jueves, febrero 21, 2013

Hitler y Palestina (4)


De esta serie se han publicado ya un primer, segundo y tercer capítulos.



Amin el Husseini, otrora muftí de Jerusalén y máximo exponente del nacionalismo palestino, vivió una pequeña odisea con el inicio de la guerra mundial. Se refugió en Iraq, al abrigo de otro nacionalista radical, Rashid Ali al-Galiani, el hombre fuerte del gobierno mesopotámico y principal responsable de que Iraq se empeñase en no declarar la guerra a Alemania, como hubiera querido Londres. Sin embargo, Husseini era un tipo incómodo para los británicos, al fin y al cabo dominadores de la zona y con un teórico primer ministro de su cuerda, Nuri as-Said; así pues, en octubre del 39 tuvo que huir a Beirut. Las cosas, sin embargo, cambiaron muy rápidamente. Iraq temía que la pelota turca cayese finalmente del lado alemán del tejado, lo cual habría supuesto que los iraquíes, de permanecer como fieles soportes de Su Graciosa Majestad, habrían sufrido con seguridad el mordisco kurdo.

lunes, febrero 18, 2013

Hitler y Palestina (3)

De esta serie se han publicado ya un primer y un segundo capítulos.



El muftí de Jerusalén estableció, por lo tanto, ya antes del estallido de la segunda guerra mundial, muy estrechas relaciones con la Alemania nazi. Envió a Berlín, como su representante oficioso, a Said abd al-Iman, un radical nacionalista árabe sirio. En la primavera de 1939, el líder del Istiqlal fue un invitado especial de Rosemberg en Berlín.

Sin embargo, Alemania siempre tuvo sus prioridades. El rearme de su ejército durante toda la década de los treinta exigía que no hubiese conflictos con Londres; así pues, su apoyo a la causa palestina estuvo siempre, durante la década de los treinta, muy medido para no colmar vaso alguno. Además, la Alemania de preguerra no podía poner en marcha una solución final contra los judíos como haría después. Lo que podía hacer, e hizo, fue aprobar leyes segregacionistas y discriminatorias, buscando que los judíos saliesen del país. Y el destino natural de los que así decidían hacerlo era Palestina, y Berlín necesitaba que lo siguiera siendo. La Alemania nazi, incluso, favoreció esta política, convirtiéndose en provisor de la liquidez necesaria para los judíos que querían emigrar a la futura Israel y, para ello, necesitaban cumplir con la normativa británica, que les exigía demostrar la posesión de un activo de al menos 1.000 libras esterlinas (en el marco de lo que se conoce como el Acuerdo de Haavara); esta especie de préstamo de tesorería se concedía con la condición de que los fondos fuesen luego utilizados para financiar las exportaciones alemanas a la zona. Los escrúpulos racistas de muchos nazis tuvieron que ser acallados, en 1938, por el propio Hitler, quien dejó claro que los judíos debían abandonar Alemania por cualquier medio.