viernes, marzo 04, 2011

Ucronizando

Sé bien que hay mucha gente que encuentra inútil, incluso estúpido, discutir sobre ucronías. A mí, sin embargo, me parece bastante educativo; una forma muy creativa de aprender Historia, porque discutir de ucronías con un mínimo de solidez requiere tener algún conocimiento sobre los hechos pasados que es, al fin y a la postre, lo que buscamos quienes contamos la Historia y hacemos por difundirla.

Ucronías o What Ifs hay muchas. Pero a mí hay una que siempre me ha interesado especialmente. Es la que hoy formulo y sobre la que dejo algunas reflexiones, más para animar otras reflexiones que para intentar convencer.

La ucronía es: ¿En qué habría cambiado el franquismo de no haber muerto en la guerra José Antonio Primo de Rivera?

Mi reflexión al respecto se despliega en diversas sub-reflexiones o preguntas, que aquí os dejo.

Pregunta 1: ¿Cuál habría sido la evolución de José Antonio de haber sobrevivido a la guerra civil?

La Falange salió de la guerra civil siendo un movimiento fascista, más mussoliniano que nazi, basado en el nacionalsindicalismo. José Antonio Primo de Rivera era un hombre políticamente cercano a los postulados del fascismo y es difícil imaginarlo sosteniendo ideas diferentes tras la victoria militar de las tropas nacionales. Mi opinión es que JAPR habría compartido todos los grandes pilares de la ideología franquista: el anticomunismo, la obsesión con los masones, el concepto del destino imperial de España, el carácter de cruzada de la guerra…

Si nos preguntamos cuál de las distintas Falanges habría sido el sustento de la Falange de José Antonio, para mí está claro que habría sido la de lo que se dio en llamar «camisas viejas». Pero eso no es decir mucho: los «camisas viejas» cambiaron mucho de camisa durante el franquismo. La gran pregunta, para mí, es: una vez terminada la guerra mundial, ¿habría entendido José Antonio que debía evolucionar? Personalmente, creo que no. José Antonio tenía en gran valor la unión de su formación, hasta el punto de deshacerse de Ramiro Ledesma por la influencia disgregadora que ejercía, y no creo que jamás hubiera dado el paso de virar la nao en contra del parecer de sus bases. Y si José Antonio, dicen algunos, no era fascista, sus bases lo eran sin duda alguna.

Creo, por lo tanto, que José Antonio Primo de Rivera, vivo y coleando, habría supuesto un problema grave para el franquismo porque habría operado como dique para eso que los historiadores llaman el proceso de «desfascistización» del régimen.

Pregunta 2: ¿Habría podido Franco unificar a FET y de las JONS?

La unificación del falangismo y el carlismo fue posible porque toda una facción de Falange, la sureña más o menos comandada por Sancho Dávila, se avino a remar a favor de esa corriente e iniciar contactos con Fal Conde y su gente sobre una hipotética fusión, que Franco ya tenía decidida. Sancho Dávila, con José Antonio vivo, no se habría atrevido ni a dormir a menos de 200 kilómetros de un carlista sin una orden del Jefe. Falange y los tradicionalistas se habrían tenido que fundir con el apoyo, decidido y sin fisuras, de José Antonio.

Creo capaz a JAPR de tomar la decisión de apoyar esa fusión. Pero por una sola razón: porque fuese perentoria para ganar la guerra. Lo cierto, sin embargo, es que la fusión de FET y de las JONS no es un hecho que se pueda considerar fuertemente influyente en la victoria militar. A Franco se le empiezan a poner las cosas de cara en el 37 porque toma la decisión, que se demostró estratégicamente acertada, de dejar de obsesionarse con Madrid y virar hacia el Norte, donde en unos pocos meses dejó a la República sin músculo. Nada de eso tiene ninguna relación con la unificación política realizada en el bando nacional.

No encuentro, por lo tanto, ninguna razón para que José Antonio se viese impelido en el 37 a olvidarse del punto 27 de su ideario y apoyar la creación del partido único falanjo-carlista. Menos aún que fuese a aceptar que Franco fuese, como lo fue, su máximo dirigente. ¿Qué cargo le podría quedar a él? ¿Secretario General de un movimiento que fundó, alentó, defendió en circunstancias comprometidísimas, y que estaba cortado a su imagen y semejanza? ¿Aceptaría Zapatero ser el ministro de Fomento de José Blanco?

Reside aquí, pues, el principal problema que la supervivencia de José Antonio habría supuesto para el franquismo; aunque también pienso que no hubiese tenido difícil solución. No habría podido existir partido único. O sí; pero ese partido tendría que ser Falange. Ésta es, de hecho, la entente cordiale que creo yo podrían haber acordado Franco y José Antonio: el primero habría obtenido lo que quería, es decir un régimen de partido único, en un esquema de democracia orgánica; y el segundo también habría obtenido lo que quería, es decir que su partido fuese ese partido único, pero a cambio de no cuestionar la autoridad de Franco. El resto de los satélites del franquismo, carlistas incluidos, serían meros asteroides tácitamente permitidos.

Pregunta 3: ¿Habría sido Franco jefe del Estado?

Sí, sin duda. Los que mandan tras una guerra son los que las ganan, y la guerra civil, aún con José Antonio vivo, la habría ganado quien la ganó, y ése no es otro que el general Franco. Era una persona ambiciosa, incluso muy ambiciosa, e igual que nunca se le pasó por la cabeza dejar paso a la corona como le pedía la mitad de su generalato, jamás se le habría pasado por la cabeza cederle parte del poder a José Antonio.

A menudo leo a falangistas quejarse amargamente de que todo el mundo considere el franquismo y el falangismo como sinónimos, y no les falta razón. Lo primero y fundamental que fue el franquismo, fue una dictadura militar. Aquél a quien Franco siempre mimó, aquél con el que nunca se malquistó, aquél al que cuidó al máximo, no fue el falangismo, sino el Ejército. A mediados de los años cincuenta, apenas quince años tras el final de la guerra, Franco quiso comenzar a dejar clara su desafección respecto del falangismo dejando de nombrar a José Antonio en sus discursos; pero nunca dejó de vestir la guerrera de capitán general, de trufar sus gobiernos de personalidades militares, y de verse a sí mismo como lo que era, es decir un soldado.

El Ejército hizo a Franco Generalísimo y Caudillo, y no existe ninguna razón para que tomase una dirección distinta de vivir José Antonio. La mancha falangista en el Ejército que ganó la guerra era mucho, muchísimo más pequeña, que la mancha monárquica; y microscópica comparada con la mancha franquista. El Ejército español creía en Franco y, por eso, desde el primer minuto del 1 de abril de 1939, desde antes en realidad, habría dejado claro, también a José Antonio, que el candidato era Uno, y no era él. Y es posible que Primo, al fin y al cabo hijo de militar y de dictador, lo hubiera tenido que entender e, incluso, compartir.

Sin embargo, esto no quiere decir, a mi modo de ver, que el franquismo hubiese transcurrido por los mismos derroteros que transcurrió. Si Serrano Súñer, con un pedigree muchísimo menos valioso que el de José Antonio, se sintió con ganas y poder como para hacerle sombra a su cuñado (hasta que su cuñado se lo llevó por delante, claro), con mayor energía se lo habría planteado José Antonio.

Hay una cosa que, con JAPR en el mundo de los vivos, estimo que Franco no habría podido hacer: integrar la realidad partidaria como un elemento más del gobierno a través de la figura del Ministro Secretario General del Movimiento. Como digo, para mí la opción más probable es que José Antonio llegase al final de la guerra siendo lo que era al principio, es decir Jefe Nacional de Falange Española y de las JONS. Sus partidarios nunca permitirían otro status para él, entre otras cosas porque el hecho de que fuese nueve años más joven que Franco sería un acicate para todo aquél que soñase con una retirada del general. No se olvide que en 1957, Franco ya tenía 65 años; que viviese 18 años más no nos debe hacer olvidar que en ese momento no era tan descabellado pensar que tal vez durase poco.

Dicho esto, sin embargo, también hay que decir que la ucronía basada en imaginar a un José Antonio ultrapoderoso tiene sus puntos débiles. Buena parte de las cosas que hizo Franco desde el momento en que el Eje perdió la guerra no las hizo por convicción, sino por cálculo político. José Antonio, con toda su brillantez retórica, no habría podido evitar el hecho de que la España de los años cuarenta y cincuenta era un país fuertemente dependiente de los que quería fuesen sus nuevos aliados; y estos aliados tenían reivindicaciones que hacer. La deriva del franquismo hacia la monarquía fue la consecuencia de una presión, en parte del generalato, en parte de los comprensivos pseudosocios democráticos de la España franquista. Ni al Foreign Office ni a la Casa Blanca le cuadraba una España repleta de jovenzuelos con camisa azul marcando el paso por la calle Alcalá.

Es probable, por lo tanto, que José Antonio tuviese, al fin y a la postre, que olvidarse de sus sueños de una España concebida como un inmenso sindicato de productores bajo la dirección de un Mando Único. El sindicato falangista, bajo su mano, probablemente se habría ajado y convertido en un mastodonte burocratizado, más o menos en la misma medida en que le ocurrió realmente.

Pregunta 4: Pero… ¿habría aceptado José Antonio ser un segundón?

La contrapregunta, a la gallega, es: ¿habría tenido otra alternativa?

Por mucho que José Antonio hubiese sido canjeado, su papel en la victoria militar de la guerra civil habría sido marginal. En 1939 no habría estado en condiciones de reclamar un puesto en las instituciones del poder efectivo y, además, al finalizar la guerra, cuando en todo el mundo democrático se excitó el antifranquismo como colaborador de los régimenes fascistas, con JAPR vivo ese sentimiento habría sido, fundamentalmente, antifalangismo. Las sanciones de la ONU, la Nota Tripartita, la retirada de embajadores, etc., habrían jugado claramente en su contra. Él era el que llevaba camisa azul antes que nadie, el que levantaba el brazo antes que nadie, el que era considerado líder del fascismo español antes que nadie. En tales circunstancias, por mucho que él se pudiese sentir capacitado para ello (pues la ucronía sobre la que es casi imposible escribir es la pregunta de hacia dónde habría evolucionado el pensamiento joseantoniano), su figura estaría totalmente descartada para pilotar el viaje hacia la como-Democracia que se montó Franco para tranquilizar a las cancillerías. Además, sinceramente no me imagino a los enviados de Washington negociando la implantación en España de bases militares con José Antonio Primo de Rivera.

Como corolario, dos ideas:

Una: José Antonio Primo de Rivera no perdió la oportunidad de ser el jefe del Estado español. Simplemente, nunca la tuvo. Falange Española fue el instrumento de una revolución inversa que sus perpetradores conocieron como Alzamiento Nacional y nosotros conocemos como golpe de Estado del 36. El instrumento no quiere decir el Demiurgo, como no quiere decir el general en jefe. En el momento del golpe de Estado, si hemos de creer a Ángel Alcázar de Velasco, no había en España más de 2.200 falangistas. Cierto es que con menos que eso Vladimir Lenin giró los goznes de la Historia de Rusia durante más de medio siglo; pero los falangistas de José Antonio no eran bolcheviques. Eran jóvenes exaltados, muchos de ellos adolescentes, preparados para muchas cosas entre las cuales no estaba liderar un país.

Nunca la tuvo, y nunca la habría tenido. Terminada la guerra, todo habría conspirado contra su liderazgo real, y «todo» incluye al propio Franco y, por supuesto, el Ejército. Además habría tenido el gran problema de que, de decidirse por la batalla, tendría que contestar a las preguntas de contra quién, y para qué. José Antonio no era tonto, y hubiera sabido bien que, de ponerle la proa a Franco, en México los exiliados brindarían con champán.

Dos: Franco, y de esto hablaremos pronto, quería ser lo que fue desde muy pronto. La suya es una estrategia milimétricamente diseñada cuyo final es la jefatura del Estado y la dictadura personal más larga de la Historia de España. Franco no fue un militar encumbrado por las circunstancias, sino un estratega con extraordinaria habilidad en el manejo de los tiempos a quien el destino puso un sable en la mano en el momento justo. Históricamente hablando, Franco es una ola, y el franquismo una marejada. Las mareas fuertes arrastran consigo todo lo que encuentran; si son barcas, barcas. Y si son personas, personas.

Como conclusión, pues, estoy inclinado a pensar que la supervivencia de José Antonio Primo de Rivera habría cambiado mucho las cosas, sí, pero no esencialmente.

martes, marzo 01, 2011

Las opiniones de Don Claudio

Claudio Sánchez Albornoz, como historiador, ha envejecido mal. En buena medida, en su celebérrima polémica con Américo Castro sobre el origen de España, ha terminado por salir perdedor. La tesis de Castro, que veía en España el resultado de la fusión de lo cristiano, lo judío y lo musulmán, casa mucho mejor con el buenrollismo actual que quiere ver en la Edad Media española una especie de Viva la Gente cultural donde todo cristo se llevaba de pila máster. Lejos de estas interpretaciones un tanto almibaradas, Sánchez Albornoz consideraba que al nacimiento de España no son ajenos ni la violencia, ni el enfrentamiento ni, en buena parte, el odio racial y cultural. Otras realidades del momento presente tampoco las entendería. Sin ir más lejos, no es que Albornoz considerase a los vascos españoles, sino que consideraba a los españoles vascos y se refería a eso que hoy llaman algunos Euskal Herria como "la abuela cabreada de España".

El otro día, cayó en mis manos en el Rastro un libro que en 1976 escribió la reportera televisiva Carmen Sarmiento, que consiste, básicamente, en la crónica de una larga entrevista con un Claudio Sánchez Albornoz que, en Buenos Aires, estaba a punto de volver a pisar España después de 40 años de ausencia. Recuerdo muy bien cuando llegó, porque en la tele le hicieron un reportaje, en el que el periodista le preguntó si se iba a quedar en España, a lo que él contestó (ya lo hace en el libro de Sarmiento) que no, porque consideraba su vida acabada. Al periodista se le ocurrió decirle algo así como: "¡Pero si usted es joven aún! Mire Andrés Segovia [el famoso guitarrista], tiene su edad y acaba de tener un hijo". El pìzpireto historiador abulense le miró con ojillos de mala persona y dijo: "¿Y será suyo?"

Hoy os quiero dejar aquí escritas algunas opiniones de ese libro, porque creo son curiosas de leer sabiendo que salían de la boca de un republicano burgués de toda la vida, que llegó incluso a presidir el fantasmagórico gobierno republicano en el exilio.

Aquí van.

Sobre Primo de Rivera:

Si, por lo menos, después de pacificar Marruecos, hubiera convocado elecciones, las habría ganado, después habrían hecho unas Cortes Constituyentes y la monarquía habría perdurado. Pero él y el rey estaban obnubilados con Mussolini.



Sobre Manuel Azaña

Era un hombre muy inteligente, un verdadero hombre de Estado. No obstante, estaba prisionero de una tradición de desdenes, de fracasos políticos personales y del clima moral que dominaba en la gran mayoría de los republicanos.

Azaña era el primer orador del Parlamento, el hombre más capaz; sin embargo, habría tenido que esperar la llegada de la República en medio de la hostilidad de gentes de ideas cercanas a las suyas. Había llevado una vida casi marginal, y esa triste espera había agriado su carácter. Le oí referir a él mismo que, una vez, una mujer pública le había mordido y se había asustado por lo amargo de su sangre. Era agrio todo él.

Recuerdo que en Valencia
[ya durante la guerra civil] me dijo: "La guerra está perdida; pero si por milagro la ganáramos, en el primer barco que saliera de España tendríamos que salir los republicanos, si nos dejaban".

Sobre Largo Caballero

En el año 34 [se refiere a la mal llamada Revolución de Asturias], Largo Caballero hizo la revolución con demora; no tuvo en cuenta que no estábamos solos en España. Besteiro decía de él que era una mula honesta, pero una mula. Mire usted, la libertad y la democracia no consisten en aplastar al adversario, sino en convivir y entenderse con él.

Fuimos unos ingenuos al pensar que en España se podía hacer la revolución socialista en el año 36, rodeados de fascistas como estábamos. ¡Sólo pudo creérselo el imbécil de Largo Caballero!



Sobre la II República

Yo, que he perdido más que nadie, le confieso que preparamos el terreno para que Franco se sublevara y triunfara durante cuarenta años.

Nuestra responsabilidad fue la de no haber sabido mantener el orden, cayera quien cayera.

Yo pensaba en la Iglesia y me decía: ¿qué adelantamos con combatir a la Iglesia?

Yo soy católico, apostólico y romano, a pesar de ser liberal. Propuse una corporación de derecho público, de manera que hubiéramos sido los católicos los que habríamos pagado a la Iglesia. Todo el mundo habría pagado y no habría pasado nada; pero, a pesar de que los curas tenían un sueldo mínimo de 6.000 reales, los dejamos sin comer. Fue una equivocación, un error tremendo, tremendo, porque tenían una fuerza enorme.

Los cuarenta años han sido consecuencia de aquella violencia. Arrancaban las medallas a las gentes, invadían las fincas, nadie estaba libre de que le dieran un tiro. En España había una mitad de españoles que estaban frente a eso.

No estábamos solos en España; la mitad estaba en contra nuestra.

Siempre se es reaccionario para alguien y rojo para alguien.



Sobre la guerra civil

Hubiera preferido, se lo digo sinceramente, que los sublevados contra nosotros los republicanlos, hubieran ganado la guerra el primer día. Me habrían asesinado a mí y a doscientos más, pero habría habido libertad a los dos o tres años, mientras que la guerra civil fue monstruosa, tremenda.

Si hubieran triunfado los nuestros, se habría proclamado el comunismo, porque nosotros, los republicanos, ya no contábamos.




Sobre Franco

A veces pienso que en él se unían el militar, el gallego y el judío [Albornoz estimaba, dado que el apellido Franco no es un apellido gallego, que podría ser de origen judío].

Casi nadie ha mandado tanto tiempo como Franco en España. La reina católica estuvo 30 años en el poder. Felipe II estuvo 42 años. Pero después de Felipe II nadie ha tenido tanto tiempo el poder como Franco. Ha sido una tremenda desgracia para España.

No soy capaz de odiar y creo que Franco se equivocaba. El vivía honestamente conforme a unas ideas absurdas. Hay personas que matan por placer, como Hitler, y otras que matan por convicción, como Franco.



Sobre su interpretación de la Historia

Para Castro, judíos, cristianos y moros estaban dándose la lengua durante la Edad Media y, de pronto, en el siglo XV, los cristianos se enfadan y se meten con los judíos y los moros. Como usted puede deducir, esto es teóricamente absurdo; si hubieran estado tan amigados, en esa simbiosis de la que habla Castro, es inconcebible que de pronto le entrara a los hispanos el sarampión de meterse con los moros y con los judíos.

Un puñado de orientales que al llegar a España en el 711 no tenían ni un siglo de islamismo, y un grupo de berberiscos recién convertidos al Islam, habrían hecho, según Castro, el milagro de arabizar a los pensadores de Al-Andalus en un abrir y cerrar de ojos, puesto que para él en el 711 se inicia la simbiosis de lo islámico y lo cristiano en el norte de España.

Galicia es 20.000 años a la defensiva, porque los pueblos que llegaban avanzaban hacia Galicia y de allí no podían pasar. Los gallegos anteriores, los que habían llegado antes, como no podían resistir, se acostumbraron a defenderse con la astucia; por eso los gallegos son los más listos de España.

La batalla de miles de años creó en los españoles un talante violento.

La Reconquista no fue ningún paso de ballet, sino una batalla tremebunda. Después de cada batalla, los musulmanes alababan a Alá sobre las montañas de cabezas cortadas a los cristianos. Bonita manera de convivencia, ¿eh?

Pensar que desde el poema de Cid a Las Meninas todo fue en España moro y judío, es un puro disparate.



Sobre las nacionalidades españolas

Vasconia no es, no, un islote aislado y perdido en el océano de revueltas aguas de la Península. Es el último rincón de ésta, donde se habla todavía la lengua de buena parte de los españoles primitivos.

Soy enemigo de otorgar privilegios a los catalanes, vascos y gallegos.

Cataluña no es una nación, ni lo es Galicia, ni lo es Castilla. Todo ese conjunto forma una nación, que es España.

Los catalanes y los vascos viven de la vaca española.

Si quieren estudiar el catalán, que lo estudien; pero, al mismo tiempo, el castellano.

Barcelona quiere ser corte y capital,también Bilbao, y no se crea usted que para obtener la autonomía de Lérida y Gerona, sino para mandar desde Barcelona o Bilbao.

domingo, febrero 27, 2011

Historias de(l) chocolate

Cada vez que un niño o un adulto toman una onza de chocolate con leche, quizás ignoren que están tomando un manjar propio de reyes. En realidad, los occidentales, y muy especialmente los españoles, estamos tan acostumbrados a este dulce, presentado de muy diversas maneras, que quizá creamos que ha estado con nosotros desde siempre. Sin embargo, su presencia entre nosotros, los europeos, es relativamente moderna.

He dicho europeos porque los americanos, probablemente, toman chocolate desde la noche de los tiempos. Llevaban siglos engulléndolo cuando los españoles llegaron al actual México y tomaron contacto con él.

Los mexicanos precolombinos creían que Quetzalcoatl, la jardinera del campo de los dioses, trajo a la tierra las semillas de un árbol que crecía allí y que llamaban quacatl (cacao); razón por la cual consideraban el chocolate bebida de dioses.

En efecto, chocolate es una palabra procedente de los idiomas precolombinos mexicanos, en los que es tan típica la terminación -tl, que la fonología española ha adaptado añadiendo una vocal que para nosotros es necesaria. Las descripciones que nos han quedado de la corte del famoso rey Moctezuma nos pintan a un rey que tomaba casi constantemente, para vigorizarse, un bebedizo cuya base era el cacao, adicionado con miel y una fruta de sabor parecido a la piña. Aquella bebida era muy cara porque el cacao formaba parte de uno de los sistemas aztecas de intercambio, así pues era de gran valor.

Por esta razón, el pueblo llano, en realidad, no tomaba el chocolate como nosotros lo importamos. Ellos tomaban una papilla, que llamaban atol, que se preparaba machacando conjuntamente cacao y maíz, cociendo la mezcla en agua mientras se adicionaba pimienta picante. Los españoles que llegaron a México probaron el atol y les pareció una bebida repugnante (no les culpo). Sin embargo, cuando probaron el brebaje que tomaba Moctezuma, considerablemente más dulce, sí les agradó, y ésa fue la receta que importaron a Europa. Es por eso que digo que el moderno chocolate a la taza es una bebida de reyes.

Se podría decir que al contactar los españoles con el chocolate dulce, llovió sobre mojado. Y es que una de las majaderías del siglo es la coña de la dieta mediterránea. Que la dieta mediterránea existe y es muy sana no hay que ponerlo en duda. Que es lo que tradicionalmente hemos comido los españoles es una mentira del tamaño de la catedral de Colonia. Si echamos un vistazo a los libros de cocina escritos sobre todo en la España barroca, encontraremos que la dieta española de la época era todo menos sana pues, por encima de todo, era dulce. Muy dulce. La España de hace medio milenio era una especie de monumental páncreas estresado.

De aquella época es, por ejemplo, una salsa llamada oruga, que nos ha dejado descrita Montiño en su Libro de comer, y que se servía con todo tipo de carnes. Se hacía con azúcar o miel, panecillos molidos, pan tostado, vinagre, más azúcar en abundancia y canela. En la España de la oruga, una bebida a base de cacao endulzado cayó como el maná.

Cuando el cacao americano fue trasplantado a las Canarias, y en recuerdo de aquella bebida regia (y por pura querencia), los españoles comenzaron a añadirle azúcar. Mientras en América el chocolate se convertía en la bebida típica de los criollos, en España también se iba imponiendo.

En algún momento del siglo XVII y, sobre todo, durante el siguiente, la enorme demanda de bebidas de chocolate llevó a la invención de la chocolatería. Tiempo antes de que existiese la celebérrima del callejón de San Ginés en Madrid, en el canal de Jamaica había ya decenas de locales donde se servía chocolate bebido, que contaban hasta con orquestas metidas en barcas que amenizaban la velada. Estaban siempre hasta la bola, día y noche. Botellón chocolatero.

Fueron los frailes de Oaxaca los que acabaron haciendo a esta ciudad mexicana famosa por su chocolate. Ellos fueron los primeros en echarle al bebedizo cosas como vainilla o avellanas tostadas, y con ello contribuyeron a que el chocolate de Oaxaca fuese muy conocido en ambos lados del charco. En Chiapas, el obispo tuvo que reconvenir a las damas de determinada parroquia por su costumbre de llevarse jícaras de chocolate a misa, y pasar la celebración bebiéndolo. La respuesta de las damas a la bronca obispal fue cambiar de iglesia. Los criollos acostumbraban a desayunar chocolate, a tomarlo de nuevo en la merienda y, finalmente, una vez más, a medianoche.

Sin salir de América, la plantación de cacao se extendió por las Antillas, lo que también llevó a que los antillanos comenzasen a consumir chocolate a lo bestia. Los jamaicanos hacían lo propio, antes de trabajar por la mañana.

Cuando el chocolate endulzado llegó a España, algunos, no pocos, médicos, albergaron cuitas sobre él. Lo consideraban, cágate lorito, un alimento de poca sustancia, y por eso el chocolate se comenzó a tomar mezclado con todo tipo de especias, tales como la canela, pero también, por ejemplo, cardamomo o jenjibre, que digo yo que no debía de saber muy bien. Sin embargo, la costumbre de tomarlo se extendió de tal manera que, muy pronto, tuvo que ser censurado por el clero como pecado de gula. A otros países se extendió con cierta lentitud. A Italia, el primer país que lo adoptó, lo llevó un florentino llamado Antonio Carletti; y a Francia pasó cuando Ana de Austria, hija de Felipe III, se casó con Luis XIII de Francia.

A mediados del siglo XVII, la venta callejera de chocolate fue prohibida en Madrid. La razón de esta prohibición estriba en que la ciudad se había convertido en un hervidero de puestos y puestecillos de toda laya en los que todo dios vendía chocolate, tal era la desenfrenada demanda de los madrileños por el producto. La preocupación por ello procedía del hecho de que, como siempre en situaciones de demanda disparada, había aparecido el fraude. En no pocos puestos callejeros de Madrid (así como en la nutridísima venta ambulante, que era realizada por mujeres que iban de casa en casa ofreciéndolo) se vendía chocolate, sobre todo sólido, confeccionado con dosis relativamente pequeñas de cacao y azúcar, y mezclado con las cosas más peregrinas, sobre todo pimienta, pero también pan rallado, harina de maíz o cortezas de naranjas secas y molidas. Sólo así era posible que el chocolate, bien bastante caro para la época, se vendiese por cuatro gordas en cualquier esquina.

La historia de estos pequeños siglos del chocolate en Europa es la historia de una continua polémica entre médicos sobre las propiedades del chocolate, que unos tenían por lo más sano del mundo y otros por el origen de grandes males. Madame de Sevigné, célebre autora de epístolas y enemiga del chocolate, lo acusa de causar fiebres mortales a sus consumidores habituales. Por su parte, otra francesa, la condesa de Aulnoy, que escribió un libro sobre sus viajes por España, describe una fiesta que le dio una aristócrata española, fiesta en la que le maravilló, por ejemplo, encontrarse con que las damas invitadas fueron servidas con dulces, todos envueltos en papel dorado. En aquel entonces, por lo tanto, a las españolas les preocupaba ya pringarse las manos, mientras que a las francesas, por qué será, aún no les había surgido la preocupación de llevar los dedos sucios.

Otra cosa que destaca la de Aulnoy son las enormes cantidades de chocolate bebidas por las contertulias (hasta seis jícaras con sus bizcochos, lo cual deben de ser como diez tazas por lo menos). Pero lo increíble es la apostilla que deja: «No me extraña ya que las españolas estén flacas, pues abusan del chocolate». Con un par.

En España, la gran preocupación era saber si podía considerarse o no alimento de vigilia. La polémica continuó hasta que el un tal padre Francisco María escribió un opúsculo declarándolo alimento apto para el ayuno. No creo que sepamos nunca si verdaderamente lo pensaba o es que tenía miedo de que lo tirasen por la ventana del convento si decía lo contrario. En Italia también pensaron en prohibirlo. Hasta que lo probó el Papa, Clemente VII, momento a partir del cual el Vicario de Cristo decretó que aquello no podía ser cosa mala (y, hemos de suponer, pidió que le trajeran más).

Regresando a Francia, encontramos al célebre cardenal Richelieu engullendo chocolate muy a menudo. O a María Teresa, esposa de Luis XIV e hija de Felipe IV, la cual, a pesar de que su marido aborrecía esta bebida, la consumía en tales cantidades que acabó con la mitad de la dentadura severamente picada.

Y de esta forma, tan dulce y tan intensa, el chocolate entró por la puerta grande de nuestros gustos culinarios, junto con otros diversos productos que le debemos a América, tales como la patata, el pimiento o el tomate. Y durante mucho tiempo hicimos buenos dineros con el monopolio de la importación de cacao, hasta que Felipe V lo vendió, en 1728. En algunos países nunca penetró seriamente (así, en Alemania) e, incluso, en Francia no se consumió masiva hasta que en 1815 se perdieron todas las cosechas. Luego llegó la colonización de África, en cuyas tierras el cacao se ambientó a la perfección, que colocó en el frontis del chocolatismo a nuevos jugadores, como Bélgica.

Por cierto, un consejo: si vais a Bruselas, no os dejéis asombrar por los chocolates de marca que mucha gente conoce y tal. Belgian truffles. Son bastante más baratos, y nunca he han dejado mal.

Y digo esto de que nunca me han dejado mal porque este cronista bloguero, señores, entre comerse un bombón y una chistorra frita hace seis días, no se lo piensa ni dos veces.

Así que supongo que algún día tendré que buscar lecturas sobre la historia de la chistorra.