jueves, mayo 10, 2012

Imperator follator (Julio y Octavio)


La imagen de los viejos romanos clásicos entregados a bacanales de vino y sexo ha cautivado a decenas, si no centenares, de generaciones. De hecho, en los tiempos contemporáneos los creadores de películas y novelas cuya atracción se basaba en el morbo sexual han usado mucho de esta imaginería, centrándose, sobre todo, en la siempre extraña e inquietante figura de Cayo Calígula.
Por todo ello, es lícito preguntarse si, realmente, todas aquellas demostraciones corpóreas son ciertas. Y lo primero que cabe contestarse es que no lo podemos saber con exactitud. De los tiempos antiguos, por definición, los testimonios que nos han llegado son pocos y, por lo tanto, su veracidad es difícil de establecer. Ya sé que en la famosa Pompeya aparecieron mosaicos que representaban escenas subiditas de tono. Pero pararos a pensar, por un momento, que si un cometa se estrellase contra la Tierra y nuestra existencia desapareciese, quizá, dentro de miles o millones de años, una nueva civilización acabaría descubriendo algún libro o foto de alguna pintura clásica de la anunciación de María; y, a la vista del cuadro, bien podría concluir que los humanos tenían alas y una aureola dorada que les circundaba la cabeza.

No obstante lo dicho, parece bastante claro que algo de verdad hay. Aunque no toda. Nos centraremos, en estos comentarios, en los emperadores romanos más conocidos,  entre ellos el primero de la lista: Julio César.

Julio no era casto en modo alguno. Romani, servati uxores, moechum calvum adducimus, cantaban sus legiones al entrar en triunfo en Roma. Romanos, guardad a vuestras mujeres, que os traemos aquí al follador calvo. Nos cuentan algunos relatos, asimismo, que en los prolegómenos de la decisiva batalla de Farsalia, durante la arenga a sus soldados, se dedicó a hacer humoradas eróticas con un pepino que tenía en la mano. Tiene poco de rara la cosa. Julio era un soldado y, como soldado, no podía ser un tipo que le hiciese muchos ascos a la coyunda con mujer. Aunque todo parece indicar que, más que un follador desenfrenado, fue un follador estratégico.

Julio César se casó tres veces, y las tres lo hizo por conveniencia política. Cornelia, su primera mujer, era hija de Cornelio Cinna, que había sido dictador de Roma del 86 al 84 a.C. y que pertenecía al partido antisilano, al que Julio estaba adherido por razones obvias, dado su estrechos parentesco y relación con el gran enemigo de Sila: Cayo Mario. Tenía 15 años cuando se casó con Cornelia y 17 cuando se enfrentó frontalmente con Sila, tras la orden de éste de que la repudiase. Cornelia, sin embargo, murió pronto (68 a.C.) y, un año después, César se casó con Pompeya, hija de Quinto Pompeyo Rufo y, por lo tanto, nieta de Sila. Como vemos, Julio, con total desparpajo, cambiaba de partido político mediante el casamiento. Cinco años más tarde, sin embargo, Pompeya fue relacionada con el escándalo protagonizado por Publio Clodio Pulcher, quien se había introducido, disfrazado de mujer, en una celebración en casa de César, al parecer con la intención de pulirse a su señora.  La enorme popularidad de Clodio hizo que César volviese su crítica hacia su mujer pronunciando esa famosa frase que se traduce así así, porque más bien quiere decir: me divorcio porque considero que no puedo tener una mujer que sea objeto de sospecha.

Tres años después de su divorcio, Julio se casó de nuevo, esta vez con Calpurnia, hija de Calpurnio Pisón, aliado suyo. Al que se uniría, de momento, Pompeyo, puesto que se casó con Julia, hija de César.

Pero estas son solo las relaciones oficiales. Suetonio le atribuye a César, además, amoríos más o menos largos con Postumia, la esposa de Servio Sulpicio; Lolia, mujer de Aulo Gabino; o Tertula, la mujer de Marco Craso. Pero, por encima de todas ellas, se señala como gran amante de Julio a Servilia, la madre de Marco Bruto. ¿Quiere ello decir que, tal vez, el famosérrimo tu quoque, fili, era literal? No parece, pues la mayor parte de los indicios apuntan a que Julio sentía por el joven más una admiración por sus habilidades que un amor paternal.

La relación de Julio con Servilia tenía también una vis política fundamental, puesto que era hermanastra de uno de los principales hombres políticos del momento: Catón. Como también lo fue la mantenida con la reina egipcia Cleopatra, con la que todo parece indicar César no estuvo nunca eso que se dice colgado, sino que la utilizó en el marco de sus movimientos contra su hermano, Ptolomeo XIV. Algunos historiadores de la época incluso dudan de que el tan famoso como misterioso Cesarión, hijo de Cleopatra, fuese hijo de Julio. La afamada serie Roma, de la BBC, recoge de alguna manera esta versión, haciendo al niño hijo de Pullo, el legionario que es uno de los dos protagonistas principales de la serie.

Según el griego Dion Casio, al final de su existencia, en la cumbre del poder dictatorial de César, sus partidarios llegarían a defender la necesidad de una ley que permitiese al dictador, literalmente, follar con quien le apeteciese.

El gran asuntillo sexual que ha perseguido a César durante 2.000 años, e inclusodurante su vida, es el de su estancia en Bitinia, en la corte del rey Nicomedes. Fue ésta una estancia bastante larga y, además, al volver a la metrópoli, César se las arregló para regresar de nuevo. Lo cual alimentó, rápidamente, la especie de que Julio era homosexual, y Nicomedes su chochito. Existen testimonios de que hubo senadores, que, durante los debates con Julio, lo trataron a propósito con el género femenino; uno, incluso, dijo de él que era “el esposo de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos”.  Sila, su enemigo, lo llamaba “el hombre del cinturón flojo”, lo cual era una alusión directa a la forma de vestir habitual de los homos de la época, que llevaban la toga más suelta (ignoro por qué). Conocida es también la admonición pública con que Cicerón recibió la victoria cesarea frente a Pompeyo, afirmando que nunca habría esperado que un hombre tan poco ceñido pudiese ganarle (hay que añadir, para entender esta frase, que de la heterosexualidad de Pompeyo; más aún, de su condición de lo que hoy llamamos Macho Alfa, no dudaba nadie).

Coleen McCollough, erudita biógrafa moderna de César, no cree la historia de Nicomedes. Este bloguero diría que no, pero sí. No, en el sentido de que César fuese homosexual, en el sentido en que más que probablemente lo fuera, por ejemplo, Calígula. No practicó el amor con hombres normalmente. Pero sí, porque para Julio, es al menos lo que para mí se destila de las líneas anteriores, el sexo era parte de la carrera por el poder. Seducir, para él, era allanar su camino hacia el poder. Y no parece que Julio fuese de los que se arredraban ante el hecho de que la seducción tuviese que producirse sobre elementos volumétricamente más abundantosos que los que se encuentran en una entrepierna femenina. Eso sí, acusaciones como las de Catulo, que apuntan hacia la relación con amantes menores por puro placer (como sí pudo tenerlos Sila), son difíciles de creer.

Tras la exagerada vida de Julio, le sucedió Octavio, quien claramente derivó hacia una existencia algo más calmada. En buena parte hijo político de Julio, Octavio también practicó el casamiento por razón de poder. Su primera mujer, Claudia, era hija de Publio Clodio e hijastra de Marco Antonio; Octavio se casó con ella para consolidar el que se conoce habitualmente como segundo triunvirato (43 a.C.) Dos años después, la repudió sin siquiera haberla desflorado (todo un detalle, porque era una niña).
Inmediatamente, Octavio se casó con Escribonia, tía política de Sexto Pompeyo. En apenas un año, tuvieron tiempo de tener una hija, la escandalosa Julia; pero, pasados más o menos doce meses, se divorciaron en medio de grandes peleas.

Aquí, sin embargo, acabó la identificación de Octavio con Julio pues éste, que con el detalle demuestra que tenía criterio y no estaba dispuesto a seguir las costumbres habituales, se casó por amor. Y cómo se casó. Se enamoró de un pibón de 19 años, Livia, que no sólo estaba casada con Tiberio Claudio Nerón, sino que estaba embarazada de seis meses (de su hijo Tiberio, que sería emperador). En enero del año 38, Octavio le guindó la piba a Tiberio, y se casó con ella. A partir de entonces, Livia se convirtió en su gran confidente y un verdadero contrapoder en la sombra; aunque sus acciones y habilidades como asesina envenenadora, de las que tanto eco se hace Robert Graves en su I, Claudius, están lejos de estar atestadas.

Un historiador clásico, Aurelio Víctor, dice de Octavio que experimentaba una flagrante haud modice luxuria; o sea, que estaba más empalmado que un mandril. Es posible que sea cierto. Y hasta es posible que, como dicen otros,  se hiciese llevar jovencitas a palacio para darle lustre al lápiz. Pero todo ello, si lo hizo, lo hizo con sentido de hombre de Estado, y evitando a toda costa el escándalo. Aunque es posible que una vez se le fuese la mano, con la muy sensual Terencia, mujer de Mecenas, a la que quizás tuvo que llevarse a la Galia porque sus condumios en Roma eran ya vox populi.

A la muerte de Octavio, le sucedió Tiberio, su hijastro. Con él, comenzó el, probablemente, reinado imperial más famoso por motivos sexuales y, por ello mismo también, más sometido a discusión.

Dejémosle, por el momento, casado con su hermanastra Julia El Putón. 

lunes, mayo 07, 2012

Mahoma


En el año 570 de nuestra era, con bastante probabilidad, nació Mahoma, en el seno de un clan árabe, los Banu Haxim, que, en el tiempo de la pujanza omeya, había perdido bastante de su fuerza pretérita. Los primeros cuarenta años de su vida son apenas conocidos, aunque se sabe que se casó con una mujer unos veinte años mayor que él, Jadicha, a la cual Mahoma amó tan intensamente que algunos islamistas han llegado a decir que, de haberle sobrevivido, quizás el Islam hoy sería monógamo como el cristianismo. Jadicha tenía una pequeña fortuna que más que probablemente administraría su marido, por lo que podemos estimar que Mahoma, si no era comerciante, debía de conocer algunos de los trucos de esa profesión.

No conocemos información esencial sobre qué pudo pasar en el 610 para que, repentinamente, Mahoma se creyese llamado por Dios. Se ha dicho, desde el descubrimiento de los famosos rollos del Mar Muerto, que pudo ser el contacto con estas comunidades esenias las que lo llevaron por ese camino; también puede ser, por qué no, que el arcángel Gabriel se le apareciese en el monte Hira, le entregase un libro y le invitase a leerlo, como afirma la tradición.

Es importante entender que la revelación que recibe Mahoma no proviene de un Dios distinto del Dios de los cristianos. Para los árabes, hablar de Alá es como para un hispanoparlante hablar de Dios. El Alá que provocó, por así decirlo, la iluminación de Mahoma es el mismo Dios de Abraham, y de Jacob; el Dios padre del Nuevo Testamento. Un musulmán que se precie de serlo no encontrará problema en rezar el Padre Nuestro.

Tras la revelación del monte Hira, Mahoma acopió una estrecha corte de creyentes: además de él mismo, contó con Jadicha, su mujer; su primo Alí abi Talib, que se había casado con su hija Fátima; y que será quien, a través de sus hijos y nietos de Mahoma, Hasán y Husayn, hará nacer las diferentes ramas del mahometanismo.

Desde el 610, año de la revelación, hasta el 622, es decir la primera etapa prosélita de Mahoma, éste parece haber encontrado importantes niveles de aquiescencia entre las personas de más baja clase social de su entorno, por lo que podemos entender que su mensaje se produjo, probablemente, con un importante contenido de orden social, reivindicativo incluso. Esto pudo granjearle la enemiga de los ricos y comerciantes, quienes podrían haberse planteado acabar con él, de no ser Mahoma miembro del clan hashimí, quien lo protegió de facto.

Tras unos años de existencia azarosa y poco relevante, se produjo en el entorno del oasis de Yatrib, es decir en las inmediaciones de Medina, un largo enfrentamiento entre tribus al que nadie parecía encontrarle solución. Por ello, los contendientes buscaron la figura de un mediador, y escogieron a Mahoma porque para entonces ya tenía fama de equilibrado y, además, había, al parecer, pasado algunos años de su infancia en la zona de Medina. Mahoma aceptó la labor y, por ello, burló la vigilancia de sus guardianes mequíes para huir a Medina. Esto ocurrió el 15 de julio del 622, fecha utilizada por los musulmanes para iniciar la cuenta del tiempo. 

En Medina continuó con su labor profetizadora, y esto es algo que muchos islamólogos ven claramente en el Corán, porque Medina, entonces, tenía una importante población de creencia judía, a la cual Mahoma habría intentado atraerse. Y lo hizo de la misma manera que el cristianismo, siglos antes, se atrajo a mitraístas, creyentes en Cibeles y en otros cultos: adaptando su propia teología con elementos que le fuesen familiares a esos creyentes. Como digo, esta es la razón, a decir de muchos expertos, de que existan en el Corán decretos como el ayuno en el día de Ashura (fecha de celebración mosaica; conmemora el ayuno que hizo Moisés después de salir los judíos de Egipto) o la santidad musulmana de la ciudad de Jerusalén (aunque ésta se la podía haber ahorrado, porque con los siglos ha acabado por dar unos problemas de la hueva). Es muy probable que fuese la escasa audiencia de los judíos hacia estas estipulaciones lo que acabase provocando que Mahoma decidiese girar la liturgia hacia elementos puramente árabes, tales como la oración mirando a La Meca o el, por así decirlo, sistema de ayuno propio (que conocemos como Ramadán). Cabe recordar, en este sentido, que también los primeros padres de nuestra iglesia hicieron todo lo posible por distinguir su Pascua de la judía.

En todo caso, la difícil conexión entre musulmanes y judíos plantó la semilla de la fuerte procura monopolística de los musulmanes, absolutamente patente aun a día de hoy, pues son los islámicos los países confesionales donde más difícil, cuando no directamente prohibido, es la profesión de cualquier otra fe.

En todo caso, consolidado ya su gobierno mediní, a partir del 622, Mahoma pudo comenzar con el que, probablemente, era su objetivo desde el principio, pues Mahoma comparte con el otro gran creador de religiones, Saulo de Tarso, la innegable característica de ser un excelente estratega, sobre todo en el largo plazo. Para mí, por lo tanto, lo más probable es que Mahoma no soñara nunca con consolidar una simple creencia local, sino con construir una religión universal, capaz de cautivar (o de invadir) a gentes del mundo entero.

Sin embargo, en su expansión, que era al tiempo religiosa y política, chocó con los coraixíes o coraixitas, es decir los habitantes de la zona de La Meca. En Badr los derrotó, pero en la batalla de Uhud, los mequíes le dieron a su ejército hasta en los bosones de las ingles. Por cierto, que se tiene por bastante probable que esta derrota fuese el origen de la prohibición musulmana de beber vino. Al parecer, en las tabernas de Medina se largó de la leche contra Mahoma por aquella derrota, motivo por el cual, dicen algunos estudiosos, éste incluyó en el Corán suras contra el vino. No obstante, hay que tener en cuenta que el Corán no prohíbe, en realidad, la ingesta de vino; previene a los creyentes contra el efecto de mamarse, porque hace que las personas no sepan ni lo que dicen ni lo que piensan (la más clara, la sura denominada de Las Abejas (43, si no he contado mal), que ordena al creyente no rezar bebido). La sura conocida como de la mesa servida asegura que el vino es abominación del demonio, pero recomienda evitarlo. La prohibición estricta del consumo de vino es, más que probablemente, posterior a Mahoma (y en modo alguno total, ni en la Historia, ni en el mundo musulmán).

El general mequí, al-Jalid ben al-Walid, decidió, tras Uhud, marchar hacia Medina para acabar con Mahoma de una vez.  Sin embargo Mahoma realizó una serie de obras en Medina, mediante la construcción de tapias y fosos, que hicieron la ciudad inexpugnable. Asimismo, secó el oasis de provisiones, con lo que los sitiadores comenzaron pronto a experimentar serios problemas con la alimentación, y tuvieron que retirarse.

El desprestigio sufrido por las tropas mequíes cambió las cosas en la que terminaría siendo ciudad santa de los musulmanes. Las familias de dinero, ante la sospecha de que tal vez no sería posible oponer a las tropas de Mahoma una oposición eficiente, comenzaron a pensar en abrazar su religión como forma de pacto. De esta manera, en el 628 las fuertes oposiciones iniciales a la  organización de peregrinaciones hacia La Meca fueron vencidas, marcando el auténtico punto de inflexión del poder de Mahoma. Al año siguiente, Mahoma peregrinó a la Kaaba por primera vez, peregrinación que duró tres días durante los cuales los coraixíes abandonaron la ciudad. Al año siguiente, los coraixíes se rebelaron, pero fue una lucha desigual, entre otras cosas porque los conversos entre sus filas se contaban por centenares.

En marzo del 632, Mahoma peregrinó de nuevo a La Meca, peregrinación durante la cual promulgó un número muy elevado de disposiciones destinadas a estructurar el nuevo Estado musulmán y su moral pública, y que aún hoy son la base del Derecho en la mayoría de los países musulmanes. Es probable que él mismo se sintiese morir de su malaria crónica. El 8 de junio, pocos días después de una ceremonia en la que se echó a los pies de sus fieles y les pidió perdón por todas las ofensas que les pudiera haber causado, falleció en los brazos de su esposa Aixa.

Terminaba un proceso de gran interés, y comenzaba otro de mayor interés aún, del que hablaremos pronto.

Pour en savoir plus, no podrás hacer nada mejor que leerte el, para mí, monumental, Mahoma, de Maurice Gaudefroy-Demombynes, editado en España por Akal. Menos densa, la biografía de mismo nombre de Juan Vernet.