión a Uganda le arranca a los secuestradores la libertad de 46 rehenes, fundamentalmente mujeres, niños, enfermos y no hebreos. La cosa va de lo que va, y eso los terroristas y su amiguito lo saben bien.

En este momento de las primeras liberaciones, hay que anotar para la Historia los heroísmos, de méritos potísimos. El heroísmo del comandante Michel Bacos y su tripulación, que se negó a abandonar a los rehenes por considerar que eran su pasaje y por lo tanto ellos eran responsables de su bienestar. Y el heroísmo de una anónima monja francesa (nunca he sabido su nombre) que, por ser mujer, es colocada en la lista de evacuados, y se niega a marcharse, solicitando ser canjeada por otro pasajero. La obligaron a bajar, en todo caso.

Horas después, más terroristas del Frente de Liberación de Palestina se unen al botellón. Esto sí que no pasa mucho. Es posible que un avión secuestrado sea autorizado por un Estado a aterrizar en un aeropuerto; pero lo que no suele pasar es que, encima, ese Estado permita a unos secuestradores de refresco que se unan a la partida. El secuestro de Entebbe, pues, tiene una característica muy propia, y es que, al revés de lo que ocurre en otros muchos, aquí, además de los secuestradores, hay un Estado, un Estado soberano, que les da cobijo, apoyo, y aliento. Tanto es así, que la terminal del aeropuerto, donde son desplazados los rehenes, está custodiado, a pachas, por los terroristas y soldados ugandeses.

El ultimátum de los terroristas es el 1 de julio. O sea, tres días, el 28, 29 y 30. Después: bang, bang. Los países que tienen terroristas de los reclamados en sus cárceles comienzan a moverlos con la intención de trasladarlos. Pero no así Israel. Israel sostiene la filosofía de no negociar nunca con terroristas, y contesta que esa ocasión no es una excepción. Sobre Jerusalén llega una doble presión: por un lado, las familias de los rehenes las cuales, como es lógico, aceptarán cualquier cosa con tal de recuperar a sus seres queridos. Por otra parte, la diplomacia, sobre todo francesa, que presiona al gobierno hebreo para que ceda.

Israel, finalmente, cede. Casi a última hora, pero cede. Su cesión tiene como consecuencia que, a causa de su tardanza, los terroristas han de flexibilizar algo sus posiciones: liberan a 101 pasajeros más y aplazan el ultimátum hasta el día 4.

Eso es exactamente lo que está buscando Israel.

La cesión de los judíos se hizo básicamente, según es consenso casi total en los historiadores que he leído, para ganar tiempo. En esas 48 horas que gana amagando con bajarse los pantalones, Israel montará la operación contraterrorista más compleja y difícil jamás planteada, y acabará ejecutándola con precisión de relojero.

Como siempre en estos casos, se manejan opciones. Se plantea una especie de invasión paracaidista del aeropuerto y sus alrededores. O un ataque desde Kenia con lanchas rápidas y vuelta a dicho país. Pero la opción finalmente elegida es la realización de un raid muy rápido que permita coger a los rehenes y llevarlos de vuelta a Israel. A 3.800 kilómetros.

Los rehenes que quedan para entonces en Uganda son todos judíos. El terrorista alemán Wilfried Boese los ha elegido por sus apellidos de especial sonoridad judía; no deja de tener coña la imagen de un alemán de ultraizquierda seleccionando judíos para colocarlos en peligro de muerte. Este tipo de escenas demuestra hasta qué punto los extremos se tocan. O quizá es que son iguales.

Evidentemente, los testimonios de los rehenes liberados aportan información sobre cuántos secuestradores hay, cuántos soldados, etc. Hay uno especialmente importante procedente de un error de los terroristas. Obsesionados con quedarse con los judíos, como he dicho, tienden a quedarse con los de apellidos más marcadamente hebreos. Llevados por ese error, liberan a un pasajero francés que, además de francés, es judío y que, además, tiene formación militar. Al parecer, este pasajero aportó al Mossad datos valiosísimos sobre todo lo que vio (puesto que lo vio con ojos que no solemos tener los demás).

Además, a los judíos les toca la lotería cuando se enteran de que la terminal de Entebbe fue construida, años atrás, por una empresa israelí, con lo que tienen acceso de primera mano a los planos y las technicalities del lugar. Cagando melodías, los judíos construyen una maqueta a escala del lugar (como Clooney y Pitt en Ocean's Eleven) y practican su piñata todo lo que pueden. El 2 de julio, realizan un ensayo con fuego real. Les lleva 55 minutos.

Israel pone en juego siete aviones: cinco C-130, los famosos Hércules, y dos Boeing 707, uno que sirve de cuartel general y otro cuya función es quedar aparcado en Kenia con instalaciones sanitarias para atender a eventuales heridos que lo sean tan graves como para no poder llegar hasta Israel sin ser atendidos. Los cinco Hércules despegan a primera hora de la tarde del día 3 de julio de una base de Israel, cargados con armas, munición, vehículos militares e incluso un Mercedes negro como el que usa Idi Amín, con el que pretenden clonar la comitiva presidencial del sátrapa ugandés y así poder acercarse a la terminal sin levantar sospechas. Por lo que he podido leer, el Mercedes que llevaron no era negro, porque no encontraron un coche de ese modelo y color. Era el Mercedes de un particular pintado a espray.

Uno de los mitos de la operación de Entebbe dice que estos aviones recorrieron los 3.800 kilómetros volando a pocos cientos de metros del suelo para no ser localizados por los radares. Por lo que he podido saber, esto no es cierto. Lo que hicieron fue no volar en formación, sino en fila y respetando las distancias de la aviación civil, para así pasar por simples aviones comerciales.

El primero de los Hércules que llegase a Entebbe tenía que hacerlo a las 23 horas. Pero llega con retraso... de un minuto. Evidentemente, no pidieron pista ni solicitaron iluminación a la torre de control. Tres días antes, como si tal cosa, varios grupos de judíos habían llegado a Nairobi y se habían establecido allí. Eran presuntos comerciantes que en realidad formaban parte de comandos del ejército israelí y que, en la noche del día 3, están en el aeropuerto encendiendo luces para facilitar el aterrizaje. Aún así, y por si se cortaba la luz, conforme el avión tocó tierra bajó el portillo de desembarco (el que lleva en el culo) y, cuando el aparato aún no había parado, varios comandos se tiraron desde él para, una vez en el suelo, encender bengalas para así dar la clave al resto de los aviones de donde estaba la pista.

El siguiente paso es montar la comitiva de Idi Amín y engañar a los vigilantes. Pero eso sale mal: para desgracia de los israelíes, poco tiempo antes de la acción, el puto Amín se había comprado un Mercedes blanco. Los soldados ugandeses se coscan de la movida y empiezan a disparar. Aún y a pesar de este contratiempo, entre el momento del primer disparo y el momento en que los soldados entran en la terminal y comienzan a apiolarse a los que allí tienen presos a los rehenes es de apenas un cuarto de minuto.

En ese momento, aterriza en el aeropuerto un segundo Hércules, con paracaidistas. El tercero, que llega casi de seguido, lleva en su panza carros de combate que cumplen con su misión, que no es otra que pasarse por la piedra a los cazas que el ejército ugandés tiene allí en el aeropuerto. Evidentemente, esta medida está buscando que los ugandeses no puedan perseguir a los aviones cuando se larguen (que hubiera sido de coña. O sea, no sólo albergo a los terroristas en mi país sino que, acto seguido de que sean atacados, yo voy a persigo a quienes los han atacado). Luego aterriza el cuarto Hércules, un avión-hospital. El quinto avión, de reserva, nunca aterrizó en Entebbe. No hizo falta.

Los israelitas se pasaron de tiempo en la operación. Habían calculado 55 minutos. Les tomó 57. Los judíos perdieron tres rehenes en la operación, y rescataron 100. Los muertos fueron Jean Jacques Maimoni, quien no reaccionó a los gritos de los comandos de que se tirasen al suelo, fue confundido con un terrorista y abatido; así como Pasko Cohen e Ida Borochovitch, que fallecieron en la refriega. Una mujer de 75 años, Dora Bloch, tuvo la mala suerte de haber sido evacuada al hospital de Kampala antes de la operación, así pues quedó en poder de los ugandeses. La mataron.

Su única baja militar fue el comandante de la operación, el teniente coronel Yonatan Netanyahu, herido en la espalda, y cuyo hermano escribió un libro sobre toda esta experiencia.

Las bajas en el otro lado fueron 13 terroristas (todos) y 33 soldados ugandeses muertos.

Uganda protestó en las Naciones Unidas por lo que consideraba una violación de su soberanía. El embajador israelí en la ONU se presentó en la sesión y declaró que su país estaba orgulloso de lo que había hecho, y que lo repetiría si se veía obligado a ello.

Puedes encontrar información sobre esto aquí (inglés), aquí (inglés), aquí (inglés) o aquí (español), por ejemplo.

lunes, noviembre 16, 2009

El debate en torno al federalismo

En estos tiempos modernos, como en todo, a mucha gente la da por pensar que lo que les pasa no ha pasado nunca (por eso son modernos). Pero los tiempos, en realidad, tienen su punto cíclico, lo cual quiere decir que hay cosas que se repiten insistentemente.

El debate sobre la organización territorial de España es muy antiguo. No proviene ni de la Transición ni de la República, aunque sean estos dos momentos históricos los únicos que propiamente han llegado a conceder autonomías. Pero hay un punto de la Historia de España en el que, en realidad, este debate fue mucho más rico e intenso, y fue la I República. La discusión parlamentaria de la que iba a ser la Constitución de la I República fue, en gran parte, una discusión en torno a un tema hoy tan de moda como si España debía organizarse mediante un sistema federal.

En el marco de dicha discusión brilló un diputado canario hoy olvidado pero que, en realidad, fue uno de los mejores oradores que pisaron esa tribuna, todo hay que decirlo, tan pródiga en tuercebotas y torpes lectores de discursos escritos. El discurso de Fernando de León y Castillo, entonces joven diputado, en el curso del debate producido el 11 de agosto de 1873 tiene, creo yo, su interés para ser leído hoy en día. Interés, cuando menos, por lo curioso. Cierto es que está notablemente influido por la coyuntura, no tanto por el hecho de que España era entonces una república, como por el hecho de que estuviese convulsa por la resistencia carlista y, en el momento de las discusiones, por las gravísimas rebeliones cantonales, de las cuales la más grave fue la de Cartagena.

Pero, independientemente de estos hechos del presente de sus palabras, os traigo aquí el discurso para que veais que, hace 125 años,ya se pronunciaban en el palacio de la carrera de San Jerónimo palabras que llevaban embebidos tres debates bien modernos: uno, España se rompe; el otro, la nación española es un concepto discutido y discutible. Y, en tercer lugar, last but not least, la presunta modernidad del federalismo. Es en este tercer punto donde creo yo que este discurso es más curioso. Porque en los tiempos que corren, a causa sobre todo del lobby intelectual ejercido por los nacionalismos y por la enorme cautivación que ha ejercido el autonomismo en todas las formaciones políticas, parece haberse consolidado la idea de que el federalismo (y el autonomismo no es sino un federalismo desleído) es lo más de lo más de la modernidad de las ideas. Desde el punto de vista histórico, éste sí es es un concepto, si no discutido, sí, desde luego, discutible.

Dejemos hablar a don Fernando:

Si el proyecto llega a ser ley fundamental, no hay para qué hablar de la nación española, porque habrá desaparecido dividida y deshonrada; aquí donde todos somos ya ciudadanos; aquí, donde a todo el mundo se le desea Salud y República Federal; aquí, donde os habéis entretenido en suprimir títulos, condecoraciones y tratamientos; aquí, donde ya falta poco para que todos nos tratemos de tú; aquí, donde se ha copiado hasta las chocheces de la vieja escuela revolucionaria francesa, habéis querido tener la originalidad y habéis dado vida a la República Federal. Pero digo mal: ni aun en esto ha sido original el partido republicano. La federación es un despropósito traducido al castellano por el señor Pi i Margall. Proudhon escribió El principio federativo; tradújolo el señor Pi i Margall; encontrólo aceptable por lo disolvente, y he aquí la federación convertida en ideal de gobierno para el Partido
Republicano.

Es triste cosa que quiera someterse a un país a la dolorosa prueba de renunciar a todas sus glorias; es triste cosa que haya un partido de tal manera en pugna con el sentimiento público, que vaya en un momento de horrible confusión a aventar sobre este país convulso, para abrasarlas en nuevo fuego, las cenizas de las nacionalidades muertas, que habían venido a confundirse en una patria común. El señor Castelar, en uno de sus más elocuentes discursos, decía: antes que republicano, antes que liberal, antes que federal soy español. Pues no se puede ser federal y español. Hablar hoy de federación es hablar de disolución. La federación se hace de abajo a arriba, y en esto se diferencia de la descentralización, que se hace de arriba a abajo. Yo, que condeno la insurrección cantonal, digo que es lógica, porque ha empleado el único procedimiento conocido para llegar a la federación. Ha partido de la independencia para llegar a la federación, como se ha partido de la federación para llegar a la unidad.

Después de todo, yo comprendería vuestra actitud, porque os llamáis un partido esencialmente progresivo, si la federación fuese un progreso. Pero, ¿por ventura lo es? A mi juicio, es un retroceso, un anacronismo, un absurdo. la federación se presenta en el periodo anterior a las grandes nacionalidades como punto de paso para llegar a la unidad: es un momento de crisis necesaria. Suiza y los Estados Unidos pugnan hoy por tener a todo trance lo a que a todo trance os empeñáis vosotros en perder: la unidad del Poder, que se opone a la descentralización. A mayor libertad, mayor fuerza de los gobiernos. Esto sucede en todas partes, menos en España, donde, para pasar por liberales, los gobiernos necesitan cruzarse de brazos ante los excesos, ante los atentados, ante todos los crímenes que se cometan en nombre de la libertad, que no son pocos. Por eso aquí la libertad es la licencia y la anarquía y la barbarie.

Pero decía que la federación es un periodo anterior a la formación de las nacionalidades. ¿Qué fue el feudalismo sino una federación de señoríos? ¿Qué papel representaba entonces el monarca? El que ahora queréis dar vosotros al Poder central. Yo tenía aprendido que la muerte del feudalismo en la unidad del absolutismo regio había sido un progreso relativo, pero un gran progreso: mas veo que estaba en un error, porque aquí vamos al feudalismo, a la tiranía local y provincial.

Las federaciones han sido siempre un gobierno interino, un
modus vivendi, para llegar más tarde a la unidad. Es más; cuando en las federaciones no se determina el movimiento hacia la unidad, cuando se estacionan, se constituye un estado de cosas en que la vida es imposible, hasta que desaparece, dejando tras de sí la sangrienta huella de intestinas discordias. Nosotros, por primera vez, fuimos independientes cuando se realizó la unidad nacional.

Decís también que en España hay tradiciones federales. Es cierto: como todos los pueblos de Europa que se han constituido y han realizado su unidad por medio de la federación. Pero, ¿hemos de volver a los tiempos de Enrique IV y Juan II? ¿Hemos de volver a aquella confusión de la que surgió la nacionalidad española? ¿Quién habría de decir que el partido republicano, tan progresivo, buscaría sus soluciones en la Edad Media? Los carlistas, los absolutistas, vuelven los ojos a la monarquía de Felipe II y quieren restaurarla con las modificaciones que exigen las mudanzas de los tiempos, pero vosotros vais para atrás; vosotros queréis restrablecer la confusión de la Edad Media. Pues, ¿qué son vuestros Estados, sino un mal recuerdo de los antiguos reinos?

¿Qué es la federación para vosotros? La autonomía de los Estados. Pues no es difícil prever, conociendo la Historia de este país, que el que vote la federación vota la disolución nacional. La tendencia a la indisciplina y la propensión al aislamiento que constituyen el fondo de nuestro carácter, producirá la guerra de familia a familia, de partido a partido, dentro de un mismo pueblo, de pueblo a pueblo, de Estado a Estado; y estos odios, y estos antagonismos que en otros tiempos nos sometieron al yugo de los conquistadores, producirán la disolución y la muerte. ¿No teméis dar nueva vida a esos gérmenes de disolución y de muerte? Hasta ahora somos españoles; dentro de poco no habrá más que catalanes, castellanos, valencianos, aragoneses, etc. ¿De qué va a servir el lazo federal en este país? Este lazo ha de ser la cuerda en que aparezca pendiente ante la vergüenza pública y ante la compasión del mundo, la grande y desdichada nacionalidad española.