jueves, marzo 24, 2011

La "normalidad" del 36 (3: Azaña gobierna)

Manuel Azaña, para sorpresa de propios y extraños, forma gobierno en apenas unas horas; signo bastante claro que la política de brazos caídos de Portela Valladares era tan descarada que desde horas, tal vez días atrás, el líder de Izquierda Republicana estaba esperando ser llamado por el presidente Alcalá-Zamora. El nuevo presidente del gobierno intenta llegar con todos los pronunciamientos positivos y por eso pronuncia una alocución radiada el día 20 cuya tesis central es: perdón para todos, borrón y cuenta nueva, gobierno para todos los españoles, incluso los que no son republicanos. La CEDA parece recibir ese testigo con una nota, también el 20, aseverando su colaboración para la normalización del país. Pero el país no se normalizará. Los radicalismos no le darán, no ya 100 días, sino 100 horas, al nuevo gobierno. Y éste, en 1936 como en 1931, no sabrá, o no querrá, imponer su capacidad de acallar a quienes descarrilan de la democracia para llevar demasiado lejos sus estrategias.

Azaña lo sabe porque lo ha visto. En la misma noche del 19 ha tenido que salir al balcón de la Puerta del Sol a responder a la multitud vociferante que celebra su nombramiento. A ellos les suelta un discurso un tanto frío en el que promete la amnistía y la restitución de los ayuntamientos removidos tras el golpe de Estado del 34. La multitud le contesta con silbidos y pidiendo la cabeza de los líderes de derecha. Así pues, el mensaje para el presidente del Gobierno es claro y, en el fondo, el mismo que el de Pretty Woman. Las izquierdas quieren que se les haga más la pelota. Mucho más.

En La Rambla, Córdoba, el viejo ayuntamiento de izquierdas, destituido, considera que el anuncio de Azaña es ley, y se presenta en la casa consistorial para tomar el mando. El alcalde y concejales obrantes se niegan. Se enzarzan en una pelea de la que salen siete heridos y el incendio del archivo municipal. En Jumilla, Murcia, los anarquistas declaran el comunismo libertario. Los nacionalistas montan una mani en Barcelona que termina con un muerto y varios heridos.

Con todo, la verdadera actividad está en las cárceles. Quien quiera consultar uno de estos conflictos paso a paso, no tiene nada más que consultar las memorias de Pasionaria, en las que la líder comunista cuenta, con indisimulado orgullo, la movida de la cárcel de Oviedo, que terminó con todos los presos en la calle, incluidos los comunes (tuvo muchos años doña Dolores para explicar exactamente qué relación tenían la pederastia, la violación y el robo con la República; pero nunca lo dejó del todo claro). El viejo político liberal republicano Álvaro de Albornoz trató de convencer a las izquierdas de que las cárceles sólo las pueden abrir los Parlamentos, pero no le hicieron ni puñetero caso.

En Chinchilla, Albacete, hubo una fuga masiva de presos, que tuvo que frenar la guardia civil con el resultado de un muerto. Mientras tanto, en Eltx se sustantivaba la tradicional querencia del levantino hacia el fuego. Sin ser Fallas ni nada, ardieron en la misma noche la sede de la Derecha Regional Valenciana, el casino, la sede del Partido Radical, la sede de Acción Cívica de la Mujer y varias iglesias. La guardia civil causó dos muertos.

Ese mismo día 20 ardieron templos en Betanzos (La Coruña), Melilla, Palma del Río (Córdoba), Sanz (Barcelona), Torres de Berrellén (Zaragoza), Benajoan (Málaga), Almería, Béjar (Salamanca), La Coruña o Córdoba. Cinco periódicos de derechas fueron asaltados y en uno de ellos, La Unión Mercantil de Málaga, hubo un muerto. En más de quince poblaciones las sedes de partidos de derecha fueron asaltadas. En Carmona, Sevilla, los asaltantes incluso trataron de tomar el puesto de la Guardia Civil.

Resulta difícil de creer que una conflictividad tan extensa y atrevida sea fruto de la espontaneidad. Espontaneidad es la de abril del 31, fecha que demuestra que, cuando la gente reacciona a su bola, no suele hacerlo para abrirle la cabeza a nadie. El hecho de que las inmediatas horas a la votación del 16 de febrero, las jornadas consiguientes, y las horas que siguieron a la llegada de Azaña al poder, se siguiesen de tantos conflictos y tan violentos, da que pensar que pudo haber organización. Así lo insinuó, a mi modo de ver, el propio Niceto Alcalá-Zamora, quien escribió en 1937 que, para hacerse con la mayoría de los diputados, el Frente Popular «consumió dos etapas a toda velocidad, violando todos los escrúpulos de legalidad y de conciencia».

La primera etapa, para Alcalá, es adelantarse a la proclamación de resultados, que debería producirse el día 20 ante las Juntas Provincias del Censo (y que nunca se produjo), desencadenando en la calle «la ofensiva del desorden». «A instigación de dirigentes irresponsables», dice el ya ex-presidente, «la muchedumbre se apoderó de los documentos electorales; en muchas lcoalidades los resultados pudieron ser falsificados».

En la segunda etapa el Frente Popular, «reforzado con una extraña alianza con los reaccionarios vascos, eligió la Comisión de validez de las actas parlamentarias, la que procedió forma arbitraria. Se anularon todas las actas de ciertas provincias donde la oposición resultó victoriosa».

Azaña era un fatuo, pero no era idiota. Sabía bien que el gran ganador de las elecciones, cuando menos por la vía de los hechos, había sido el golpe de Estado del 34, lo cual quería decir que más le valía dar pasos hacia la amnistía. El mismo día 20 reúne al gobierno para estudiar el proyecto de la misma. Para darle a la amnistía un viso de realidad, convoca a la Comisión Permanente de las Cortes, todavía formada según la composición del 33 y, por lo tanto, con mayoría de las derechas. Éstas ni siquiera presentan media oposición e, incluso, votarán mayoritariamente un decreto exento de formalidades jurídicas, que se limita a declarar la amnistía en sí misma; y sin poner en duda la legalidad constitucional de que algo tan importante como una amnistía sea aprobado por un pequeño órgano de continuidad legislativa.

Los azañistas pararon algunas enmiendas que quería introducir la izquierda para que se amnistiase también a presos comunes. La razón de fondo está en que el bienio derechista había utilizado la legislación común para, en ocasiones, encarcelar a activistas políticos y sindicales. La emienda no prosperó pero, y éste es otro síntoma importante, los comunes salieron de las celdas. Con ese detalle, las izquierdas demostraban que, en el fondo, lo que dijesen o dejasen de decir los decretos les importaba un bledo.

Es posible que Azaña, en el marco de esos análisis tan profundos que hacía consigo mismo, pudiera pensar que la amnistía traería el reposo del orden público. Una vez más, y van como dos millones desde el 14 de abril, se equivocó. El día 21, para «celebrar» la amnistía, arden los periódicos derechistas Gaceta de Levante, en Alcoy; El Faro de Ceuta; y La Voz de Asturias, en Oviedo. En Cartagena, el Saucejo y Fuentes de Andalucía arden las iglesias. El día 22, en Córdoba, se producen asaltos de fincas en Monturque, Fernán Núñez, Fuente Carreteros, Villanueva del Rey, Montoro, Bujalance, Lucena, Encinas Reales, Montilla y La Carlota. En Aguilar, en la misma provincia, es asaltado un centro campesino y su encargado arrastrado por las calles. En Palma del Río, los jornaleros son la ley por un día, durante el cual incendian las casas de derechistas, tiendas, molinos, lo que se pone por delante.

En Piñar, Granada, los manifestantes de izquierda disparan a la guardia civil; el mundo al revés. En Bujalance se produce un atentado contra un propietario llamado José Navarro, en el que resulta muerta su hija, probablemente una peligrosa capitalista de instintos explotadores.

El día 23, continúa la fiesta. En Pechina, Almería, de nuevo disparan contra los guardias civiles, los cuales contestan provocando un muerto; los manifestantes respondieron cebándose en un derechista del pueblo, al que se apiolaron comilfó. En Jaén, de las máquinas del periódico derechista Diario de la Mañana no quedan ni las tuercas.

Ese mismo día 23, los anarquistas encarcelados, imputados y condenados por los sucesos de Castilblanco, donde se cometió no sólo asesinato sino el brutal linchamiento de los cuerpos de cuatro guardias civiles, salen de la cárcel. Difícil de entender, porque los sucesos de Castilblanco ocurrieron la friolera de 22 meses antes del golpe del 34. A su salida del penal de Cartagena son recibidos con vítores y homenajeados en la redacción de El Socialista. Curioso antecedente histórico éste del PSOE de haber encumbrado y tratado como héroes a unos tipos a los que les faltó el más mínimo respeto por la condición humana.

Otros que salen del penal, en este caso del Puerto de Santa María, son los catalanes que en 1934 dirigieron un golpe de Estado contra el gobierno de España, y que con total desparpajo, Companys al frente, al pasar por Madrid se van a ver a Azaña y le dicen que no piensan pisar Barcelona sin que se restablezca la autonomía. Ni corto ni perezoso, Azaña obedece, y el 26 ya está la Generalitat repuesta aunque, la verdad, el día 24 ya se había reunido la comisión permanente del Parlamento catalán; una vez más, el mismo mensaje: los decretos dicen lo que quieren y tienen su ritmo. Pero, mientras tanto, yo hago lo que me da la gana, que para eso mando.

El día 28, el gobierno aprueba suspender la enseñanza religiosa, y estudia vías para la depuración del Ejército. En suma, Azaña llegó, el día 20, prometiendo un gobierno para todos. Pero, en diez días, la señal que le envía al país, neta y clara, es que sólo piensa gobernar al gusto de algunos.

Sólo entre el 17 y el 29 de febrero, hubo 11 choques armados y 14 agresiones personales, que produjeron 22 muertos y 112 heridos, a los que hay que sumar 40 incendios y 85 asaltos a propiedades.

La normalidad y la concordia prometida por el presidente del gobierno, don Manuel Azaña, bien pronto se resquebrajó.

El 1 de marzo, los comunistas y socialistas celebraron el triundo del Frente Popular con una gran manifestación en Madrid en la que se portaron carteles de Pablo Iglesias, Stalin, Dimitrov... además de esfigies bufas de los líderes de la derecha. La mani terminó en la plaza de Colón, o mejor dicho en Castellana, 3, frente al despacho de Azaña. Éste salió al balcón y pronunció un discurso equívoco en el que afirmó que el pueblo había conquistado la República y ya nadie se la arrebataría; frase que se puede interpretar, benevolentemente, como una soflama florida, y a mala leche como la insinuación de que pronto ni puñetera falta que haría votar. En fin, no es que yo dude de las convicciones democráticas de Azaña; pero es que tampoco dudo que tenía un concepto patrimonial de la República que le llevaba a considerar el poder como «propiedad» de unos y, consecuentemente, «usurpación» de otros cuando gobernaban. Este sentimiento, de hecho, ha pervivido más de setenta años en algunos votantes de izquierdas.No hay más que pasearse minuto y medio por los hilos de sitios como Menéame para percibirlo.

Mientras se celebraba la manifestación de Madrid, un cedista, Valentín Gómez, era asesinado a puñaladas en Badajoz. No fue el único muerto de la jornada. En El Coronil, Sevilla, las masas trataron de quemar la iglesia, y la actuación de las fuerzas de seguridad provocó la muerte de un manifestante.

Dos muertos en un día de movidas. Poca cosa para la «normalidad» del 36.

Ese mismo primero de marzo, por cierto, se publicó el decreto que establecía la obligación de readmitir a todos los despedidos tras el golpe de Estado del 34. En la práctica, esta medida puso en la calle a centenares de trabajadores apolíticos o no significados, movimiento que fue oro molido para José Antonio Primo de Rivera, quien comenzó a ver cómo su Falange se descargaba de señoritos y comenzaba a llenarse de gente cabreada con las manos llenas de callos. Mucho mejor material cuando de repartir hostias se trata.

Otro decreto por esas fechas legalizaba la ocupación de fincas por parte de los yunteros de Badajoz, fruto de la presión de los mismos; norma que vino inmediatamente seguida de otras que extendían la medida a provincias limítrofes.

El día 4, un grupo de socialistas comienza a cachear a la gente en la Plaza Mayor de Alcalá de Henares. Sí, así de peripatética y exótica es la «normalidad» del 36: ciudadanos privados, formando parte de milicias alegales, realizando labores propias de los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado. Cuando dieron por pasar por la plaza unos cuantos derechistas, se negaron al cacheo, negativa que fue seguida de un amable tiroteo (repetimos: en pleno epicentro de la ciudad cervantina) en el que se produjeron varios heridos. Minutos más tarde, la patrulla amateur se cruza con un capitán del ejército de uniforme, al que acosan y obligan a usar la pistola para ahuyentarlos. Al día siguiente, tamaña provocación provoca una huelga general. Durante la misma, es asaltada e incendiada la antigua casa de los Jesuitas, así como las iglesias de Magdalena y Santiago.

El día 8, arden templos en Cádiz y Granada. Un izquierdista resulta herido en un tiroteo en la ciudad de la Alhambra, motivo por el cual los días 10 y 11 las turbas se enseñorean de las calles. Durante esta fiesta caritativa, y para iluminar bien los hechos y que nadie se quede sin poder hacer fotos, arden las iglesias de El Salvador, San Gregorio, San Cristóbal, Nuestro Salvador y el convento de Santo Tomás, el edificio de El Ideal de Granada, una fábrica de chocolate (lo mismo querían organizar un botellón-tazón, yo qué sé...), el palacio del duque de Gor, el del conde de la Jarosa y varios domicilios particulares de derechistas. Todo muy normal, como puede comprobar cualquiera que hoy mismo se pasee por el centro de Granada, donde todos los días hay tres o cuatro incendios. Los enfrentamientos con la fuerza pública provocan 30 heridos, 8 de ellos para el arrastre.

El 14, en la bella ciudad riojana que rima con moño y con otras cosas, unos izquierdistas rodean a unos militares con la sana intención de visitarles las costillas, ante lo cual los atrabiliarios y desagradecidos funcionarios salen de najas y se refugian en su cuartel. Por ello, la masa intenta asaltar el dicho cuartel (lo cual, cualquiera que se sepa la ley sabe que está prohibido), ante lo cual los soldados de guardia abren fuego, matando a un manifestante. Visto que con eso no pueden, los manifestantes asaltan las sedes de Falange y la Comunión Tradicionalista, donde al parecer dejaron, por error, un cenicero sano. Luego van a la cárcel y al periódo La Región, que tratan de asaltar sin éxito. Se desfogan quemando las iglesias de Las Delcalzas, Agustinos, Carmelitas, Maristas y Santiago.

En Jumilla, el pueblo que declaró el comunismo libertario nada más producirse la votación del 16, unos derechistas se llevan por delante a un activista anarquista. La guardia civil detiene a unos cuantos sospechosos. De madrugada, el cuartelillo sufre un asalto. Pedro Castilla y Antonio Martínez, que estaban en el calabozo, son sacados a la calle y asesinados a hachazos.

A hachazos.

La guardia civil reacciona y acaba matando a uno de los extremistas. Pero los manifestantes contraatacan, los rodean, desarman y encierran. A partir de ese momento, por supuesto, las masas de izquierdas son las dueñas del pueblo.

Se dirigen a la casa de un derechista, Constantino Porras. Lo sacan a la calle, lo tiran al suelo y le cambian la forma a la cabeza al modo de Atapuerca, es decir cincelándosela a golpes de sílex. Al día siguiente, llegan destacamentos de la guardia civil, que ponen orden. También llega el gobernador civil; aunque este señor no viene a poner orden, sino a presidir los funerales del izquierdista asesinado.

En el asalto al Diario de Navarra, en Pamplona, se producen doce heridos.


Será en este ambiente en el que nazca la guerra civil.

miércoles, marzo 23, 2011

Libia (2): las palabras del presidente

Algunas frases de la intervención de ayer del presidente del Gobierno, acompañadas de apostillas.



La comunidad internacional ha sabido estar a la altura de sus responsabilidades para hacer frente a un hecho siempre grave: en este caso, el empleo de la fuerza contra la población civil por parte de las autoridades libias, mediante ataques generalizados y sistemáticos a la misma.

Aparte de que no acabo de entender que un hecho «siempre grave» deba ser definido «en este caso» (si es siempre grave, no hay caso que valga), queda otra pregunta: si es «siempre grave», ¿por qué la comunidad internacional sólo ha actuado «en este caso»?

La comunidad internacional sale reforzada por la forma en que ha adoptado su posición (...) con el respaldo expreso de las organizaciones regionales más relevantes en el caso, la Liga Árabe, la Conferencia Islámica, la Unión Africana y el propio Consejo Europeo.

¿Realmente sale reforzada la comunidad internacional aseverando que el pueblo libio tiene derecho a la democracia y admitiendo ser apoyada por países que le niegan esa posibilidad a sus pueblos, como de hecho son buena parte de los integrantes de la Liga Árabe y unos cuantos de la Unión Africana (sin ir más lejos, Guinea Ecuatorial)? ¿No es más cierto que como habría «salido reforzada» la comunidad internacional hubiera sido no permitiendo compañeros de viaje tan cínicos?

La Responsabilidad de Proteger consiste en que si un Estado no cumple con la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos, la comunidad internacional debe intervenir para asumirla.

¿Ah, sí? Pero, entonces, ¿qué fue lo de Ruanda: un botellón que salió mal? Teniendo allí como tenía la «comunidad internacional» a un mando de los cascos azules enviando un mensaje tras otro diciendo que, lejos de ser protegidos, los ruandeses estaban siendo masacrados, ¿por qué no se aplicó la «Responsabilidad de Proteger»? Y es sólo un ejemplo de muchos...

Es un principio humanitario la razón por la que estamos interviniendo en Libia: para defender a los ciudadanos de ataques de las propias fuerzas libias.

De donde se deduce que proteger a los ciudadanos de ser objeto de la represión del Estado, que era lo que ocurría en Libia (y en Cuba, y en Corea del Norte, y en Guinea, y...) antes de ser agredidos por la fuerza militar, no es un principio humanitario.

Hay que ver cómo se «refuerza» la comunidad internacional...

La Resolución 1973 insiste también en el objetivo de encontrar una solución a la crisis de Libia que responda a las legítimas demandas del pueblo de este país.

[más adelante, en el mismo discurso]

El objetivo que se planteó [en el Consejo Europeo] de manera nítida fue que Libia acometiera con rapidez una transición ordenada hacia la democracia, a través del diálogo plural.

[más adelante]

La operación «Amanecer de la Odisea» no incluye, como estipula la Resolución 1973, la ocupación del territorio libio bajo ningún concepto. [nota estúpida: debiera ser «y así lo estipula» y no «como estipula». Tal y como está redactado, la aposición dice lo contrario de lo que quiere decir]

[y más adelante aún]

La Resolución no pretendía ni pretende la expulsión del coronel Gadafi del gobierno de Libia. Su objetivo era advertir al coronel Gadafi y a las autoridades libias de que dejase de usar las armas contra su pueblo, de que si no lo hacía así, la comunidad internacional estaba dispuesta a usar la fuerza para poner fin a los asesinatos de su pueblo.

Recapitulemos: la Resolución 1973 insiste en un objetivo, la democracia en Libia, pero expresamente descarta los dos elementos claramente necesarios para conseguir dicha transición: la invasión del territorio y la marcha de Gadafi del gobierno. De alguna manera, la Resolución 1973 confía en que un señor que lleva 40 años convencido de que gobernar es gobernar dictatorialmente de repente se dé cuenta de que tiene que facilitar el diálogo y la alternancia, lo cual puede incluir su salida pacífica del poder. Todo eso se va a conseguir, únicamente, obligándole a no bombardear a su pueblo, pero sin citar ni una sola vez el leve detalle de que bombardear no es la única forma de matar, como bien sabe mucha gente, desde los chequistas del Madrid de la guerra civil hasta los tribunales del franquismo, que jamás, que se sepa, bombardearon a nadie ni en las tapias de Paracuellos ni en las tapias de tantos y tantos camposantos.

Ni siquiera es posible que las acciones se cometan porque las pidan quienes van a ser protegidos. Es decir: si algún día los objetos de la acción humanitaria, el pueblo de Libia, le dijesen a la comunidad internacional que la única forma de impedir que Gadafi siga atacándolos es invadir el territorio del país, la comunidad internacional, en estricto cumplimiento de la Resolución 1973, debería negarles la ayuda, pues es taxativa al aseverar que la invasión no se producirá «bajo ningún concepto».

Ahora mismo, en El Mundo, una fuente de Misrata es citada en los siguientes términos: «Hacemos un llamamiento a las fuerzas aliadas para que vengan y protejan a los civiles». ¿Qué le pasa a este tipo; es que no se ha leído la Resolución 1973?

¿No deberíamos hablar, más propiamente, de una acción parcialmente humanitaria (sólo si no demanda ocupación del terreno)?

Hay que situar, además, esta decisión de la comunidad internacional en un contexto histórico concreto (...) La valentía y el espíritu cívicos demostrados por el pueblo de Túnez, primero, y por el de Egipto, después, han sido una demostración palpable de que el progreso y la libertad son también causas del mundo árabe, y que se pueden hacer valer pacíficamente.

Aparte del leve detalle de considerar hechos históricos cosas que pasaron antes de ayer (un poco precipitado dar el proceso por terminado y definido, la verdad), ¿qué quiere decir eso de situar la decisión de la comunidad internacional en un contexto histórico? ¿Quiere eso decir que el rimbombante y campanudo principio de la Responsabilidad de Proteger se aplica dependiendo del contexto histórico? ¿Exactamente en qué contextos históricos los pueblos que demandan protección no merecen ser protegidos?

La petición que hoy hace el Gobierno es una petición prudente.

Yo más bien diría: equívoca y oscura.


Pequeña actualización tras leer el discurso de Rajoy.

El jefe de la oposición basa la primera parte de su discurso en la voluntad de su partido de no entorpecer las decisiones del Gobierno legítimo de España cuando se traten de la defensa nacional. Lo dice varias veces, recalcándolo, lo cual es lógico pues claramente busca la contraposición con la segunda guerra del Golfo y la actitud entonces del PSOE (y de todos los demás partidos, de paso).

La interpretación constitucional del jefe de la oposición es verdaderamente exótica. Según él, cuando el Gobierno decide sobre la Defensa, habló Blas, punto redondo. Pero, si es así, ¿por qué la legislación prevé la ratificación por el Congreso? En mi opinión, el hecho de que la ley exija el placet de los representantes del pueblo a la decisión gubernamental de, por ejemplo, entrar en una guerra, hace que de dichos representantes deba esperarse algo más que un «yo siempre digo sí».

Presentarse en el Congreso con esta actitud, la de quien dice que sí porque sí, la actitud de quien poco menos que está diciendo que siempre que el Gobierno de España le llame para ratificar una decisión bélica la va a apoyar, es una gravísima dejación de las altísimas responsabilidades que se adquieren cuando uno se presenta a unas elecciones y obtiene un acta de diputado.

Más adelante, Rajoy explica que una de las razones que le mueve a su grupo a apoyar la intervención es la defensa de la libertad y los derechos humanos. Pregunta: si tanto le preocupa al Partido Popular la «defensa de la libertad y de los derechos humanos» en Libia, ¿por qué no reclamó esta intervención durante estos últimos cuarenta años?

Estamos, dijo el jefe de la oposición, ante una decisión de la comunidad internacional que condena, con razón, un clima de permanente violación de los derechos humanos, violencia contra la población civil, detenciones arbitrarias y otras. Falso. Gadafi lleva décadas violando permanentemente los derechos humanos, apaleando a civilies y deteniéndolos sin motivo, y nada de eso es condenado por la Resolución 1973. La 1973 apenas condena cosas que han ocurrido en los últimos días, pero el régimen libio existe desde hace años; años en los que iba a las reuniones de esa misma comunidad internacional que ahora lo condena, y le daban palmadas en la espalda.

¿Cómo se entendería que permaneciésemos impasibles ante este desafío al mundo que está ocurriendo en nuestra vecindad del Mediterráneo? Acabáramos. O sea que, si la violación permanente de los derechos humanos, la violencia contra la población civil y las detenciones arbitrarias se perpetran en las islas Vanuatu, que quedan donde Cristo perdió los amarracos, pues que les den.

Eso sí, mucho más lúcido que el presidente en el análisis de las incongruencias esenciales de la operación. Lo que da ser sólo oposición...

lunes, marzo 21, 2011

Sobre Libia

Una mínima lógica parda debería llevar a pensar que una guerra de la que Estados Unidos se quiere escaquear no puede ser una buena guerra. Es mi opinión, y ojalá me equivoque, que la precipitada decisión que se ha tomado en los últimos días respecto de la intervención en Libia (zona de exclusión aérea, una leche: intervención) le va salir muy cara a quienes la han tomado, Barack Obama el primero; aunque también tengo por muy probable que el que ha metido a todos en el berenjenal, es decir el presidente Sarkozy, se las arreglará para salir de rositas. Al tiempo.

La intervención en Libia es de un cinismo que asusta con sólo mirarlo. Sus defensores se llenan la boca hablando de salvar al pueblo libio o, como le gusta decir al líder de la oposición, tal vez porque algún cráneo previlegiado se lo aconseja, «la gente». Sacar los misiles a pasear para conseguir que alguien deje de arrear cebollazos a otro está muy bien, desde luego. Pero plantea el leve problema de que, prácticamente en cada minuto de la existencia del mundo desde hace seiscientos años por lo menos, dentro de algunas fronteras alguien ha estado agrediendo a alguien. ¿Qué tiene esta situación de distinta a las demás?

Yo, qué queréis que os diga, llevo un par de días acordándome de Hitler y de la intervención absolutamente necesaria en Checoslovaquia en favor de los sudetes. Goebbels también podría haber dicho que eso de colocar a Europa al borde de la guerra tenía sentido por proteger a la «gente» germanoparlante del único Estado entonces democrático del Este de Europa que, por mor de la intervención, además, dejó de serlo. A Hitler, es mi opinión, los sudetes le importaban ein verdammt.

El pueblo libio está hoy siendo atacado por su ejército. Pero hace dos o tres meses, o veinte años, no estaba mucho mejor. Experimentaba el mismo déficit democrático y el peso de un régimen policial que al que se movía, más que sacarlo de la foto, lo sacaba del mundo. Hace dos o tres meses, sin embargo, el presidente de Libia, puesto que se había avenido a colocarse enfrente del terrorismo islámico internacional (obteniendo claramente la contraprestación de que no le preguntasen qué hacía con la mano que escondía tras la espalda), era friendly. Hasta le regalaron al capullo aquél de Lockherbie; ole con ole y ole con eso de «los países democráticos nunca negocian con terroristas». Qué va, sólo los sueltan...

Las defensas antiaéreas de Libia eran tan vulnerables hoy como lo pudieran ser hace, un suponer, tres años. Hace tres años, sin embargo, nadie pedía que Libia fuese atacada. Nadie lo consideraba siquiera necesario. Se puede decir, y será verdad: es que hace tres años, en la comunidad internacional habría habido muchos que se habrían opuesto a una agresión contra Libia. Y, sin embargo, ahora están a favor. ¿Se han convertido a la democracia? Pues no. ¿Cuál es el interés de Quatar en Libia? ¿Salvar al pueblo libio? Pero, ya puestos, ¿por qué no ataca, o pide que sean atacados, Bahrein, o Yemen, que los tiene más cerca?

Es curioso que nadie, al menos que yo sepa, destaque el paralelismo existente entre la declaración actual de intervención contra Libia y la primera (ojo, primera) guerra del Golfo. No hay nada, repito, nada, que nos diga hoy que el resultado no vaya a ser el mismo: Gadafi, vencido, podría permanecer al frente de su país; sin tener poder sobre su propio espacio aéreo, vale; sin poder levantar un ejército, vale; pero presidente de su país al fin y al cabo, firme en el machito, impasible el ademán, y pillando lo que fuese que pillase ya con anterioridad. En efecto, en 1991 los EEUU dejaron a Sadam al frente de Iraq, una vez más desconociendo la Historia, que es bastante clara al menos desde 1918. Porque si hubo un septiembre de 1939, no nos quepa la menor duda, fue porque Alemania salió de la Gran Guerra perdedora, pero no invadida, mucho menos intervenida. A pesar de lo que, como digo, la Historia canta con melodías prístinas, se dejó a Sadam en su sitio, y una década después los americanos tuvieron que ir a por él aperreados, fanés, descangallados y mintiendo.

Las declaraciones hasta el día de hoy nada dicen sobre derrocar a Gadafi como objetivo. Instan a Gadafi a respetar a su oposición. Se lo ponen fácil. Todo es cuestión de discutir el concepto de respeto. Eso sí, lo mismo sacan beneficio del hecho evidente de que Gadafi es un loco mesiánico, y quizá prefiere inmolarse.

Si es tan cierto que la ONU tiene un strong commitment a favor de la democracia, ¿qué hace su jefe con nombre de cancioncilla de los muppets que no ha echado de la Asamblea General a la mitad del aforo? Claro, tiene el problemilla de que China, es probable, vetaría su propia expulsión, porque los chinos podrán ser chinos, pero no son gilipollas. Curiosa institución multinacional ésta en la que Alemania carece del papel que le corresponde por haber sido una dictadura hace siete décadas y China, sin embargo, lo ve reconocido a pesar de ser una dictadura desde hace casi el mismo tiempo. Esta institución, que sigue usando mapas de 1945 para distinguir demócratas de no demócratas, es la que se supone que tiene que aportar el waiver declarando lo que es lucha por la libertad y lo que no lo es. Es como si Ronald Biggs te extendiese cerfificados de penales.

Otro argumento muy de moda estos días: ayudamos al pueblo libio para que monte una democracia e irradie el ejemplo a la zona, convirtiéndola al parlamentarismo y el régimen de libertades. Aparte de que este argumento rezuma un colonialismo digno del general Kitchener (pobres magrebíes mongolitos, vamos a enseñarles el camino que ellos no ven por sí solos), además tiene, cualquier observador medianamente avezado lo puede ver, visos de ser falso. Los fusiles trajeron la democracia teórica al Afganistán, y hoy es el día que se habla y no se para de pucherazos y que al frente del país se encuentra un señor usualmente vestido con una manta que cree en los derechos humanos y en la igualdad (por ejemplo, de los sexos) lo mismo que yo en Peter Pan. En Iraq, la democracia no ha parado la sangría de muertes y agresiones y ha terminado por mutar en un pacto de distribución de áreas de poder, o sea el mecanismo tribal disfrazado de pitufo.

Todo esto, a mi modo de ver, esconde dos grandes cuestiones. Primera cuestión: si la dictadura es mala per se, ¿por qué esperar a que bombardee a su población? ¿Quiere esto decir que si eres un dictador, mientras no le tires misiles a tus opositores, puedes seguir con el momio, ONU dixit? Y segunda cuestión: ¿por qué una intervención? Todo lo que tiene Gadafi es el dinero del petróleo. ¿Se ha intentado secarle esa fuente antes de hacer otras cosas?

Contrariamente a lo que opina el señor Blanco López, yo sí veo una identificación entre la situación actual y la conocida como Foto de las Azores. En ambos casos, se está llevando a los pueblos a traspasar líneas rojas muy jodidas al albur de argumentos sencillitos, simplificaciones de simplificaciones, que tienen poco que ver con los presupuestos filosóficos que se airean y mucho más que ver con la necesidad imperiosa que tiene el gobierno de recuperar terreno internacional, después de unos años en los que ha hecho, mutatis mutandis, el imbécil. Stefan Zweig retrata magistralmente en su impagable El mundo de ayer a los soldados que morirían reventados en los campos de batalla de la Gran Guerra cantando y vitoreando, inmaculadamente limpios y aseados, desde las ventanillas de los primeros trenes que salieron al frente. Ellos también llevaban dos o tres ideas muy sencillitas por todo equipaje.

No es el qué. Es el cómo, y el por qué.

domingo, marzo 20, 2011

La "normalidad" del 36 (2: la votación)

En la Historia de los países siempre hay jefes de gobierno buenos, malos y gilipollas. Lo deseable es que de los últimos haya pocos; incluso se podría pensar que la buena teoría de la democracia, ésa que parte de la base de que el pueblo nunca se equivoca, conduce a que no se pueda producir el caso de un jefe de gobierno gilipollas. Sin embargo, no es así y España, de hecho, tiene la desgracia de haber acumulado dos casi seguidos: Manuel Portela Valladares y Santiago Casares Quiroga. Ambos fueron primeros ministros nefastos para el país y para su evolución. Para mí, mucho más el primero que el segundo.

Manuel Portela era un mandado y un pusilánime. Un hombre que no carecía de ambición, pero sí carecía, sin embargo, de la capacidad y el empuje que, en los verdaderos hombres de Historia, acompaña a la ambición. Si Napoleón Bonaparte se hubiese limitado a ser ambicioso, probablemente no habría pasado de teniente y habría acabado guillotinado en cualquier plaza. Y eso hace la Historia con Portela: colocarlo tumbado con el cuello metido en un aplique de madera, sobre el que cayó la cuchilla de la realidad para aflorar su simple y pura cobardía, intolerable en un hombre que ha aceptado colocar sobre sus hombros la gobernación de un país.


Portela, como hemos dicho antes, montó todo el momio de las elecciones de febrero del 36 para aflorar en los votos a un nuevo partido centrista bisagra, necesario tanto para las izquierdas como para las derechas. Ni él ni el verdadero muñidor del proyecto, Alcalá-Zamora, esperaban una unión tan amplia de las izquierdas que, sumándose al hecho de que aquel proyecto político era una más de las entelequias de poder de aquella II República, surgida en cualquier charla de café entre tres o cuatro, vino a darle al primer ministro y sus adláteres un severo correctivo aquel domingo de carnaval de 1936.

Pero Portela hizo algunas cosas torpes más. Para empezar, desoyó los avisos que Azaña, si hemos de creerle en sus memorias, le hizo, en el sentido de que no había que prevenir el día de la votación, sino las horas subsiguientes. Es creíble esta confesión del político de la izquierda burguesa. Todo hace pensar que las izquierdas radicales, que siempre se han caracterizado por bordar el agit-prop mejor que nadie, tenían una estrategia montada, y la llevaron a cabo milimétricamente. Portela la vio pasar o, más bien, contempló cómo le pasaba por encima, y le aplastaba.

El día 15 de febrero, en una alocución radiada, el jefe de gobierno Portela advirtió que tenía movilizados 34.000 guardias civiles y 17.000 de asalto para garantizar una jornada electoral pacífica. Y eso es lo que tuvo. En España, hasta las cuatro de la tarde del día 16, se votó sin grandes problemas, y el país se aprestó a esperar el escrutinio, que se consideraba tardaría un par de días. Sin embargo, precisamente en el momento en que el gobierno, puesto que se ha dejado de votar, afloja la mano, comienzan los movimientos. En la tarde del domingo, a pesar de que es imposible conocer a ciencia cierta resultados definitivos, por Madrid se extiende el rumor de que han ganado las izquierdas, y en Barcelona que lo ha hecho ERC (tengo por mí, pero es sólo una opinión, que el segundo rumor está mucho más sólidamente asentado en la realidad que el primero). En la Puerta del Sol, de una forma más o menos espontánea, se van congregando grupos de personas que pregonan la victoria de las izquierdas en que las derechas no quieren creer.

A medianoche, el mando central de la Guardia Civil, que lleva 18 horas recibiendo un comunicado tras otro sin novedad, experimenta el primer sobresalto: en Oviedo, unas personas, al parecer mineros, han rodeado a Víctor Álvarez Ajutia, militante de Falange, y le han causado varias heridas de arma blanca de las que días después fallecerá. Como si fuese una consigna, la recepción de este radiograma parece marcar la pauta para una auténtica avalancha de comunicados que hablan de masas que salen a la calle a vitorear la victoria de la revolución. Pero no pasa nada, porque es un país libre. Esta afirmación sin embargo, comienza a hacerse ya muy matizable llegada la madrugada, cuando esos grupos de personas comienzan a marchar hacia las cárceles, con la intención de exigir la salida de los presos de la revolución de octubre. Antes que comience la mañana a amagar con el clareo, en Córdoba, Málaga, Sevilla, Huelva y Murcia están ardiendo iglesias.

En medio de la gestión de esos comunicados, compleja porque el grueso de las fuerzas se ha utilizado para las horas de votación y nadie había previsto la movida nocturna (nadie salvo Azaña, como digo, si le creemos), es cuando el inspector general de la Benemérita, general Pozas, recibe una llamada del general Francisco Franco, aún jefe de Estado Mayor, que ha sido recogida en varios libros de Historia. Aunque hay varias versiones de esa conversación, la sustancia está bastante clara. Franco llama a Pozas para hacerle partícipe de lo que ya sabe; Pozas le contesta que lo tiene todo controlado y Franco le contesta que no le cree, y le insinúa un movimiento coordinado de Guardia Civil y Ejército para tranquilizar las calles, que Pozas rechaza de plano.

A las tres de la mañana de ese mismo día 17, Gil Robles se desplaza en coche hasta el kilómetro cero, para entrevistarse con el jefe de gobierno en su despacho del ministerio de la Gobernación. Para entonces, Portela tiene ya noticias ciertas de conflictos en media España; conflictos, ojo, que incluyen asaltos a colegios electorales, que, que yo sepa, nunca hemos sabido muy bien cuántos fueron, de quién y con qué resultado, lo que contribuye a oscurecer aún más esas elecciones del 36 como episodio histórico.

Gil Robles le come la oreja a Portela con el asunto de los graves desórdenes que se están produciendo. En realidad, no sabemos muy bien si protesta por un resultado que comienza a sospechar contrario a las derechas, o sólo por la necesidad de apaciguar la calle; al fin y al cabo, la única versión meticulosa de esa entrevista es la del propio Gil Robles. Portela, sin embargo, hace lo que mejor se le da: dudar. Duda tanto que llama al presidente Alcalá-Zamora, quien se niega en redondo a declarar el estado de guerra, como reclama Gil Robles más que probablemente por inspiración de Franco, aunque sí el de alarma. Que Franco está detrás de la propuesta de Gil Robles nos lo demuestra el hecho de que, a esa misma hora, el general está hablando con el general Molero, ministro de la Guerra, a quien convence de que proponga la declaración del estado de guerra al consejo de ministros.

Ya de mañana, en Madrid varios desfiles de socialistas y comunistas confluyen para ir a la cárcel celular, a sacar a los presos. Al llegar, increpan e insultan a los guardias que vigilan el recinto, y cargan contra ellos. Los polis sacan las pipas. Un muerto y varios heridos.

Largo Caballero, que no anda lejos, se indigna, toma un coche y se va a la Puerta del Sol a echarle la bronca a Portela. Encuentra al jefe de gobierno pálido, ojeroso, derrotado y temblón. Leoncio el León no anda por ningún lado, pero Tristón está allí mismo, sentado en la silla del jefe de Gobierno. En apenas unas horas, Portela, Portela el gilipollas, ha descubierto que eso de ser jefe de gobierno no es para él; que todo lo que desea respecto de los disturbios que se multiplican por todo el país es alejar su culo de ellos, y le dice a Largo: «Yo no puedo hacer más que entregarle ahora mismo el poder». Como si el poder de administrar y regir la vida de los españoles fuese algo que pudiese entregarse al primero que entrase por la puerta diciendo haber ganado unas elecciones sobre las que no hay datos ciertos, sino gentes desfilando en las calles porque dicen que las han ganado. Es difícil pensar en un ejemplo peor de irresponsabilidad por parte de un alto representante público.

Una de las cosas que le dice Largo a Portela, y que éste cree (lógico: para hacer cualquier otra cosa hay que tener criterio, y eso es algo de lo que el buen señor carecía) es que el muerto y los heridos de la celular lo han sido por disparos de «fascistas». Ciertamente, a esas horas por Madrid todo el mundo se hace lenguas con que los disparos han sido realizados por falangistas, cosa que no es cierta. En todo caso, Portela llama a Primo de Rivera y lo cita en su despacho inmediatamente. José Antonio está probablemente (en mi estado de conocimientos no lo puedo aseverar, pero es lo más lógico; aunque también podría estar en el domicilioi familiar de Génova) en la sede de Marqués de Riscal, y desde allí se va a pata a la Puerta del Sol. Por increíble que parezca, cruza la plaza a la vista de muchos grupos de izquierdistas, solo y sin escolta.

Portela le dice a José Antonio que le hará responsable de los conflictos que se puedan producir y le apostilla: «hay que saber perder y tener serenidad». Verdaderamente, aunque Falange no fuese culpable de lo de la cárcel, José Antonio bien merecía el consejo. Pero tiene huevos que se lo diese tamaño temblón sin criterio.

A primera hora de la mañana, Alcalá-Zamora preside un consejo de ministros casi en el mismo momento en que el Ministerio de Gobernación es asaltado por las turbas, exaltadas por lo de la cárcel, que han de ser frenadas por la fuerza pública a caballo.

En el consejo, Portela comunica los primeros resultados recibidos, que apuntan a la victoria del Frente Popular, aunque aún son muy parciales (cuando deje el poder, aún habrá apenas unos cien diputados realmente proclamados). Titubeante, el jefe del gobierno saca a pasear la idea del estado de guerra, idea que es recibida con reticencias por el Presidente de la República, que ve más lógico esperar. Finalmente, se decide dejar la decisión última en manos de la persona peor dotada de España para tomarla: el jefe de gobierno, Manuel Portela Valladares. Arrarás cuenta en su historia de la República que Molero, convencido de que se aprobaría el estado de guerra, había dado ya luz verde a Franco y que, por eso, en Madrid hubo unidades apercibidas de ir a leer el bando, y en Zaragoza incluso llegaron a pisar la calle.

En la Puerta del Sol, el personal se entretiene apedreando el enorme cartel con la foto de Gil Robles colocado en el edificio del Tío Pepe. Ya en esa mañana comienzan los motines internos en las cárceles. En Cartagena, 600 presos toman el patio del penal. Un preso le arrebata el arma a un funcionario de prisiones, José Antonio García, y le dispara, causándole heridas de las que fallecerá días después. Luego incendian la cárcel hasta que llega la guardia civil a visitarlos.

En San Miguel de los Reyes, Valencia, hay otro motín con incendios. La pelea con la guardia civil dura el día entero y provoca más de veinte heridos.

Las noticias que van llegando de las elecciones durante la jornada laboral del 17 son cada vez peores. Ahora ya no llegan sólo actas de votaciones, sino relatos de colegios electorales asaltados y actas desaparecidas. Lo cual es lógico. Como hemos dicho, durante la madrugada del 17 el presidente Portela no le ha ocultado ni a sus visitantes ni a sus interlocutores que todo lo que desea es quitarse el marrón de encima. Portela es el jefe directo de los gobernadores civiles y es lógico que éstos, al observar una actitud tan indecisa del jefe, decidan que no serán ellos quienes se expongan a más peligros de los necesarios. No pocos gobernadores civiles, por lo tanto, o directamente desertan de sus puestos o se dedican a ocuparlos haciendo uso de una total inoperancia, lo cual deja total impunidad a los violentos. Las posibilidades de unas elecciones limpias, con sus actas y todo, con sus datitos bien expresados, oficialmente sancionados por una Junta Electoral y eso, se van perdiendo. Y no sólo eso sino que Portela, que es el primer español que da por ganador al Frente Popular, pronto muestra una clara actitud de no negarle nada a quienes ya considera los gobernantes de España. El 17 por la tarde, a petición de los partidos de izquierda, autoriza la reapertura de las Casas del Pueblo (que, no se olvide, año y medio antes han sido germen de un golpe de Estado) y pone en libertad a todos los candidatos en las elecciones presos en la Modelo de Madrid, mayoritariamente socialistas.

Los periódicos de la mañana del 18 reclaman que se le dé el poder al pueblo, puesto que lo ha ganado. Franco, con la intermediación de Natalio Rivas, mantiene una entrevista con Portela en la que le intima a controlar la situación con mano férrea. Portela, por toda respuesta, le pregunta que por qué no lo hace el Ejército (¡tela! El jefe de un gobierno democrático, preguntándole a un milico por qué no da un golpe de Estado). Franco, sincero por una vez, le contesta que no es que no lo haga porque no quiera, sino porque carece de la unidad suficiente. Lo cual nos sugiere que ya para entonces el general ha llevado muy lejos sus contactos con unidades y mandos.

En Zaragoza, un miembro de las fuerzas de seguridad resulta muerto en enfrentamientos con los radicales. La capital de Aragón es una batalla campal. En la cárcel de Santoña, custodiada por el ejército, se produce un motín. Los soldados abren fuego y provocan cinco muertos. En Murcia, las turbas se dirigen a quemar La Verdad, el diario de la CEDA, algo que la guardia civil impedirá in extremis.

En la tarde-noche del 18, Portela recibe al líder radical-socialista Martínez Barrio, al que se une el general Pozas, que llega con el rumor de moda en Madrid a esas horas: los generales Franco y Goded van a dar un golpe de Estado. En sus memorias, Azaña trasluce que fueron muchos los que creyeron este rumor, que enrareció notablemente las actitudes dicho día. Además, el rumor probablemente tenía visos de realidad porque Franco y Goded, en efecto, hicieron contactos con al menos Fanjul y Valentín Galarza, aunque parece que sus intenciones eran declarar el estado de guerra ante la inoperancia del gobierno. Claro que, conociendo a Franco, si con ello hubiese logrado controlar el poder, resulta dudoso que lo fuese a soltar. En todo caso, los militares impulsores, obsesionados con parar el comunismo, se encontraron con la resistencia de las unidades a secundar un movimiento prácticamente improvisado. De ello sacaría buenas conclusiones el general Emilio Mola, el cual, como bien sabemos, cuando preparó la sublevación, lo hizo meticulosamente a través de sus famosas instrucciones.

Portela, a quien su cabecita y su pusilanimidad ya no le dan para más, llama a Alcalá-Zamora para decirle que él se pira. Después de eso se entrevista, fuera de su despacho, en la cafetería de un hotel, con José Calvo Sotelo. El político derechista le animará a seguir, a apoyarse en Franco, en la guardia civil... Pero para ese momento Portela ya es una persona mesmerizada por la idea de quitarse aquel marrón de encima y, además, la propuesta de Calvo es, probablemente, impracticable. En la mañana del 19, en consejo de ministros, Portela comunica su resolución y sale de la Historia de España por la puerta de servicio, la puerta de los que salen de la casa pensando: si lo sé, no vengo.

Aún mantendría Portela una entrevista como jefe de gobierno divisionario: con Franco, a media mañana del 19. El general le volvió a pedir que reaccionase. Portela se hizo la víctima. Acusó al presidente Alcalá de haberle impedido declarar el estado de guerra (lo cual es incierto; en unas circunstancias así, es difícil que un presidente de la República pudiese oponerse a un jefe de gobierno resuelto. Quien crea que me equivoco, que se haga esta pregunta: durante la guerra civil, ¿quién mandaba más: Azaña, o Negrín?) y también le dijo a Franco que tanto el general Pozas como el jefe de las fuerzas de Asalto se le habían ofrecido al Frente Popular; cosa que, por mucho que Portela nos parezca una figura patética de la Historia de España, tiene muchos visos de ser cierto.

Está mediada la tarde del 19, del miércoles después de las elecciones del domingo, en el que un presidente del Gobierno fantasma le entrega el poder a otro, Manuel Azaña, que propiamente aún no ha ganado las elecciones que le dan derecho a ello. De hecho, de alguna manera, no las ganará nunca. Pero eso, en espacio de unas horas, ya dará igual.