lunes, septiembre 11, 2017

1453 (y 5)

Como ha habido una pausa vacacional, tal vez necesites que te diga que este post sigue a otros tres que encontrarás aquíaquíaquí y aquí.


Mehmed Fatih o, como lo conocemos nosotros, Mehmed II el Conquistador, sería, en efecto, el pollo que finalmente conseguiría abrir la lata de Constantinopla para los seguidores de Mahoma. Un hecho histórico desde muchos puntos de vista, y no el menor de ellos que se trata de la primera batalla propiamente dicha de la Historia bélica que fue básicamente ganada por la artillería.


A la muerte de su padre Murad, Mehmed se encontraba en Magnesia, Asia Menor. Nada más acceder al trono se desplazó con gran rapidez hasta Andrinópolis. Tenía el nuevo sultán 21 años de edad. Intensamente educado y formado por su padre, tenía también una personalidad extremadamente cruel, hay quien dice que a causa de su homosexualidad reprimida. Sea como sea, lo cierto es que se desplegaba con sus prisioneros, notablemente los cristianos, con una crueldad que estaba más allá de lo que cabría esperar de un animal político.

Su acceso al trono despertó muchas inquietudes en Europa. Todos los países, fuesen o no tributarios del turco, se apresuraron a enviar emisarios a Andrinópolis para transmitir las más cálidas felicitaciones. Poco tiempo después, el sultán y Juan de Huniad firmaban una paz de tres años; poco a poco, además, fue renovando los acuerdos que ya tenía firmados su padre con vecinos y vasallos. Eso incluye al rey de Serbia, el príncipe de Valaquia, los genoveses, los caballeros de Rodas, la república de Ragusa, Demetrio el déspota del Peloponeso, el príncipe de Karamania y, por supuesto, Constantino, emperador de Bizancio. En 1451, los turcos y Constantinopla firman un acuerdo en el que se regulaban los ingresos procedentes de poblaciones situadas en la Struma, así como el trato recibido por Orkán, nieto de Suleimán y que permanecía en Constantinopla.

En la primavera de 1452, los turcos abordaron la construcción de una fortaleza en el lado europeo del Bósforo, frente a la que Bayezid había elevado en el lado asiático (conocida como Guzel Hissar, aunque creo que ahora se llama Anadolou Hissar). Esta Kessen Hissar, posteriormente llamada Rumili Hissar, fue una gran obra en la que no escatimaron gastos y que el sultán dirigió personalmente. Con esta construcción, el sultán quería impresionar a los griegos, aunque su objetivo fundamental fue mejorar los ingresos aduaneros derivados de los barcos procedentes del Mar Negro.

Constantino, en su inicio, les dejó hacer. Pero luego acabó por darse cuenta de que era un proyecto enormemente lesivo para sus intereses, por lo que resolvió atacar a los obreros, acción que justificó por las depredaciones que los turcos estaban haciendo, o permitiendo, en todo el Bósforo. En buena parte, era lo que Mehmed estaba esperando para poder declararle la guerra al emperador. El ataque por parte de los musulmanes de una villa griega provocó la decisión de Constantino de cerrar las puertas de la capital y detener a todos los turcos que encontró dentro. 

Este Constantino era Constantino XI Dragasés, hijo de Juan VIII Paleólogo. Había llegado a la dignidad purpurada con 45 años, edad ya bastante provecta en su época, mandando sobre apenas la ciudad de Constantinopla y sendas franjas de tierra de unas millas al norte y al oeste de la capital, más el Peloponeso, donde había colocado a sus hermanos Demetrio y Tomás, ambos dos notas de cojones.

Todo con lo que contaba el emperador era la ayuda del resto de la Europa cristiana, sobre todo desde la unión de las iglesias de oriente y occidente en el concilio de Florencia, en 1439. Constantino, que dependía de esta fusión totalmente para hacer sobrevivir a Bizancio, no hizo sino apoyarla, y de hecho en 1452 hizo celebrar, bajo su presidencia, un gran oficio religioso en el que intervinieron el cardenal Isidoro, un griego que operaba como legado del Papa de Roma; y el patriarca de Constantinopla, Gregorio Mammas. La gran masa de sacerdotes y creyentes ortodoxos, sin embargo, nunca tragó con aquella movida y le negó el respeto a los católicos; no pocos de ellos, por preferir, la verdad es que preferían a los turcos. Un importante noble local, el gran duque Lucas Notaras, llegó a decir que prefería ver un turbante en Santa Sofía que un capelo cardenalicio.

El Papa le había prometido a Constantino un montón de ayuda, pero lo cierto es que ésta era más bien magra. Todo lo que había en Constantinopla eran 200 caballeros que habían venido con Isidoro y algunos barcos venecianos y genoveses que habían sido retenidos en el puerto. Los genoveses tenían 500 hombres, que estaban comandados por su almirante, Gianni Guistiniani, que con el tiempo sería el alma de la defensa de la ciudad.

Constantinopla ocupaba entonces apenas el espacio existente entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara; hoy en día se llama Estambul y es un poquito más grande, la verdad. Muy cerca del mar, en el Cuerno de Oro, se encontraba el barrio de Karakoy, que nosotros conocemos mejor como Gálata. Entonces aquel barrio estaba ocupado por genoveses, que tenían considerables niveles de autonomía, hasta el punto de estar gobernados por un podesta propio y encontrarse rodeados de una muralla también propia.

El 2 de abril de 1453 los griegos, viéndole las orejas al lobo, decidieron extender una gran cadena que cruzaba el Cuerno de Oro y, por lo tanto, lo cerraba a la entrada en el mismo por mar. La cadena se colocó más o menos donde luego se construiría el puente de Karakeui, y consiguió proteger de los ataques turcos un total de diez naves, sobre todo genovesas.

Como ya hemos insinuado, a Mehmed II le cabe el mérito de haber sido uno de los primeros generales de su época que se percató del valor de la artillería convenientemente utilizada. Al campamento turco llegó un desertor cristiano llamado Urbán, tal vez húngaro tal vez rumano, quien mejoró notablemente la potencia de fuego de su artillería. Urbán era un experto fundidor de cañones que se había ofrecido al emperador Constantino. Sin embargo, no contento con el sueldo que le ofrecieron, le hizo un Neymar a los cristianos y se piró con los mahometanos. El sultán le encargó que fundiese el mayor cañón que se hubiese visto jamás. Urbán cumplió, pues fabricó un pepino con una boca de tres pies capaz de lanzar a una milla más de 700 kilos de piedra. 60 bueyes cargaron durante dos meses este ingenio desde Andrinópolis hasta Constantinopla. Hizo el cañón un gran servicio a los turcos, aunque tan perfecto no era, pues en medio de la batalla implosionó, causando la muerte de varias personas, entre ellas la de su creador, el tal Urbán.

El 5 de abril, el ejército salido precisamente de Andrinópolis llegó al asedio. Por el camino había sometido y arrasado a varias poblaciones que entonces estaban bajo control griego. Los heraldos vocearon por toda la zona que el tellal, el asedio, había comenzado.

Mehmed tenía claro que, en realidad, sólo había una cosa que debiera prevenir, y ésta era la llegada de ayuda por mar. Es por esto que había emplazado a su flota frene a Gallipoli, al mando de su kaphoudan pacha Suleiman Reis Bartoglú. Reis salió de Gallipoli y remontó el mar de Mármara hasta situarse en el mismo Bósforo, donde incluso se le unieron más unidades que se encontraban en el Mar Muerto. Con este gesto, Mehmed consiguió lo que buscaba, ya que tamaña exhibición vino a suponer un durísimo golpe moral para los griegos constantinopolitanos.

Frente al despliegue turco, Constantinopla apenas tenía hasta 9.000 combatientes, la elite de los cuales estaba formada por 3.000 soldados italianos, genoveses y venecianos al mando de Giustiniani. Menos de 10.000 combatientes que, conscientes de que luchaban por la prevalencia de su Dios, se batieron más allá de cualquier resistencia lógica, sobre todo teniendo en cuenta que su labor combinaba la lucha con la reparación de los muchos daños causados por la artillería turca. Entre los combatientes no faltó su basileus, Constantino Dragasés, siempre situado en la brecha más peligrosa de la lucha, justo enfrente del puesto de mando de Mehmed. Cuando menos él, que venía a ser el último de una lista de emperadores bastante abúlicos y gilipollas, logró mantener impoluto su honor ante la Historia.

El 19 de abril los turcos atacaron, por tierra y mar, pero no tuvieron demasiado éxito. A las 10 de la mañana del 20, los residentes en Constantinopla pudieron contemplar, en el mar de Mármara, cuatro barcos que avanzaban a toda vela. Se trataba de tres navíos genoveses con recursos y pertrechos que habían sido enviados tal vez por el Papa, y que en su viaje se habían encontrado un barco de transporte lleno de trigo. Los turcos se aprestaron a impedir su entrada en el Cuerno de Oro, pero los genoveses, a pesar de ser muchos menos, tenían a su favor el viento y la arquitectura de su barcos, más elevados que los mahometanos. Hubo un momento, sin embargo, en el que pareció que su ventaja se iba a disolver porque el viento paró; pero al caer la tarde, cuando regresaron las ráfagas, pudieron aprovechar su velocidad para escapar de la garra turca. En cuanto cayó la noche, navíos de la ciudad, que conocían la situación de la cadena, salieron para remolcarlos hacia dentro. Mehmed, que observó la acción personalmente, se cogió un globo importante con el almirante Bartoglú, al que quiso cortar la cabeza, aunque finalmente se contentase con apalearlo en público y degradarlo.

La victoria de los genoveses, o más bien deberíamos decir la no-victoria de los turcos, despertó en la ciudad un entusiasmo indescriptible y un optimismo sin demasiada base, puesto que los constantinopolitanos dieron en pensar que aquellos cuatro barcos no eran sino la primera expresión de una gran flota que acudiría en su defensa.

Mientras tanto, Mehmed hacía con aquel suceso lo que todas las personas inteligentes: aprender. Se dio cuenta de que tratar de tomar Constantinopla meramente por tierra y con los puntos de ataque que mantenía hasta el momento era imposible, y que por ello debía abrir un nuevo frente. Debía atacar la muralla que se encontraba a lo largo del Cuerno de Oro, tradicionalmente más débil que otras porque, al fin y al cabo, contaba con la defensa del dominio de las aguas. Sin embargo, si algo le había enseñado la batalla de los navíos genoveses era que entrar en el Cuerno por la puerta, esto es por su estrecho natural, resultaba imposible; por no mencionar la cadena. Fue así como concibió la parte más impresionante de toda aquella acción bélica, que no fue otra que el transporte de sus barcos por tierra desde el Bósforo hasta el Cuerno de Oro pasando más allá de la colina de Pera.

Con el concurso de incontables soldados y obreros obligados, el turco creó un camino de aproximadamente cinco kilómetros por los que transportó algunos de sus navíos más ligeros (las crónicas nos dicen que ninguno de los transportados tenía más de 20 metros de largo). Allanó el camino con planchas y subió a cada barco en una especie de carro para transportarlo. Al parecer, transportó a unos 70 barcos de esta manera.

Lo más importante de esta acción es la rapidez con que fue ejecutada. Como sabemos, Mehmed había resultado vencido el 20 de abril. Pues bien: el 23 sus barcos ya estaban en el Cuerno de Oro. El transporte propiamente dicho se había realizado en una sola noche.

Ni qué decir tiene que la presencia de barcos turcos en el Cuerno de Oro colocó a Constantinopla en modo pánico. El 28 de abril, los griegos hicieron una intentona de hundirlos, pero no lo consiguieron. En ese punto, la elite del Imperio bizantino y el propio Giustiniani aconsejaron a Constantino que se diese el piro de la ciudad para reunirse con fuerzas griegas que subsistían en Morea, más otras tropas que pudiera conseguir de los reyes cristianos. El emperador, sin embargo, se negó en redondo.

Mientras tanto, en la ciudad el olor a derrota animaba las disensiones. Sobre todo, los desacuerdos entre genoveses y venecianos, por otra parte más bien acostumbrados a ser enemigos que aliados; los dos se reprochaban el uno al otro la intención de huir de la ciudad para salvar sus bienes. Sólo la mediación del emperador calmó algo las cosas.

Ha pasado el mes de abril y buena parte de mayo, pero Constantinopla sigue sin caer. Mehmed, algo impresionado de los elevados medios que ha puesto en juego sin resultado, trata de optar por la capitulación. El 23 de mayo envía una embajada presidida por el emir de Sinop, Ismael Hanza Isfendiaroglú (llamado Isfen por sus íntimos), un hombre que ya había tenido contacto con Constantino y que le transmitió la oferta del sultán de salir de la ciudad con toda su corte y sus tesoros. Asimismo, los habitantes que deseasen dejar la ciudad podrían hacerlo, y llevarse con ellos sus enseres. El emperador sería declarado rey de la Morea, con estatus de vasallo del sultán. Si no aceptaba, los turcos tomarían la ciudad a sangre y fuego y venderían como esclavos a la población. Constantino, no sabemos si adivinando una celada, rechazó la oferta.

Así las cosas, el domingo 27 de mayo el sultán dio las órdenes para el asalto final. El lunes el bombardeo se intensificó y después toda la línea turca quedó en silencio, hasta el punto de que los griegos llegaron a pensar que estaban levantando el asedio. Sin embargo, lo que hacían era prepararse para el asalto que llevaron a cabo en la noche del lunes al martes. Los turcos habían firmado tres pequeños ejércitos que atacaron al mismo tiempo, unas tres horas antes del amanecer. Dos de esos asaltos fueron rechazados, tras lo cual llegó el asalto de mayor fuerza, llevado a cabo por los jenízaros. Sin embargo, cuando llegó el amanecer seguían sin parecer capaces de tomar la ciudad.

Una pequeña poterna, la Kerkoporla, que quiere decir puerta del circo, se encontraba cerca de la llamada puerta de Andrinópolis, tan escondida que no se había juzgado necesario protegerla. Cuando los jenízaros lograron destruir parte de la muralla, repararon en la pequeña puerta y la cruzaron, con lo que atacaron a los defensores por su flanco, de forma inesperada.

La pérdida de la Kerkoporla probablemente decidió por sí sola la suerte de la batalla, pero aun había otro hecho que contribuiría a ello: la pérdida de Giustiniani. El genovés, situado junto al emperador en el punto más caliente de la batalla, la puerta de San Romano, fue tan gravemente herido que moriría días después (probablemente camino de Chío, después de haber huido de la capital en un barco genovés); pero lo realmente importante es que su desaparición de la primera línea terminó por deprimir absolutamente la moral de los griegos.

El emperador se quedó solo con un pequeño grupo de defensores, pero pronto fue superado por la marea de turcos. Un soldado mahometano le cortó la cabeza y se la llevó a Mehmed.

La entrada de los turcos en Constantinopla, y por lo tanto el final oficial de la Edad Media, se produjo entre 9 y 10 horas de la mañana. Mehmed cumplió su palabra y pasó a cuchillo a la población, vendiendo los supervivientes como esclavos. Ni siquiera respetaron a las personas que se acogieron a sagrado, refugiándose en las iglesias. Por cierto, que en la iglesia de la Sabiduría Divina (que nosotros conocemos mejor como Hagia Sofía) se estaba celebrando una misa en el momento de la entrada de los turcos; misa que, obviamente, quedó interrumpida. Existe la leyenda de que el día que ese templo vuelva a ser un templo cristiano, volverá a surgir el sacerdote que la estaba diciendo para terminarla. Durante mucho tiempo, para los griegos de origen bizantino el martes quedó fijado como día nefasto a causa de esta invasión.

El pillaje de Constantinopla duró tres días y tres noches. Unas 60.000 personas fueron reducidas a la esclavitud, y otras 40.000 fueron asesinadas. Sin embargo, hubo una escapatoria. Como la gran parte de los marineros turcos abandonaron sus puestos para tomar parte en el pillaje, los navíos genoveses y venecianos pudieron, por lo general, escapar de la movida.

A mediodía del martes, Mehmed visitó su nueva posesión. Se dirigió inmediatamente a Santa Sofía, donde dio gracias a Dios por su victoria y decidió mantener la iglesia, convertida en mezquita.

Los genoveses del barrio de Gálata habían mantenido durante todo el asedio una actitud un tanto ambigua. Tras la entrada de los turcos, le debieron la conservación de su vida a su podesta Ángel Juan Zacarías, quien no tuvo miedo de presentarse ante el sultán y negociar con él. El 29 de mayo, el sultán le reconoció a los genoveses la mayor parte de sus derechos, entre ellos su autonomía de gobierno y el derecho a profesar públicamente la religión católica.

Paradójicamente, en el momento de producirse la toma de Constantinopla una flota de unos treinta navíos, enviados por el Papa, navegaba hacia la capital para ayudar a defenderla. Los vientos los retrasaron y, para cuando llegaron cerca, se encontraron con los barcos italianos que huían, y que les informaron de que ya no eran necesarios.

Con la toma de Constantinopla, por otra parte, los propios turcos mutaron. Aquella acción, de fuertes resonancias morales aunque desde el punto de vista territorial no fuese gran cosa, también afectó a los ganadores, que dejaron de ser un Imperio fundamentalmente asiático para pasar a ser un Imperio fundamentalmente europeo. Y no sólo eso, sino que la contemplación de los tesoros de Constantinopla (en la decisión de mantener Santa Sofía se aprecia un cierto sentido de inferioridad por parte del por otro lado infatuado Mehmed) llevó a los turcos a ambicionar convertirse, ellos, en los herederos del Imperio Romano de Oriente.

A pesar de todo, no todos los Balcanes quedaron en manos de los turcos. Serbia, por ejemplo, estaba gobernada por Jorge Brankovitch, que era vasallo de los turcos, pero era cristiano. Como lo era su vecino, el indomable Juan de Huniad. Bosnia permaneció independiente en la práctica y en Albania mandaba Skanderbeg, Jorge Kastriota. Asimismo, los príncipes de Valaquia y Moldavia habían aceptado la soberanía otomana, pero con frecuentes alianzas con los cristianos. Demetrio y Tomás, los hermanos del fallecido emperador, gobernaban en la Morea, una región donde los venecianos tenían algunas plazas. Tanto venecianos como genoveses poseían diversas islas en el Mediterráneo oriental; y, por último, los caballeros de San Juan de Jerusalén disponían de Rodas.

Si se observa Asia, en Anatolia los Commenos griegos gobernaban en Trebisonda, por no mencionar a los emires de Karamán, siempre dispuestos a rebelarse contra el poder imperial. De hecho, Mehmed, que tomó Constantinopla en el segundo año de un reinado de treinta, se pasó el tiempo restante guerreando con vecinos. Eso sí, en el mismo año 1453 de la toma, firmó acuerdos de paz y de vasallaje con los genoveses de Gálata y de las islas de Chio y Lesbos; con los dos príncipes griegos del Peloponeso; con el déspota de Serbia; con el rey griego de Trebisonda; con la república de Ragusa; y con la república de Venecia y el duque de Naxos. A los venecianos se les garantizó el libre comercio y se les renovó el derecho a tener un cónsul destinado en Constantinopla.

A pesar de todos estos acuerdos, Mehmed era consciente de que para poder controlar el paso hacia Europa, los turcos necesitaban dominar Serbia. Con tal motivo llevó a cabo una expedición en el verano de 1454, pero apenas consiguió tomar Ostrovitsa y la periferia de Smederevo.

Mientras tanto, en la Europa cristiana se trataba de armar una cruzada para recuperar Constantinopla, aunque nunca se pasó de la negociación. Así las cosas, en 1454 fue Huniad quien tomó la iniciativa por su cuenta y batió a los turcos cerca de Krouchevats.

En la primavera de 1455, el sultán en persona dirigió una nueva campaña. Tomó la villa minera de Novobrdo, tras un asedio de cuarenta días. En julio de 1456, los turcos estaban frente a Belgrado y comenzaron a bombardearla. Sin embargo, los sermones de un sacerdote italiano, Guiovanni di Capistrano, hicieron que por el Danubio llegasen personas de muy diferentes nacionalidades a defender la ciudad, además del eterno Huniad. Los turcos atacaron tres veces pero no sólo fueron rechazados sino que los cristianos avanzaron, destruyeron muchos de sus cañones, mataron a su general Karadja Bey, al jefe de los jenízaros, y al sultán llegaron a herirlo.

Aquel 11 de agosto murió Juan de Huniad y el 24 de diciembre de 1456 lo hizo Brankovitch, dejando la Serbia no controlada directamente por los turcos en un estado de anarquía. Mara, hermana de Brankovitch y viuda de Murad, y sus tres hijos, se disputaban el poder. Los turcos se aprovecharon de ello. El gran visir Mamud Pachá se apoderó en 1459 de Ressava, de Smederevo, de Golubatch y de las minas de Rudnik. Sólo Belgrado, ocupada por los húngaros, permaneció cristiana.

Muy pronto, Bosnia siguió la misma suerte. En junio de 1463, Mamud tomó la plaza fuerte de Iaitsé y asedió Kliutch, donde el rey bosnio Stefan Tomasevitch se había refugiado. Tomasevitch capituló ante la promesa de respetarse su vida y la de los suyos. Fue llevado prisionero a Constantinopla; pero allí los turcos le habrían de devolver la pelota de años atrás a los cristianos: un sheik muy venerado en la ciudad dictó una fatwa señalando que faltar a la palabra dada a un cristiano no era caca; así pues, fueron ejecutados. Durante algún tiempo, la Herzegovina conservó su condición de ducado (hertseg o herzog significan duque), pero en 1480 pasaron a formar parte del Imperio otomano. No hay que olvidar, en todo caso, que en Bosnia los turcos se beneficiaron de la ayuda desinteresada de los bogomilos.

En lo que se refiere a los territorios rumanos, en Valaquia reinaba Vlad IV, mientras que en Moldavia lo hacía Esteban el Grande. Este Vlad es el que, a causa de su extremada crueldad, fue llamado tsepesh, El Empalador. Eso sí, igual que su antecesor también era llamado Dracul, esto es, el Diablo. Hay, pues, dos Vlad Dracul, no uno (aunque los enamorados de la basura supersticiosa dirán que en realidad son uno solo, que es un no-muerto, y blablabla...)

Vlad El Empalador se había casado con una pariente del rey húngaro Matías Corvin, así pues Mehmed tenía bastante claro cuáles eran sus preferencias en el enfrentamiento entre turcos y cristianos. Para intentar deponerlo, le envió una embajada presidida por un griego, Katabolinos, acompañado de un turco, Hazam Pachá, y 2.000 hombres. Vlad, ni corto ni perezoso, los hizo empalar; eso sí, concediendo a los miembros más importantes el derecho a tener los pies algo más altos.

La respuesta del sultán fue dirigir personalmente una expedición contra Vlad. Dracul el Empalador se mostró muy temerario, pues se disfrazó y se infiltró en el campo turco para matar al sultán. La verdad es que se equivocó de tienda y se cargó a un pachá, pero consiguió escapar y al día siguiente atacó a los turcos, que tuvieron que replegarse hasta el Danubio.

Mehmed se trabajó a Esteban el Grande para que atacase a los valaquios. Vlad, derrotado, hubo de huir a Hungría en 1462. En 1474 fue restablecido en su trono tras un acuerdo entre Matías y Esteban, pero murió poco después asesinado por un competidor (que no le tuvo que clavar ninguna estaca en el corazón).

Esteban IV el Grande, rey de Moldavia, contaba con la protección de la corona polaca, no así con los húngaros, que habían querido deponerlo. Cuando atacó a Radu el Bello, que fue el hombre de paja que los turcos colocaron al frente de Valaquia cuando Esteban echó a Vlad, acabó enfrentado con el Imperio otomano. Un ejército turco al mando de Suleimán Pachá entró en Moldavia, pero fue derrotado en Racova (enero de 1475), en la que probablemente es la mayor victoria cristiana sobre los turcos.

Esteban, sin embargo, acabó perdiendo el apoyo de húngaros y polacos, así pues perdió la batalla de Rasboieni contra turcos, valaquios y tártaros, aunque finalmente los turcos hubieron de retirarse por falta de pertrechos. Esteban no moriría hasta el 2 de julio de 1504.

En 1463, el rey húngaro Matías Corvin entró en Bosnia y se hizo con el control de Iaitsé. Más tarde tomó Smederevo (1476). Los turcos, por su parte, trataron de tomar la Transilvania, pero fueron frenados por el voivoda Esteban Batori, quien los batió en 1479 en Kenger-Mezo. Albania, por su parte, permaneció independiente bajo el mando de su héroe legendario Skanderbeg. Jorge Kastriota era el cuarto hijo de Juan Kastriota, príncipe del Épiro. Pasó su infancia como rehén en la corte de Murad de Andrinópolis. Fue circuncidado y practicó el islamismo. Sin embargo en 1443, tras la batalla de Nich, presionó al secretario del sultán para que le cediese la plaza fuerte de Kroia. De todas formas, asesinó al secretario, reunió una serie de partisanos y se hizo con el control del lugar. A partir de ahí, se hizo dueño de la mayoría de las ciudades de Albania y, en 1448, reinaba en todo el Épiro y era reconocido por todos los señores de la guerra albaneses.

El sultán Murad, que le había tomado bastante cariño personalmente, acabó marchando contra él. Tomó Svetigrado y después Dibra. Sin embargo, en 1450 debió levantar el asedio de Kroia y regresar a Andrinópolis. En tiempos de Mehmed, Skanderbeg infligió una dura derrota a los turcos en la planicie de Lech (1457), también conocida como Alessio. En 1461, ya siendo sultán Mehmed, éste, que proyectaba una misión contra los commenos reinantes en Trebisonda, llegó a un acuerdo por la que le reconocía la soberanía del Épiro y de Albania. En 1464, sin embargo, ambos adversarios se enfrentaron de nuevo. Finalmente, Mehmed se decidió a marchar él mismo contra el albanés, pero, igual que su padre, fracasó frente a las murallas de Kroia. Dejó en la zona a un ejército al mando de Balabán Pachá, pero este ejército fue seriamente derrotado en 1466. Al año siguiente, 14 de enero de 1467, murió Skanderbeg, y con él murió la independencia albanesa.

Aun le quedaban a los turcos otros puntos de enfrentamiento. Demetrio, hermano del emperador Constantino Dragasés, reinaba en Esparta y el otro hermano, Tomás, en Patras. Ambos estaban en lucha constante entre ellos, con otros reyezuelos peloponésicos y también con los albaneses. Uno de los señores de la guerra locales, Emanuel Cantacuzeno, había abierto una revuelta en condiciones con la ayuda de los albaneses. Demetrio resolvió apoyarse en los turcos, mientras que Tomás elegía a los venecianos.

Mehmed, por su parte, inició en los años posteriores a la toma de Constantinopla una serie de acciones exitosas para tomar diversas poblaciones griegas; tan sólo Corinto se le resistió algo. En 1460 Tomás, que esperaba ayuda del Papa, atacó las posiciones de su hermano Demetrio y de los turcos en el Peloponeso. Los turcos respondieron con una expedición a sangre y fuego. A Demetrio acabó el sultán por darle una pensión y murió, al parecer, en el monasterio del monte Athos, en 1470. Tomás huyó a Roma. Por lo que respecta a otra gran ciudad griega, Atenas, Mehmed hizo estrangular a su último duque, Franco Acciaoli, y la incorporó a su Imperio.

Por lo que respecta al reino de Trebisonda y su rey, David Commeno, dicho rey había tejido una espesa red de alianzas con reyes vecinos turcomanos y otros, como los ajbasios del Cáucaso. David había dado en matrimonio a su hija a uno de los reyes turcomanos, Uzún-Hassan. Mehmed, pretextando un conflicto fiscal con este rey, entró en guerra con él para así poder hacerse con Trebisonda. Cercado, el rey David Commeno aceptó capitular a cambio de poder irse con sus tesoros. Fue llevado a Constantinopla con su mujer y ocho hijos. Sin embargo, Mehmed esperó que surgiera algún conflicto (que surgió a partir de una carta de la hija casada con el rey turcomano) para torturar a toda la familia y ofrecerles la vida a cambio de su conversión al Islam. Todos, sin embargo, se resistieron, salvo el más pequeño de los hijos.

En 1462, a la muerte del príncipe Ibrahim de Karamania, surgieron problemas y peleas en el mismo que el sultán decidió utilizar en su provecho. Mehmed ardía de ganas de retirarle su autonomía a ese viejo principado selyúcida. La cosa, sin embargo, no fue fácil. Ichak, hijo de Ibrahim, fuertemente apoyado por Uzún-Hassán y los persas, presentó larga y dura resistencia. De hecho, con ayuda veneciana desembarcó en Anatolia e incendió Esmirna. Sin embargo, en 1472 las tropas comandadas por el gran visir Mamud Pachá y en las que se encontraba Mustafá, hijo de Mehmed, lograron someter finalmente la Karamania.

Más guerras. En 1463, la huida de un esclavo cristiano hasta Corón, donde se refugió en casa de un veneciano, fue pretexto para abrir hostilidades entre los otomanos y Venecia. Pero los venecianos, al mando de Luigi Loredano, ocuparon el Peloponeso y levantaron una muralla en el istmo de Corinto. En 1479, ambas partes firmaron la paz.

En los comienzos de 1481, Mehmed preparaba otra expedición, no se sabe muy bien contra cuál de sus muchos enemigos. Para entonces estaba gotoso y el 3 de mayo sufrió un grave ataque de su enfermedad, estando en Asia, al sur de Scutari.

Y allí murió el hombre que tomó Constantinopla: Mehmed eboul feth ve el meghazi, el padre de las conquistas y de las guerras santas, el gran propagador de la Fe de Mahoma, el hombre que cambió Europa para siempre sentando sus reales en los territorios que la habían parido siglos atrás.

El Imperio otomano habría de vivir más días grandes; pero si pudo ser un sólido edificio durante tanto tiempo, ello se lo debió a un pequeño grupo de sultanes que supieron hacerlo grande y rebosar su teatro asiático. Ciertamente, contaban con la fuerza de su fe, mucho menos desportillada de lo que ya lo estaba el cristianismo en aquellos años; pues es lo cierto que si las cruzadas no fuesen, en el fondo, coñas mondongueras, Constantinopla no habría tenido que caer cuando cayó.

Turquía, reconozcámoslo, nos parece una mierda. Pero es un país enorme (y precioso) que ha demostrado en su Historia la capacidad de jugar la Champions League del poder, así como de reinventarse y rehacerse, como bien demuestra la revolución de Mustafá Kemal. De alguna manera, quien no conoce la Historia de Turquía, no conoce la Historia.


Volveremos, si hay tiempo, a asomarnos por esta ventana del blog. Turquía tiene todavía muchas cosas que descubrirnos.

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