jueves, octubre 20, 2011

Franco y el poder (17: Tres mil camisas blancas)

Todas las tomas de esta serie:


Poco tiempo después de llegar el gobierno nacido del escándalo Matesa, el gobierno de la defenestración del entourage falangista del franquismo, se produjo un hecho que levantó auténticas polvaredas en la prensa. Resulta que se supo, gracias a la agencia Europa Press, que la Secretaría General del Movimiento había encargado la compra de tres mil camisas. Las condiciones de la compra establecían que las prendas debían de ser blancas. El detalle en cualquier otro país, o en cualquier otro tiempo, habría sido apenas atendido por la opinión pública. Pero ésta quiso ver, por mucho que la Secretaría se desgañitase explicando que el pedido era anterior al cambio gubernamental, la prueba irrefutable de que los tiempos de la camisa azul se habían terminado en España.

martes, octubre 18, 2011

La Historia de Europa, según Kofi Annan (et alia)

Tras la batalla de Las Ardenas, Adolf Hitler tuvo claro que la posibilidad de que el Reich perdiese la guerra contra los Aliados era más que real. Así pues, se reunió con el estado mayor del Partido Nacionalsocialista alemán, con el objeto de estudiar soluciones al asunto.

En febrero de 1945, cuando las tropas rusas casi llamaban a las puertas de Berlín, el NSDAP decretó un alto el fuego unilateral y comenzó a coquetear con su disolución. Hitler tomó los micrófonos de radio Berlín y le comunicó al pueblo alemán que el tiempo del nacionalsocialismo había pasado. Seguía existiendo, sí, les dijo, un conflicto entre Alemania y el resto de Europa. El Conflicto Alemán, lo llamó. Alemania tenía derecho a extender su territorio legal hacia todo aquel punto de la Tierra en el que viviesen más de dos alemanes. «Un alemán solo no es nación», proclamó en aquel discurso; «pero dos, ya son un Imperio». El Führer, en consecuencia, proclamó que la lucha por la Nación Alemana Universal continuaba, pero que entraba en una fase dialéctica distinta. Ahora se trataba, dijo, de encontrar una Solución Democrática al Conflicto Alemán.

A esas alturas de la guerra ya había pocas escuelas en Alemania que siguieran dando clase. Pero en las que así era, casi milagrosamente, el Estado se las arregló para hacerles llegar un nuevo mapamundi, de obligada exhibición en todas las aulas según rezaba un decreto que decían redactado por la misma mano de Goebbels. Aquel mapamundi mostraba una ancha mancha de color rojo en el mismo centro de Europa: Alemania. En tonos algo más suaves, el imperio alemán se extendía a derecha e izquierda. Alemania Oeste se extendía por Suiza y Holanda, tomaba la parte flamenca de Bélgica y, merced a una curva elegante, también se extendía por Alsacia y Lorena. Alemania Este tomaba grandes porciones de Polonia, la Checoslovaquia Sudete, el oeste de Rumania y luego, serpeando en arabescos que parecían dibujados por un geógrafo con Parkinson, incluso penetraba en Ucrania.

El nacionalsocialismo acabó por disolverse. Pero la PGA, o Pan-Germanische Allianz, fue fundada 24 horas después de la disolución del NSDAP. A su frente ya no figuraban ni Hitler, ni Goebbels, ni Göring. Pero, tal vez sólo por casualidad, todos sus dirigentes eran o habían sido Gauleiter, sargentos de la SS o jefes de las Juventudes Hitlerianas. En su declaración programática, la PGA dijo que deploraba la guerra. Cuando los corresponsales extranjeros les preguntaron si eso quería decir que llamaban al Führer a decretar un alto el fuego o una rendición, contestaron explayándose sobre la sonoridad de las epopeyas de la saga nibelunga y declarando, campanudamente, que ellos estaban en contra de la guerra en sí. Amén de reclamar una Solución Democrática para el Conflicto Alemán.

Cuando fueron, asimismo, preguntados sobre cómo deploraban ahora la guerra si hasta el día anterior habían sido miembros de organizaciones que la apoyaban y alentaban, se excusaron diciendo que a ellos lo único que les tocaba en la SS o en las Juventudes era comprar los chuscos de pan y las latas de sardinas para la merienda. Del resto no se enteraron bien.

Cada una de las cada vez más frecuentes victorias de las tropas aliadas, al Este y al Oeste de Alemania, era saludada por la PGA con un doble mensaje: por un lado, afirmaban que aquellas acciones demostraban el belicismo de los aliados y, por lo tanto, su nulo interés por encontrar una Solución Democrática al Conflicto Alemán; y, por otro, llamando a la negociación sobre la materia para encontrar una Solución Democrática al Conflicto Alemán.

La mayor parte del Reich estaba para entonces en manos de los aliados y en la que no, se desarrollaba una guerra atroz. Pero, aún así, la PGA convocó unas elecciones democráticas en el país, a las que se presentó. Raudos, los aliados comunicaron al mundo que consideran esas elecciones una farsa y que, en cualquier caso, de celebrarse la PGA no podría presentarse, puesto que, al fin y al cabo, sus miembros no eran sino ejecutivos y militantes del partido, el NSDAP, que había impedido la celebración de elecciones en Alemania en los últimos años. La PGA contestó recordando que ellos no eran el NSDAP, que ellos deploraban la guerra y que lo fundamental era encontrar una Solución Democrática para el Conflicto Alemán.

Las tropas rusas, en su avance hacia Berlín, encontraron, no lejos de la capital, un local del antiguo NSDAP repleto de armas de destrucción masiva. Preguntada la PGA sobre qué lógica tenía deplorar la guerra mientras era evidente que sus mentores de siempre seguían preparándose para ella, contestó recordando que, desde la creación de la orden de los Caballeros Teutones, el pueblo alemán ostenta derechos inalienables sobre los territorios donde se asienta. Completaron la declaración llamando a la construcción de una Solución Democrática al Conflicto Alemán.

Durante las semanas fijadas para la fantasmagórica campaña electoral, la PGA fue conminada por el Centro Judío Internacional para reconocer los crímenes de genocidio perpetrados en los campos de concentración cuya existencia había sido descubierta por el avance ruso sobre Polonia. Sin embargo, la PGA jamás admitió dichos crímenes, limitándose a decir que «en las guerras hay muertos» y que, al fin y al cabo, los aliados también habían matado alemanes o los habían encarcelado en campos de prisioneros; y matizó que, en su opinión, el centro del problema era discutir los derechos de los jefes de los campos de concentración que habían sido ya encarcelados a ser ingresados en cárceles cerca de sus familias o, mejor que mejor, amnistiados en el entorno de la Solución Democrática al Conflicto Alemán.

La guerra terminó. Finalmente, hubo elecciones en Alemania, y la PGA consiguió presentarse. Y ganó alguna que otra alcaldía. En aquellos pueblos donde ocurrió eso, al día siguiente de las elecciones, en la fachada del ayuntamiento se colocaron retratos de Adolf Hitler, Hermann Göring, Josef Goebbels y Heinrich Himmler, todos ellos apelados de Mártires de la Causa Alemana y dignos luchadores en pro de la Solución Democrática al Conflicto Alemán.

Finalmente, en Potsdam se convocó una Conferencia de Paz, a la que acudieron personajes señeros de la filosofía conductista, un intelectual autor de haikus en letón, ex dirigentes de antiguos partidos nazis satélites del NSDAP, varios diplomáticos desprestigiados, un señor de marrón que dijo ser de Heilderberg y que nadie sabía qué hacía allí y, por supuesto, los cuadros dirigentes de la PGA.

En dicha conferencia se acordó que existía un Conflicto Alemán, y que había que resolverlo mediante una Solución Democrática. Esta Solución Democrática consistió en diversos puntos, entre los cuales destacan los siguientes:

1.- La PGA era autorizada a actuar libremente en las elecciones de aquellos países situados en territorios que ella considerase integrados en la Pan-Alemania de los mapas escolares. Ciertamente, los dirigentes del NSDAP, cuando ganaron unas elecciones libres, lo que hicieron fue acabar con la democracia y con las propias elecciones; pero los asistentes a la Conferencia de Paz entendieron que eso no volvería a ocurrir en el marco de una Solución Democrática al Conflicto Alemán.

2.- No hubo juicio de Nuremberg. Los criminales de guerra nazis fueron considerados legítimos luchadores de una guerra entre iguales y, consecuentemente, el derecho internacional pasó a clasificar a las víctimas de los campos de concentración como combatientes y POW (prisioneros de guerra), fallecidos como consecuencia de las naturales privaciones consustanciales a un entorno bélico.

3.- Ambos bandos intercambiaron la totalidad de sus presos de guerra. En la práctica, pues, Alemania liberó a los soldatos que la habían atacado en el marco de una guerra, y los aliados liberaron a esos mismos soldados alemanes, más todos los criminales de guerra.

4.- Todas las tropas aliadas hubieron de abandonar Alemania en 24 horas. 25 horas después de su abandono, el nuevo gobierno alemán decretó el Pangermanismo nacionalsocialista como materia de obligada exposición en todas las escuelas, desde el kindergarten hasta el COU.

5.- El mariscal Göring conservó su palacio, petado de obras de arte robadas durante las invasiones del ejército alemán de Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Grecia, Checoslovaquia, Polonia, Austria, Italia y media Francia. Museos y particulares de toda Europa litigaron para recuperar la propiedad de sus obras de arte, pero Göring se escudó en los términos de la Solución Democrática al Conflicto Alemán para oponerse. Su familia aceptó devolverlas, casi todas, en los años setenta, con cuentagotas y a cambio de elevadísimas indemnizaciones. Hoy en día, Pocholo Göring, bisnieto del mariscal, es considerado por la revista Forbes como el sexto hombre más rico del mundo.

6.- Henrich Himmler se hizo profesor universitario en el campus de Maguncia, donde comenzó a enseñar ariosofía y a escribir libros sobre el racismo (a favor). Fue investido doctor honoris causa por un par de universidades del sur de los Estados Unidos, amén de la de Hanoi.

7.- Josef Göbbels, su mujer y sus seis hijos se establecieron en el norte de Alemania. Se hizo millonario dando conferencias sobre política internacional.

8.- Adolf Hitler nunca volvió a la vida pública, pero vivió holgadamente hasta 1964 en su villa de la Costa Azul, en el centro de una urbanización privada cuyos vecinos sólo podían serlo bajo autorización de Naciones Unidas. Hasta su muerte, el Gobierno francés nunca consiguió que se derogase la resolución de la ONU por la cual ningún judío podía residir a menos de medio kilómetro de su casa.