jueves, febrero 18, 2010

El gran héroe americano menorquín

En la primavera de 1870, el primer almirante de la Historia de los Estados Unidos, David Glasgow Farragut, visitó diversas ciudades de Europa como embajador de buena voluntad de la nación que acababa de sufrir una guerra civil. Dentro de aquella visita a las principales ciudades del viejo continente, Farragut quiso detenerse ex profeso en la pequeña ciudad de Ciudadela, en la isla de Menorca. Lo hizo así para recordar a su padre, George, para nosotros Jorge, Farragut, quien un siglo antes había abandonado aquel lugar para fundar la primera, tal vez la más mítica, dinastía de marinos de aquel país.


Jorge Farragut nació, efectivamente, en Ciudadela, el 29 de septiembre de 1755, hijo de Antonio Farragut y Joana Mesquida. Sabemos algunas cosas, más bien pocas, sobre su adolescencia y juventud, que han llevado a los historiadores a sospechar, a menudo, que sintió muy pronto la llamada de las armas como vocación de vida, siendo uno más de esos militares de estimación progresista de los que el final del XVIII estuvo trufado; y, como muchos otros, al estallar la guerra de la independencia de los estados americanos, que lo fue también en defensa de unas ideas de libertad e igualdad, sintió la necesidad de unirse a aquella lucha.


Farragut navega con mercaderías hasta Haití, pero en Puerto Príncipe las canjea por armas y con éstas se dirige a Charleston, con la intención de unirse a los rebeldes. Allí se incorpora a la marina de Carolina del Norte , pues en la guerra de la independencia la marina de los EEUU propiamente dicha era muy pequeña (tan pequeña que dichos Estados Unidos hubieron de ganar esa guerra para poder existir). De hecho, el elemento rebelde más poderoso en el mar, en el que también acabará por enrolarse Farragut, serán los que en inglés se denominan privateers, es decir barcos privados con derecho a la piratería.


Cabe sospechar que en estas acciones Farragut debió hacer mucho dinero, aunque también recibió un balazo en un brazo que se lo dejó medio paralizado. Pero no por ello se rebajó su impulso revolucionario, porque poco tiempo después lo encontramos alistado a las órdenes del general Marion, uno de los grandes mitos de la revolución americana. Un poco más tarde, el gobernador de Carolina del Norte, Abner Nash, le confía la misión de formar y mandar una compañía de voluntarios.


Terminada la guerra y conseguida la independencia, Farragut permanece en el ejército pero lejos del mar hasta 1807. En dicho año, el presidente Jefferson lo nombrará sailing master, con lo que volverá al puente de un barco. Morirá el 4 de junio de 1817 en Pascagoula, bahía en la que poseía importantes extensiones de tierra y donde se había convertido en un americano de pura cepa.


Entre sus varios hijos, George Farragut había visto nacer el 5 de agosto de 1801 a James Glasgow Farragut, quien nació en Campell's Station, Tennessee. A los diez años de edad, este hijo de menorquín ya pertenece a la marina estadounidense. Considerando que su madre había muerto cuando tenía siete años y que desde su ingreso en la Marina ya no volvió a ver a su padre, el verdadero mentor de este segundo Farragut fue un famoso marino americano, David Porter, quien dejaría en aquel chiquillo tan honda huella que acabó cambiándose su nombre de pila original por el de su maestro.


Nada más entrar en el ejército, de la mano de Porter, Farragut había de conocer la guerra. Porque la Historia suele olvidar esta breve guerra, producida enter 1812 y 1815, cuyos dos grandes hitos fueron la toma e incendio de Washington por los ingleses y la victoria final americana, producida en Nueva Orleans. Las necesidades de la guerra hacen que Porter le entregue a Farragut el mando de uno de los barcos que toma, cuando el muchacho apenas tiene doce años. Resulta paradójico, y de hecho no sé si no será un caso único en la Historia, pero lo cierto es que, terminada la guerra, el destino de David Farragut, que ya ha combatido, que ya ha mandado un barco, será... volver a la escuela para terminar su formación.


Ya con 18 años, es destinado a la flota del Golfo de México, comandada por Porter, donde se integrará primero en un buque a las órdenes de su hermano William y luego obtendrá, por fin y con todos los pronunciamientos, el mando de un barco, el Ferret.


David Farragut nació en el Sur. Vivía en un estado sureño (Norfolk, Virginia). Se casó dos veces, y ambas con damas sureñas. Y, sin embargo, cuando estalla la guerra civil americana, se declara partidario del Norte y, una vez que Virginia se decanta por la secesión, abandona su ciudad para residir en el Estado de Nueva York. De estos detalles cabe adivinar que debería ser tan decidido en la defensa de sus ideales como ya lo había sido su padre.


En 1861, el gobierno del Norte, cada vez más convencido de que una parte tan importante como inesperada de la guerra es conseguir incomunicar al Sur de sus clientes de comercio, decide capturar la ciudad de Nueva Orleans, situada en el Golfo de México, en la desembocadura del muy literario río Mississippi. En ese momento, la experiencia acumulada en la zona años antes por Farragut jugará a su favor para comandar aquella acción.


En Nueva Orleans hay surta una flotilla confederada y, además, a ambas riberas del río, antes de llegar a la ciudad, ésta tiene dos fuertes que la protegen, Fort Jackson y Fort Saint Philip. El 18 de abril de 1862 se inició el ataque, con las órdenes tajantes de reducir los dos fuertes uno a no antes de seguir avanzando. Los barcos de Farragut bombardean durante varios días Fort Jackson, con escaso éxito. En ese momento, el comandante de la flota decide ignorar las órdenes que ha recibido y seguir hacia Nueva Orleans, pasando los fuertes sin haberlos reducido. Realiza la acción en la noche del 24 de abril, logrando que 14 de sus barcos pasen y se enfrenta a los confederados con ventaja, pues la flota de Nueva Orleans no esperaba ataque alguno mientras estuviesen en pie los fuertes. La ciudad, finalmente, se rinde y con esta victoria Farragut pasa a la Historia de su país como uno de los primeros comandantes norteños que pusieron en solfa la superioridad confederada que hasta entonces casi nadie ponía en duda. La toma de Nueva Orleans, junto con la batalla de Fort Donelson que ganó Ulysses S. Grant, son dos de estos primeros mojones.


Tras intentar infructuosamente tomar Vicksburg, Farragut hará lo propio con Galveston, Corpus Christi y Sabine Pass, con lo que en el Golfo de México apenas le queda al enemigo el puerto de Mobile. Inicialmente, Farragut solicita, sin obtenerlo, permiso para atacarlo, pero el contraataque confederado, por el que consiguen recuperar el control de algunos puertos, convence al mando del Norte de la necesidad de proceder a esta operación.


En la bahía de Mobile, Farragut se enfrentará, una vez más, a dos fuertes de defensa: Fort Morgan y Fort Gaines. La entrada a la bahía, en algunos puntos de menos de 700 metros de ancho, está minada con torpedoes, como los llaman los americanos. El Tecumesh, primer barco de la horda farragutiana que intenta penetrar, toca una mina, que estalla y le hunde. El comandante, en ese momento, da orden de entrar a toda marcha. Cuando alguien le hace notar la amenaza de las minas, dice la tradición que pronuncia una frase que se ha hecho histórica: «¡Full steam ahead damn the torpedoes!» Literalmente quiere decir a toda máquina y malditos los torpedos; pero, considerando que utilizar lenguaje malsonante era algo mucho más grave hace ciento y pico de años que hoy en día, la traducción más exacta debería ser «¡A toda máquina y que le follen a los putos torpedos de los cojones!» Lo importante, en todo caso, es que pasaron, tomaron Mobile y, por primera vez, se pudo decir que el Sur estaba bloqueado.


La marina americana ha tenido muchos contralmirantes, vicealmirantes y almirantes; pero de todas estas altas distinciones de mando marino, el primero de la lista fue David Glasgow Farragut, pues para él fueron creados tales rangos. De alguna manera, es el primer gran marino americano.


Todos los franceses aprenden, en un momento u otro, quién fue el general Lafayette, que construyó gran parte de su gloria muy lejos de sus fronteras. Entre otras cosas, no se puede ir a París sin encontrarse con el tal apellido. Sin embargo, tengo la impresión de que son pocos los españoles, y en el colectivo incluyo por supuesto a los baleáricos, que saben que la marina estaounidense, la misma del USS Nimitz y de la batalla de Midway y de los celebérrimos marines y tal, tuvo un primer jefe indiscutible que se llamó David Glasgow Farragut, hijo de Jorge, o Jordi si así se prefiere, Farragut, natural de Ciudadela, en la isla de Menorca.



Así nos va.

No sé si en Ciudadela, en Menorca o en Baleares hay alguna estatua que recuerde a Jorge Farragut. Lo que sí sé que hay es una que en Nueva York homenajea a su hijo David.


miércoles, febrero 17, 2010

Mi cuarto a espadas

Bueno, pues después de haberos planteado preguntas, no puedo por menos que echar mi cuarto a espadas.


No sé si hace falta dar más horas de Historia o de Filosofía porque, sinceramente, desconozco las que hay en los currículos actuales. Desde luego, tengo la sensación, que dolientemente sustantivaba Pedro Mena en su comentario, de que son pocas o, cómo diría, mal aprovechadas.


No creo que para sentirse miembro de una comunidad haya que ser patriota. El patriotismo es, a mi modo de ver, otra cosa que tiene más que ver con la capacidad de sacrificarte personalmente, bien sea poniendo dinero o pegando tiros, por el bien de tu colectividad o de tu nación. Pero aunque no estés dispuesto a sacrificios así, no por eso vas a dejar de sentirte parte de algo.

Creo que España, hoy, está enferma de franquismo. Sí. He dicho hoy, he dicho enferma, y he dicho de franquismo. Las cohortes de españoles maduros de hoy, digamos por encima de los 40 tacos, queremos pensar que hemos superado una etapa vivida de diversas maneras, la mayoría de ellas no muy agradables. Pero lo cierto es que el franquismo sigue presente en nuestras vidas. En algunas cosas, porque lo que tenemos hoy es en gran parte lo que se construyó en tiempos de Franco (por ejemplo, el mercado laboral) y en otras, la gran mayoría, porque nuestra incapacidad de no negar confirma que, de alguna manera, seguimos instilados por esa cosmovisión que damos por superada.


¿Qué quiere decir capacidad de no negar? Quiere decir que el antifranquismo vehemente que practicamos nos lleva a ser incapaces de apearnos de negaciones que construimos cuando Franco estaba vivo o recién muerto. Dicho de otra forma: nada que al franquismo le pareciese bien nos puede parecer bien a los españoles de hoy. El franquismo fue un régimen que exaltó hasta la saciedad el patriotismo y la identificación de lo español. Nunca se apeó de aquel anacoluto ledesmiano, adoptado por José Antonio, de la unidad de destino en lo universal, que vaya usted a saber lo que quería decir.


La España que superó a Franco (según su propia teoría) no quiere llamarse España, no quiere conocerse, y no quiere defenderse. Y esto es así porque estas tres cosas: tener el nombre de España en la boca hasta para mear, poner el conocimiento de España sobre cualquier otro y defender una imagen imperial e inmanente de la nación, son tres cosas que hizo Franco.


A mi modo de ver, sin embargo, estas mismas tres características que he citado son las que deberían informar cualquier currículo bien hecho de Historia para alumnos de la ESO y Bachillerato.


En primer lugar: España se llama España. Se ha llamado así en la Historia desde muy pronto, conformándose de diversas maneras conforme pasaba el tiempo, pero siempre manteniendo su identidad propia. España no es Francia ni es Portugal. Si a España le quitamos Cataluña, o Baleares, o la provincia de Ávila, históricamente hablando a lo que resulte tendremos que buscarle un nombre, porque ya no será, propiamente, España. Hablamos de un proyecto que ya existía en bastante más que potencialidad hace bastantes siglos y que se concretó como proyecto político hace más o menos 600 años. Es, también, un proyecto enormemente complejo y conflictivo, y esto también se debe saber, por varias razones.

La primera de ellas es que, según como las contemos, las diferencias y disensiones internas de España le han provocado, no una, sino no menos de cinco guerras civiles, como poco; de las cuales cuatro se han producido en lo que podríamos denominar (históricamente) los minutos más recientes.


La segunda es que España, al revés que muchos de sus vecinos, tuvo, para lograr su independencia y cohesión, que firmar un pacto religioso más estrecho que el del resto de naciones. Tiene razón el comentario que recuerda que la Inquisición es un invento francés. Hubiera tenido razón cualquier otro que nos hubiera recordado que si nuestros obispos patrios nos parecen fachas y cabrones, quizá estaríamos diciendo lo mismo si por algún ardid de la Historia hubiéramos acabado dominados por Calvino, que tenía tela el gachó. Pero todo eso no puede nublar el hecho de que España es un proyecto, en gran medida, católico, se erige de hecho en el principal defensor de la Iglesia católica ante el mundo, y que eso le ha aportado importantes riquezas (artísticas, por ejemplo), pero también ha abocado a nuestra sociedad a un radicalismo sobre el tema que hace que o seamos inmensamente católicos o inmensamente laicistas, como si no fuésemos capaces de encontrar términos medios.


La tercera razón por la cual España es un proceso conflictivo es porque su formación es un choque de trenes, una alianza de imperios menores que buscan (y consiguen) la hegemonía europea mediante su adición; pero que, precisamente por eso, condenan a la nación a ser una nación dual, con dos tendencias marcadamente distintas. La fusión de Castilla y Levante se produce en el siglo XV, pero en el siglo XIX la masilla todavía no estaba seca. En gran parte, España no es España a pesar de esa tensión; es esa tensión.


Cualquier español educado debería estar obligado a saber de dónde salió España, por dónde transitó y dónde se encuentra. Sin traumas estragantes ni apriorismos enfermizos. Con sus contradicciones y sus enfrentamientos, desde luego. Con voz crítica, pero proporcionada a los tiempos y, lo que es más importante, evitando ese pecado tan nuestro de tender siempre a admirar lo foráneo. Porque, como creo que alguien ha escrito en los comentarios al post anterior, los indígenas americanos pueden hoy contar su Historia, entre otras cosas, porque están sobre la tierra en número muy superior al de otros indígenas, a los que otros colonizadores, se supone que más civilizados que nosotros, no les dieron la ocasión de seguir existiendo.

Todo esto es especialmente importante respecto de nuesstra Historia más reciente, porque es, obviamente, la más reciente, y porque, precisamente por eso, es una Historia sobre la que podemos, o incluso deberíamos, aspirar a que cualquier español, por joven que sea, desarrollase un juicio personal. No sé si alguna vez he contado que la decisión de escribir este blog la tomé una tarde de verano en que, casi sin darme cuenta, le pregunté a mi sobrino, que entonces tenía 14 años, qué sabía de la guerra civil española. «No sé», me contestó; «creo que es algo que ocurrió en 1952» (nota: su nivel de conocimiento a día de hoy, a las puertas de la universidad, es el mismo). Esto, sinceramente, no puede ser. Vale que la imagen del criajo estadounidense recitando artículos de la Constitución americana queda un poco exajerado; pero que ni siquiera sepamos cómo nos llamamos, ni cómo se llamaban nuestros padres, es de traca. No tiene sentido que una persona que ha recibido una cultura general que se considera mínima se sepa los nombres de los parques naturales que hay en España y desconozca que hubo una guerra civil hace apenas setenta años. Puede que ninguno de sus parientes ni él mismo hayan estado jamás en un parque natural pero, sin embargo, es prácticamente imposible que alguien en las anteriores cuatro generaciones no haya sufrido esa guerra.

Cuando nuestros políticos hablan de pactos de educación, hablan de dos cosas: una, de gasto presupuestario; otra, de enseñanzas técnicas que sirvan para trabajar. Personalmente, ahora que parece que el asunto del consenso educativo va por buen camino, mis esperanzas de que un hipotético pacto educativo abarque esta cuestión de definir lo que todo español debería saber y conocer, son nulas. Porque la educación en España, simplemente, ha abandonado ese objetivo. Ya no le importa tener un conjunto de conocimientos mínimos. Hemos renunciado a explicarnos a nosotros mismos.

El desconocimiento de la Historia es algo que concita el vivo interés de quienes la manipulan. Cuando uno manipula la Historia, falsea sus datos o simplemente los retuerce para que casen con su propia visión de los hechos, se convierte, en una sociedad informada, en un mercader más que ofrece su mercancía intelectual, pero sabiendo que sus compradores probablemente han ido a otros puestos a buscar y comparar. Pero cuando la Historia se desconoce, ese mismo manipulador puede aspirar a que sus lectores, o cuando menos muchos de ellos, no tengan acceso a más versión que la suya. En cuyo caso darán los hechos que él describe, y tal y como los describe, por totalmente ciertos.

Realmente, la Historia no es necesaria para salir adelante en el mercado laboral. Uno puede ser un excelente dealer de divisa, un fontanero apañado, un comercial de éxito o un ATS eficiente sin saber quién fue Cronwell. Pero, desconociendo la Historia, desconocerá también que él, él mismo, es el producto de algo; la consecuencia de un montón de cosas que han pasado antes. Desconociendo la Historia, nos descnocemos a nosotros mismos.

lunes, febrero 15, 2010

Brainstormeando

Un brainstorming o tormenta de ideas es un método que a veces se usa para superar bloqueos creativos o buscar soluciones imposibles. Consiste en encerrar a varias personas en una sala, proponerles una situación concreta y animarles, después, a decir todo lo que se les ocurra sobre la materia, por estúpido que pueda parecer. Es un método que a veces es efectivo, aunque otras no tiene más consecuencia que la ya enunciada, es decir: el personal comienza a soltar estupideces por la boca. Lo digo con conocimiento de causa.

Hace días que estaba pensando en plantear un pequeño brainstorm, y lo he escrito ahora movido por el hecho de que ando escaso de tiempo, así pues, si no puedo escribir un post, he pensado que lo mismo lo escribís vosotros :-)

Es una pregunta o cadena de preguntas muy sencilla. Ahora que se habla tanto de pacto de la Educación, de poner un poco de orden en la cosa de la formación patria y hablando, por supuesto, de Historia, ¿creéis vosotros que existe un mínimo de conocimientos históricos que todo plan de estudios debería contener?

Se me ocurren varias subpreguntas de desarrollo para esta cuestión. A saber:

1.- ¿Debe el sistema educativo español tener una sola definición (mutatis mutandis) para España? ¿Qué es España; qué debe ser para un educando? ¿Existe? ¿Es la mera suma de unos elementos, es una suma cuyo resultado es superior/inferior a la suma de esos elementos? ¿Cuándo comenzó a existir?

2.- ¿Qué debe saber un español educado sobre todo aquello que no es él? ¿Qué han de saber los extremeños sobre Cataluña, los gallegos sobre Andalucía, los catalanes sobre Canarias?

3.- ¿Qué se debería enseñar sobre el papel de la religión en la formación y desarrollo de España? ¿Es España el resultado de la Reconquista y, por lo tanto, de un proyecto de exclusividad religiosa? ¿Es la auténtica España el fruto de la arabización de un territorio hispano-romano cristianizado? ¿Ninguna de las dos anteriores?

4.- ¿Es imprescindible que formen parte de los conocimientos del educando las persecuciones realizadas en la persona de los no cristianos (judíos y musulmanes)? ¿En qué sentido, con qué contenidos?

5.- ¿Qué actitud debería difundir la educación sobre la actuación de España en América?

6.- ¿Qué debe saber un español educado sobre los siglos de la decadencia de España?

7.- ¿Y sobre la España de la Guerra de Independencia y el siglo XIX?

8.- ¿Qué ha de transmitirse sobre la génesis, desarrollo y consecuencias de la Guerra Civil Española?

¿Alguna opinión?