miércoles, julio 13, 2016

La caída del Imperio (13: lo de los hunos se acaba, y los romanos de mal en peor)

  1. Las envidias entre Valente y Graciano y el desastre de Adrianópolis.
  2. El camino hacia la primera paz con los godos.
  3. La llegada en masa, y desde diversos puntos, de inmigrantes al Imperio.
  4. La entrada en escena de Alarico y su extraño pacto con Flavio Stilicho.
  5. Los hechos que condujeron al saco de Roma propiamente dicho.
  6. La importante labor de rearme del Imperio llevada a cabo por Flavio Constancio.
  7. Las movidas de Gala Placidia hasta conseguir nombrar emperador a Valentiniano III.
  8. La movida de los suevos, vándalos y alanos en Spain. 
  9. La política de recuperación del orgullo y el poder romanos llevada a cabo por Flavio Aecio.
  10. La entrada en acción de Atila el huno.
  11. La guerra de Atila en Europa oriental, y su consolidación.
  12. Su paso a la ofensiva en el oeste de Europa.

Si la suerte de Roma después del conjunto de invasiones y guerras a que se tuvo que enfrentar en los primeros años del siglo V no era como para tirar cohetes, el futuro que le esperaba a los hunos tras la muerte de Atila no era mejor. La Historia de los hunos, de hecho, es remarcable tanto desde el punto de vista de su ascensión como del de su caída. Si para la primera apenas necesitaron cuarenta años, para la segunda no se tomarían más allá de quince o dieciséis.

lunes, julio 11, 2016

La caída del Imperio (12: hacia Finis Terrae, y aun más allá)

  1. Las envidias entre Valente y Graciano y el desastre de Adrianópolis.
  2. El camino hacia la primera paz con los godos.
  3. La llegada en masa, y desde diversos puntos, de inmigrantes al Imperio.
  4. La entrada en escena de Alarico y su extraño pacto con Flavio Stilicho.
  5. Los hechos que condujeron al saco de Roma propiamente dicho.
  6. La importante labor de rearme del Imperio llevada a cabo por Flavio Constancio.
  7. Las movidas de Gala Placidia hasta conseguir nombrar emperador a Valentiniano III.
  8. La movida de los suevos, vándalos y alanos en Spain. 
  9. La política de recuperación del orgullo y el poder romanos llevada a cabo por Flavio Aecio.
  10. La entrada en acción de Atila el huno.
  11. La guerra de Atila en Europa oriental, y su consolidación.

La decisión de Atila de ir hacia el oeste no tiene una exégesis fácil. La porción Sálvame de la Historia de la época que nos ha llegado, porción que no es en modo alguno despreciable, nos ha dejado el rumorcillo de que Atila decidió ir a por el Imperio ravenés porque tenía una oferta. Esa oferta provenía de la hermana del emperador Valentiniano III, una mujer muy echada para alante llamada Iusta Grata Honoria. Ambiciosa y por lo que se ve capaz de velar por sus propios intereses, Justa Gracia le habría ofrecido a Atila casarse con él, aportando más o menos la mitad del Imperio occidental como dote. Las tradiciones escritas dicen que le mandó un broche con su retrato, acompañado con una carta explicativa de la movida; y que Atila, cuando la leyó o se la leyeron, dijo ésta es la mía.

¿Qué parte de esta historia es cierta? Es evidente que no lo sabremos nunca pues, aunque con los años aparezcan nuevos testimonios que hoy no conocemos, con toda seguridad adolecerán de la parcialidad de los panegíricos y textos movidos por el odio que hoy forman nuestro corpus de conocimiento sobre el tema. Eso sí, hay cosas que nos permiten hacer alguna que otra especulación. Por ejemplo, no hay que olvidar que Honoria era hija de Gala Placidia, la del útero multifunción, vaginalmente preparada para servir tanto para un roto romano como para un descosido godo. De su madre bien pudo aprender Honoria que no importa demasiado el aspecto ni el olor de un guerrero si es capaz de acopiar y conservar poder. Gala le había dado un hijo al godo Ataúlfo; una buena demostración de que era capaz de llegar donde hiciese falta a cambio de poder jugar el intrincado juego de poder romano.

La cosa es que a Honoria las cosas no le habían ido bien. Se había dedicado a chuscar con uno de los altos funcionarios de la Corte, llamado Eugenio, que la dejó en estado de gravidez. Eugenio acabó ejecutado por esa tontería y Valentiniano, tal vez aprovechando la situación pues es evidente que su hermana era muy ambiciosa, decidió imponerle un matrimonio de conveniencia con un senador de tercera fila, un tal Herculiano. Fue ante la perspectiva de tal matrimonio que Honoria le escribió, al parecer, a Atila para excitarle sus ambiciones territoriales.

Cuando se descubrió lo que había hecho, Honoria fue sometida a arresto domiciliario bajo la atenta vigilancia de su madre; un arresto del que, en todo caso, parece bastante probable que se escapase varias veces.

Como historia no está mal y da para una peli de presupuesto medio; pero es difícil que ésta sea toda la verdad, ni siquiera la verdad más probable. Es un hecho, esto lo sabemos, que cuando Atila decidió atacar occidente lo que hizo fue entrar en la Galia; si realmente hubiese realizado ese ataque para encontrarse con Honoria, lo obvio habría sido marchar hacia Italia. Todo eso sin olvidar el pequeño detalle de que Atila y Honoria no se reencontraron, por lo que cabe estimar que el huno no tenía demasiadas ganas de conocerla.

En mi opinión, pero esto es bastante subjetivo, la forma de actuar de Atila, sus por así decirlo antecedentes estratégicos, hacen pensar que tenía un conocimiento geográfico bastante preciso de Europa y, sobre todo, estaba adecuadamente informado de la distribución de las diferentes fuerzas políticas que en ese momento la poblaban. No es en modo alguno aventurado considerar que Atila pudo tener contactos con Geiserico, el ahora rey vándalo de Túnez, quien por supuesto le pudo dar información muy precisa de dónde terminaba Europa y las posibilidades de avance que ofrecía. Por otro lado, las posibilidades de expansión de Atila hacia el este se concentraban en Persia, y eso ofrecía grandes problemas de toda índole, fundamentalmente logística porque en un área tan fuertemente dominada por el Imperio oriental, más fuerte que el occidental, resultaría difícil aprovisionarse y, en general, hacer gala de la movilidad que era una de los secretos de la armada huna.

Atila, además, conocía bien la posición que ocupaban los visigodos en el imperio occidental, y las posibilidades que ofrecían a la hora de dividir las fuerzas que se le opondrían. Dejó traslucir tanto que quería atacar a los visigodos como aliarse con ellos. Es de suponer, por ello, que tal vez pospuso la decisión final al momento en el que se encontrase en Galia. Además, ofreció generoso asilo a los reyezuelos que se oponían a las tropas de Aecio, en un intento claro de socavar a la oficialidad romana alimentando a sus pequeños enemigos.

Fuesen cuales fuesen las cosas que se cocieron en la mente de Atila, en la primavera del 451 ya estaban suficientemente cocinadas, pues éste fue el momento elegido por los hunos para cruzar el Danubio hacia el oeste, más o menos por los mismos sitios por los que lo hicieron, años antes, los inmigrantes germánicos. Desde el principio, diversos elementos godos estuvieron presentes en sus filas.

Llegados al Rhin, los hunos lo cruzaron más o menos a la altura de Coblenza, y siguieron avanzando. Tras someter a algunas ciudades de la zona, los hunos siguieron avanzando hacia la Galia. En junio, habían llegado a la ciudad de Orléans, que era el lugar de concentración de unas tropas alanas subcontratadas por los romanos, al mando de un alano llamado Sangibano; es probable que Atila contase con pasarlo a su bando, teniendo en cuenta su escaso nivel de vinculación con el poder ravenés. De aquellos tiempos data la tradición según la cual los hunos llegaron hasta las afueras de París, pero allí Santa Genoveva les dio una mano de hostias.

Frente a sus acciones, Atila tenía a Flavio Aecio, quien todavía era el commander in chief de las tropas romanas occidentales. Aecio, inmediatamente, trató de formar una coalición lo suficientemente fuerte como para parar lo que se venía encima. El entonces rey de los godos de Aquitania, Teoderico, aceptó aliarse con él, como hicieron los burgundios; y juntos se fueron a por Atila desde el sur de la Galia hacia el norte. El 14 de junio, en efecto, le obligaron a levantar el sitio de Orléans. A finales de mes, los romanos perseguían a los hunos a la altura de Troyes.

Entonces se produjo una batalla cuyo teatro no ha podido ser nunca definido con exactitud. La conocemos como la batalla de los Campos Catalaúnicos o campus Mauriacus (los franceses, muy suyos, la llaman batalla de Châlons). La batalla fue la pera limonera de las batallas y en la misma Teoderico perdió la vida. Pero los romanos habían ganado. Y era la primera vez. Atila había terminado el día retirándose y realizando un círculo defensivo, cosa a la que no estaba demasiado acostumbrado. Tan poco acostumbrado estaba, que su primera reacción fue formar su propia pira funeraria. Sus lugartenientes, sin embargo, parece ser le explicaron la diferencia entre una batalla y una guerra, y lo convencieron de que permaneciese en el mundo de los vivos. Y no les faltaba razón, porque los romanos, a pesar de ganar la batalla, no avanzaron. Pasaron días ambos ejércitos uno frente al otro, a prudente distancia, sin decidirse ninguno de ellos a atacar, hasta que los hunos comenzaron a retirarse. Aecio no les persiguió; si lo hubiera hecho, habría tenido que mantener la coalición de fuerzas que había formado, y eso era algo de lo que, en ese momento, no podía estar seguro. Los visigodos de Aquitania habían perdido a su rey, y eso significa que, en ese momento, lo principal para ellos era regresar a casa para elegir uno nuevo. Los hunos no pararon hasta llegar a Hungría, su cuartel general.

Atila, ya lo hemos dicho, no era ningún tonto. Y, como todas las personas inteligentes, aprendía de las adversidades. En la campaña del 451 aprendió que la Galia era un territorio demasiado amplio, y demasiado lleno de suficientes recursos militares, como para ser un terreno propicio para presentarle batalla al romano. Además, hechos como la fidelidad de Sangibano, probablemente, le enseñaron que había sobrevalorado su capacidad de inclinar a los galos y godos de su lado.

No. Si quería atacar a los italianos, debería ser en su casa.

Es por esto que, en la primavera del 452, Atila dirigió los trancos de su caballo hacia los Alpes.

Las cosas no empezaron bien. En la localidad udinesa de Aquileia encontró una resistencia tan resiliente que incluso llegó a pensar en desconvocar la invasión. El historiador Prisco nos cuenta que, en ese momento, vio a una cigüeña, que había anidado en una de las torres de la ciudad, que se estaba llevando, uno a uno, a sus retoños todavía incapaces de volar. Eso le convenció de que algo terrible iba a pasar en la ciudad (y, por lo visto, lo sabía una cigüeña, pero no sus habitantes), así pues decidió quedarse. Y lo que pasó es que los hunos acabaron por romper las defensas de la ciudad, y la tomaron.

Abierta la lata italiana por el Udine, los hunos se dirigieron a las llanuras del Po, donde fueron tomando ricas ciudades romanas una a una: Padua, Mantua, Vicentia, Verona, Brescia, Bergamo. De esta manera, se llegó a Milán, la sitió y, cuando consiguió someterla, la saqueó.

Tras el saqueo de Milán, Atila regresó a Hungría. La propaganda vaticana ha sostenido durante siglos que eso fue por la habilidad del Papa León, que le envió una embajada que lo convenció, formada por un prefecto llamado Trigetio y un antiguo cónsul llamado Avieno. La verdad es otra: Atila regreso a sus llanuras húngaras por la misma razón que también regresaban los germánicos décadas antes que él: por razones logísticas. Plenamente ingresado en un territorio hostil, el ejército huno tenía serios problemas para encontrar hamburguesas suficientes y, para colmo, parece ser que había sido pasto de algún tipo de epidemia. Quedarse habría sido suicida, y el general huno lo sabía. Además, hay algunos indicios de que el Imperio oriental les estaba atacando en sus cuarteles generales, y hubieron de regresar para defenderse.

Así que aquí tenemos la verdad de las cosas: Atila, el temible general de los hunos que ha pasado a la Historia como jefe de una horda invencible que se llevaba todo lo que encontraba a su paso, era, en el año 452, un general tenido por acabado. Por dos veces había atacado el imperio occidental, y por dos veces había tenido que volver grupas con el rabo entre las piernas. Si a cualquier ciudadano informado de la elite romana de aquel año le hubiésemos dicho que su Imperio estaba dando las últimas boqueadas, probablemente se habría carcajeado en nuestra cara. Las apuestas eran las contrarias. La apuesta era que el huno, cualquier día de ésos, se podía quedar hasta sin sus posesiones húngaras.

El origen de todo era la escasa capacidad de Atila a la hora de planificar campañas complejas. Sin embargo, el huno decidió seguir siendo fiel a sí mismo. En el año 453 preparó una nueva campaña de invasión europea. Sin embargo, cometió el error (dirán algunos) de casarse, probablemente una vez más pues es probable que tuviera varias esposas. En la noche de bodas se pilló un moco de la hostia y, de repente, escupió sangre, y murió. Su nueva esposa se quedó tan acojonada con el espectáculo que se quedó tumbada junto a él toda la noche, sin dar la alarma. En la mañana la encontraron así, durmiendo con un cadáver.

De esta forma tan poco edificante, con una borrachera, se acabó uno de los principales peligros que habían enfrentado al Imperio romano, tanto de oriente como de occidente. Una amenaza que había seguido a la de los visigodos y los vándalos, en un auténtico tren de problemas que, sin embargo, Flavio Aecio supo gestionar para dar al viejo sueño romano la oportunidad de vivir durante una generación más.

Los grandes ganadores de este proceso fueron los tipos que se quedaron más apartados de todo: los suevos.

Estos tipos rubios, altos y bigotudos habían tenido la inteligencia, o más bien se habían visto forzados, a escoger para establecerse el puñetero culo del mundo, un lugar hostil, frío, húmedo coo pocos, y que hoy llamamos Galicia. Entonces falto de autovías y del indudable atractivo que le aporta O Rei das Tartas, Galicia era entonces un lugar que ni por esfuerzo bélico, ni por expectativa de beneficio por la vía del cobro de tributos, ofrecía demasiados alicientes. Si los suevos se querían quedar allí, allá ellos.

Rekila sucedió a su padre como rey de los suevos en el año 438, esto es en el momento en el que Aecio dedicaba el 80% de su tiempo a pensar en el norte de África y el cabrón de Geiserico. Consciente de que eso dejaba España en un lugar de relativa poca importancia. En el año 439, guió a sus hombres por la ruta de la Plata hasta Mérida, que entonces era la metrópoli de la Lusitania. En el 440, vencieron y capturaron a Censorio, el principal comandante romano en la península. En el 441, tomaron Sevilla, pasando a controlar la Bética y la Cartaginense, en un punto de máxima expansión territorial que hace salivar a muchos nacionalistas gallegos, tanto de corazón como adecuadamente subvencionados, a la hora de hablar de un viejo imperio gallego, que tiene de gallego más o menos lo mismo que de imperio.

Tanto los suevos como otros grupos establecidos en la península ibérica se aprovecharon, claramente, del hecho de que Flavio Aecio no pudiese ni soñar con realizar una gran expedición al territorio para encenderles el pelo. El comandante romano envió varios generales a la zona con tropas: Asturio, Merobaudes, Vito. La mayoría de sus acciones se concentró en tratar de recuperar el control sobre la Tarraconense, aunque Vito, que contaba con tropas godas, intentó recuperar la Cartaginense y la Bética. Pero Vito fue derrotado por los suevos, e Hispania se perdió, como se había perdido el norte de África, como fuente de recursos para Rávena.

Britania no estaba mejor. Ya en una famosa carta, el entonces emperador Honorio le había escrito a los britanos en el 410 que fuesen pensando en lamerse ellos mismos los pies. El Imperio no estaba por la labor de intentar incrementar su poder y control sobre aquellas islas tan relapsas, por mucho que algunos obispos, como Germano de Auxerre, se dejaran caer por ahí para tratar de luchar contra el pelagianismo. En todo caso, el principal problema para la civilización romana británica era la presión que del oeste le llegaba de los gaélicos irlandeses, y del norte (Escocia) de los pictos, por no mencionar las expediciones sajonas del Mar del Norte.

Al parecer, las islas cayeron en poder de una especie de tirano llamado Vortigerno. Vortigerno decidió defenderse de los peligros que lo acechaban contratando mercenarios sajones. Pero los mercenarios pidieron más, y más, y más, hasta que se cansaron de pedir y saquearon todas o casi todas las ciudades del reino. Los romanos de Britania le escribieron una carta a Aecio en solicitud de ayuda; pero, que se sepa, ni les contestó.

Recapitulando: en el año 453, el Imperio había logrado repeler el peligro huno hasta que el propio Atila la palmó. Pero, por elcamino, había perdido: todas las Islas Británicas; la península ibérica hasta el Ebro; el norte de África, el área Aquitania que ahora formaba un reino visigodo avant la lettre, y la Galia sureste, que había sido cedida a los burgundios.


Más que un imperio, era una mierdilla.